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El otro día escuché una interesante entrevista de Angels Barceló a Jorge Valdano en la que este dijo algo que me dio que pensar: el exfutbolista vino a decir algo así como que vivimos acostumbrados a tener que expresar opiniones en ciertas redes sociales en ... 150 caracteres. Y como dijo él, el tener que ceñirte a un espacio tan reducido, elimina algo que tiene muchísima importancia: los matices. Y los matices, allí donde hay una discusión, una discrepancia de caracteres, son el factor que puede permitir que dos personas que tienen opiniones contrapuestas vayan encontrando puntos en común que terminen por llevarles, si no a un acuerdo, al menos a ser capaces de acercar posturas. Pero no, tener que expresar opiniones en tan poco espacio lleva al enfrentamiento, a esto es blanco o negro, a las posturas maximalistas, a la bronca y a la crispación.
El acuerdo. El que suscribe lleva años defendiendo en esta columna la necesidad de que PP y PSOE llegaran a grandes acuerdos de Estado para evitar tener que depender de partidos extremistas como Junts o los ultras. Es verdad que me gustaría que el PSOE volviera a la senda socialdemócrata y que el PP fuera una derecha moderna y europea, pero nada. Son muchos los ciudadanos que, tras los resultados del 23-J en que PP y PSOE sumaron el 65% del voto, consideran que ambos partidos deberían de salvarnos de gente como Puigdemont o Abascal. Pero a ellos se la pela. No cabe en cabeza humana que partidos que tienen un porcentaje de voto tan pequeño, arrodillen a los dos grandes e impongan sus trasnochados programas a una inmensa mayoría social que no los soporta.
Crispación. Pero es que la crispación, el enfrentamiento que vivimos desde que apareció aquello que se llama política de bloques, hace imposible cualquier posible acuerdo que sería bueno para los ciudadanos, para la economía, para los propios partidos mayoritarios y para España. Es evidente que Sánchez nunca ha estado por la labor, pero hay que reconocer que la campaña que se marcó Feijóo con lo de «derogar el sanchismo», con esa agresividad, esa táctica de 'estoy contra' en lugar de 'estoy a favor de', ha provocado que sea imposible cualquier tipo de acuerdo. Al menos con las directivas actuales de ambos partidos.
Odio. Y esto termina cristalizando en ámbitos como Twitter, la red del odio, donde la gente polemiza, insulta o saca su bilis, eliminando de un plumazo la cultura del entendimiento, del pacto político, que tanto necesitamos. Y a veces, incluso, contra los propios compañeros de partido. Me ha resultado especialmente llamativo comprobar cómo desde el propio PSOE se tildaba de «dinosaurios» a algunos líderes del pasado como González, Guerra y otros, por destacar que la Constitución no contempla la posibilidad de una amnistía o que esta sería una línea roja que no se debería traspasar. Esta es una opinión con la que puedes estar de acuerdo o en desacuerdo, pero descalificar así a personas que lo han sido todo para dicho partido me pareció muy triste. Hablamos de personas que ganaron elecciones generales por mayoría absoluta y que, en los ochenta, modernizaron España. Ahora que vemos que en las grandes empresas siguen manteniendo a sus jubilados ligados a la corporación porque la agenda y experiencia de esos directivos vale millones, ahora que vemos que esos séniores son tenidos en cuenta como merecen, veo horrorizado que en el PSOE no respetan a sus mayores y los descalifican con la crispación que caracteriza a estos tiempos. Una sociedad, una asociación, un grupo humano que no valora a sus mayores está condenado a la desaparición. Ese adanismo no debería tener cabida en política. Esos políticos de la vieja escuela sí vivían en la cultura del matiz, y cuando los escuchas hablar, independientemente de que estés de acuerdo con ellos o no, comprendes que tienen muchas, pero que muchas cosas que decir.
El otro lado. Pero es que si analizamos la táctica de Feijóo tampoco es para animarse, en lo que calificaron en Todo por la radio como «política pacharán», haciendo eses, el gallego ha pasado de pretender a derogar el sanchismo, a decir que el PSOE es partido de Estado y querer pactar con ellos y, ahora, cuando supuestamente es candidato a una investidura, declarar que van a hacer una oposición durísima a los socialistas. Demostrando que ni su equipo ni él mismo creen en esa investidura 'fake' por la que vendió Murcia a los ultras, Al final sí que ha resultado ser 'Fake-jóo'.
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