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Vi el debate entre los dos aspirantes a presidente de los Estados Unidos y en Joe Biden reconocí con dolor a mi bisabuela María. Está demostrado suficientemente que los hombres al envejecer, por caer en picado todo lo que masculiniza, se formatean en ancianas. No ... otra cosa quería decir el escritor Plà con la frase inmortal que fundó en cierta manera los viajes del Imserso: «Del autobús se bajaron viejas de ambos sexos». Estaba viendo en Biden a mi bisabuela, a la que no he dejado de echar de menos estos últimos cuarenta y dos años.
Idéntica expresión a la de aquella lejana anciana, no entendiendo qué hacía allí de pie ante un estrado, mientras se hablaba de cosas ininteligibles. Reconocí esa misma estupefacción por su abandono, esa desorientación angustiosa, esos ojillos inanimados de cabeza de alfiler, como fabricados en una juguetera de Ibi (Alicante), esa visible irritación de Biden por no saber por dónde podrían quitarle el bolso, su único tesoro, los que –como mi bisabuela decía– «son conocidos en el pueblo porque tienen los dedos largos»... La gran preocupación de mi bisabuela, en sus quietos días en los que no aguantaba más que a mí, su bisnieto favorito, era que no la duchasen jamás, porque lo consideraba un atentado a su dignidad, y mantener agarrado su bolso negro de los años 40, que tenía el cuero graciosamente fruncido en el cierre. Desconfiaba de los que se acercaban con palabras dulces, no fueran a quitarle algo, como ahora le pasa a Biden con la carrera a la presidencia. Mi bisabuela María se pasaba largas horas ante un espejo de cuerpo entero porque creía que hablaba con una vecina. Al pasar por la puerta de mi cuarto hacía siempre una ligera inclinación de cabeza, porque aseguraba que mi póster de J.R., el villano de la famosa serie de la tele 'Dallas', la hacía una reverencia con el sombrero. «Es muy amable ese señor». La cara de Biden durante el debate era de estar viendo cómo toda la gente con sombrero chincheteada en los pósteres de todas las paredes del planeta se lo quitaban, por respeto ante el presidente. Miraba con recelo a Trump, como si éste pretendiera mandarlo por fuerza a la ducha.
Trump no quiso desarrollar en el debate ninguno de sus estimulantes objetivos, no decir nada que sonara desagradable, porque en ese momento tuvo aquello de lo que puede carecer, piedad. Trump estaba viendo en Joe Biden al niño desamparado que iba y venía ochenta años atrás (los recuerdos son pájaros migratorios que pasan el invierno en latitudes inexistentes). Yo estaba viendo a la vieja que lloraba desconsolada porque al final del siglo diecinueve, en un lugar de la mísera Murcia, se había perdido por soltarse de la mano de su padre, en un parque.
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