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Mi amigo Emilio, argentino que fue conocido en la prensa española durante la Transición como 'El chacal' (por lo escurridizo), ha muerto insospechadamente de viejo y en la cama dejándome una de sus posesiones más personales, que guardaré junto a la cartera de serpiente de ... mi abuelo Antonio. Me ha legado la boina roja con borla de oro que le regaló Sixto de Borbón-Parma, exaspirante al trono español, quien aún vive. El amigo, pese a su querencia por mantener la sombra, fue detectado, tras un bigotazo y Ray-Ban de lágrima, en la famosa tenida del 76 que se conoció como 'los sucesos de Montejurra', lugar sagrado de los carlistas, picnic donde hubo balacera con muertos. Él no puso a calentar, sin embargo, la 'chuleta de cordero' que siempre llevó bajo la chaqueta. Se dice que el hoy Rey emérito, que entonces tenía poder total sobre el país, sugirió a la Guardia Civil echar tierra sobre el asunto. Infinitas veces no tuvo ningún Rey que lo salvara, librándose de la ejecución sumaria o el atentado, en al menos tres continentes, solo por su olfato cánido y la casualidad. La casualidad me lo trajo.
De haber tenido cercanía en sus años mozos, sin duda sus conmilitones de la Comunión Tradicionalista me hubiesen dado el pase, cualquier mala noche. Padezco de cierta querencia por la libertad, y según en qué ambiente eso procura que te reúnas pronto con el Padre (en la dictadura perfecta que es el mundo moderno, todo es falta de libertad, y ya no apareces en una cuneta pero te cae encima una exclusión o una cancelación). Ya mayor, el camarada y yo tuvimos 'feeling', a la manera de Montaigne. «Porque él era él, porque yo era yo». Se me cayó muchas veces la mandíbula de asombro al conocer su vida, tantas veces no por su boca; él prefirió seguir rodeado de una neblina de puré de guisantes hasta su último día, con lecturas doctas y tomando gin con un dedo de tónica. No atendió mi idea de redactarle su biografía. Las mejores biografías son las no empezadas.
Hay submundos activos aún hoy, no solo en la Argentina, y tu vida solo vale la capacidad y disciplina que tengas para el exilio interior. Juan Domingo Perón, el peronista original, lo premió por los servicios a la Patria, los aparentes y los que no. Argentina en los 70 era ese lugar canchero y falto de un corte de pelo donde hasta las abuelitas lucían las maneras de un central del Estudiantes de la Plata del 'fóbal' ('fóbal', como decía Alfredo Di Stéfano). Ahí Emilio solo perdió dos peleas, de entre más de mil. «Nunca hables, porque los previenes». Vivió tanto porque nunca habló mucho. Aun así le quemaron la casa y tal vez alguien puso un camión parado en la carretera, donde se dejó media cabeza.
Se refugió en la Pampa más caliente, por donde pasan ríos terrosos, y leía libros de pensamiento bajo una lucecita rodeada de alimañas, como Errol Flynn en el rodaje de 'Las raíces del Cielo'. Nunca se quejó por dolor o reveses, ni arrepintió, y su calma y su tono de voz bajo ponían los pelos de punta.
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