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Como ocurre con toda innovación tecnológica, la llegada del mundo digital y su cohorte de aparatos, marcas, funciones y aplicaciones ha obligado a la lengua ... a un acelerado proceso de asignación de nombres. Antaño, los inventos mecánicos o electrónicos y los hallazgos científicos se 'bautizaban' con denominaciones griegas o latinas, dado el prestigio de ambas lenguas durante largo tiempo, aunque hiciera siglos que no se hablaran. Hoy, buena parte de los descubrimientos científicos y tecnológicos proceden del área anglosajona, de modo que las novedades vienen con un nombre inglés incorporado. En ocasiones, surgen tímidos gestos de incomodidad y rebeldía, por lo que tales anglicismos se traducen o adaptan a nuestra lengua, lo que nos alivia algo la sensación de ser unos tutelados profundos, de siervos que hablan por boca de sus amos.
La lista de expresiones de lo digital forma hileras casi interminables, por lo que urge un diccionario que las recoja, dado que la mayoría son totalmente desconocidas para los hablantes. Ocurre asimismo que, al tratar de asimilar esos nombres al propio idioma, se incurre en abundantes choques lingüísticos, pues añaden sonidos inéditos y nuevos significados a palabras que ya los tenían, con lo que crece la riqueza lingüística pero a la vez la confusión de la polisemia. ¿Quién hubiera osado vaticinar que un despreciado y familiar animalejo doméstico, el ratón, designaría ese aparatillo con el que correteamos por la pantalla del ordenador?
Hasta casi ayer mismo, navegar estaba reservado a las embarcaciones, que lo hacían por mares, ríos y lagos. La llegada de la aviación trajo conceptos como el de 'navegación aérea', y la aventura espacial incorporó el de 'naves espaciales' para distinguirlas de barcos y aeronaves. Naturalmente, la era digital creó su propio vocabulario, de ahí que quienes frecuentamos las redes somos 'internautas' que 'navegamos' por rutas electrónicas para llegar a 'puertos' por los que acceder o abandonar el 'mar' de internet (la maquineta donde tecleo, gobernada en la distancia y el anonimato por algoritmos, se empeña en escribir 'internet' con mayúscula, y me corrige cambiándome repetidas veces la 'i' minúscula por mayúscula; cuando por fin logro imponer mi voluntad, se atreve a dejar la palabra subrayada con una infamante línea roja para tacharme de analfabeto digital como venganza por desoír sus instrucciones). Escribo así internet como protesta por el hecho de que palabras trascendentes como 'solidaridad', 'nobleza de espíritu', 'libertad', 'justicia' se ha decidido que perdieran el honor de las mayúsculas iniciales para escribirse con minúscula, lo que viene a ser una vacía propuesta lingüística de igualitarismo, dado que en la sociedad aún perviven inquietantes diferencias de clase.
La cultura cibernética posee sus expresiones cristalizadas. Lo es 'apagado o fuera de cobertura' para indicar que un móvil esta desconectado o que su portador se halla donde no llegan las 'benéficas' ondas digitales, lo que significa que está fuera de la civilización y, en consecuencia, sometido a terribles peligros y asechanzas desconocidas, el mayor de los cuales es –horror de los horrores– estar desconectado, que es como decir aislado del mundo.
Cuando mucha gente sabe que tanto el cielo como el infierno, si existen, están en la tierra, e incluso me atrevería a decir que dentro de nosotros, la tecnología digital utiliza curiosas similitudes. Así, nos 'bajamos' información de internet, como si este invento residiera en las etéreas regiones celestiales. En esta línea de pensamiento se halla 'la nube', igualmente situada en el cielo cibernético, que se refiere a esa entelequia de un arcón de casi infinita capacidad para almacenamiento de datos supuestamente inviolables. Todo ello hace que, más que un estadio tecnológico, el mundo digital se asemeje a una nueva religión, la del imperio GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple), cuyos sacerdotes y profetas, Bezos, Tesla, Gates y Zuckerberg, asistidos por una legión de monaguillos, ofician la ceremonia de la alienación global.
Por las redes circulan los rapidísimos 'memes', imágenes asociadas a textos que expresan conceptos, hechos o situaciones, frecuentemente bajo cobertura humorística. Con ellas, en fin, se 'captura' información. Puesto que son un aparejo marino, debería utilizarse 'pesca', pero como igualmente se 'cazan' pájaros con red, alguien ha optado por el genérico 'capturar', a pesar de que uno de los logos de esta tetrarquía es un pajarito que 'tuitea', es decir 'pía', gorgoritos o trinos, traducidos como 'tuits'.
Dejo dicho, para que conste y no sea considerado un peligroso negacionista de los formidables servicios de la tecnología digital, que mi rechazo se refiere a los aciagos efectos de su abuso, y no va contra aquellas prácticas que contribuyen al progreso en comunicaciones, biomedicina, economía y ciencias aplicadas. Peligros y asechanzas que han llevado a mucha gente lúcida a buscar la tranquilidad anímica 'quitándose' de algunas redes, como quien se 'quita' del tabaco, las drogas o el alcohol.
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