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169 portadas del periódico del país que antes era frecuente ver por la calle, doblado, bajo los sobacos poco lavados de los exquisitos serían suficientes para matar a un elefante. Para matar civil (o físicamente) a un hombre bastaría dedicarle menos de media docena de ... esas portadas. Pero con Francisco Camps, expresidente de la Comunidad Valenciana, el periódico presuntuoso del país pretendió ejemplarizar y por eso le dedicó 169. No sólo quiso matarlo civilmente con infundios, sino que quiso hacer de su persona una pulpa informe, para que sus deudos no pudiesen enseñar en el funeral el ataúd abierto, como hacen en Sicilia cuando te reducen a papilla con cartuchos de postas de «lupara». A partir del tercer tiro en la cara no te reconoce ni tu familia, pero de todos modos te pegan 169, para que no te identifique ni San Pedro. Ahora los tribunales han declarado «con todos los pronunciamientos a favor, inocente» a lo que queda del que un día fue llamado Paco Camps.
No es que ya después de 15 años de torturas no se le puede restituir el honor, esa cosa carísima. No se le puede restituir a Camps algo mucho más barato, que es, siquiera, la apariencia humana. Soy escéptico de que a partir de ahora nadie pueda avistar a Camps por las calles de Valencia y no piense espontáneamente, como primera providencia, dos palabras: «El corrupto». Calumnia, que todo queda. Qué duda cabe que el Diablo y el sin Dios está en que a un mero imputado ya se le considere necesariamente corrupto, incluida por supuesto la presidenta Begoña. Esto nos pasa por hacer caso a Ciutadans, aquella «Iglesia de la Cienciología de la política», como decía David Gistau, que tanto mal hizo. Me he pasado decenios intentando que la sentencia de los tribunales que, allá en los años 90, declaró inocente de los cargos de corrupción al expresidente socialista murciano Carlos Collado fuese reconocida por el respetable público. La sentencia declaró la absolución, pero lo seguían llamando «chorizo» hasta que las nuevas generaciones olvidaron su nombre. Él se lo tomaba con afrancesada flema. No sé si queda flema en los restos biológicos de Camps, tras serle asestadas 169 portadas más otros tantos programas chistosos de la tele, ante el silencio de la buena gente.
El mismo silencio que muestran a Camps cuando le dice a Feijóo que quiere volver a la política. Será inocente de todo pero volver a la política del PP, piensan los de su partido, les daría mala fama. La mala fama de que alguien crea que se puede volver del asesinato civil, del peso irrevocable de las 169 sábanas que se fabricaron contra él. Los calumniados no vuelven. Sería tanto como ver la enérgica mano gordezuela de la añorada Rita Barberá (con ese índice enhiesto que todavía nos interpela) saliendo, embarrada, del túmulo funerario a donde la mandaron la mafia y los 'bienquedas'.
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