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Platón y Aristóteles escribieron sobre el arte de enviar esos mensajes que, aparentando una cosa, significaran otra, influyendo así en el subconsciente del receptor. Pintores como Leonardo, Juan de Juanes y Velázquez gustaban de incluir elementos que, descifrados, significaban cosas diferentes a lo expresado en sus pinturas.

Ya en el siglo XX, O. Poetzle demostró que el contenido de los sueños se compone de información recibida subliminalmente, mientras que, en 1957, James Vicary dejó boquiabierta a la prensa al reconocer que había introducido en una película, y a través del taquistoscopio, mensajes invisibles como 'Beba Coca Cola' y 'Coma palomitas de maíz' a una velocidad tan rápida que no pudieron ser percibidos conscientemente, pero que aumentaron considerablemente las ventas de ambos productos. Había nacido la publicidad subliminal, prohibida por un buen tiempo en EE UU ante el pánico generado.

Estoy seguro de que Iván Redondo, el gurú de Sánchez, ha profundizado en la teoría y la práctica de los mensajes subliminales y sabe que, en muchos casos, lo importante es influir en el subconsciente, engañando al consciente. Y así Sánchez, el tirano, nos está haciendo llegar esos engañosos mensajes desde el minuto cero de su tormentosa investidura. Tomen nota: el abrazo al comunista de la coleta sirve para blanquear la repulsa que muchos votantes de izquierdas tienen a una forma de gobierno colectivista, ejemplo de ruina y depravación. No comparecer en Zarzuela para comunicar al Rey la composición del Gobierno -cuando corresponde a Felipe, el Sexto, nombrar y separar a los ministros a propuesta del presidente- es para decirnos que él manda más que el Borbón, que no es otra cosa que un adorno.

El nombramiento de Dolores Delgado, la reprobada ministra, indigna según Podemos, amiga de Garzón y confidente de Villarejo, como fiscal general, nos manda un doble mensaje: «Voy a poner a mis órdenes a los fiscales para arreglar los asuntos que me convengan, y ojo a los otros togados, a los jueces, porque voy a 'desjudicializar' todo lo que me moleste a mí y a mis socios». El pasar a los martes los consejos de ministros es una misiva a los diputados que quieran controlar la acción de su gobierno: «Montesquieu murió y no lo vais a resucitar». «Los hijos no son de los padres», agárrame esa mosca por el rabo, manda decir a la señora Celaá para que sepamos que a las nuevas generaciones las educa él, Sánchez, y así, una vez lavados los jóvenes cerebros, eliminado el contrapeso de las familias, tiene el terreno abonado para perpetuarse en el poder. «Me voy a reunir con el inhabilitado Torra, pese a quien pese», el mensaje es que los independentistas tienen razón y él, el presidente, con el diálogo, permitirá que consigan, a pesar de las derechas intransigentes y reaccionarias, la independencia, y así seguir gobernando en la España federal.

Esto no ha hecho más que empezar; cada día un mensaje subliminal, por lo menos, hasta que nuestros cerebros, proclives al mando, acepten sin discusión que el Mesías es Sánchez, el que manda, el todopoderoso, y que los que se opongan a su tiranía lo tienen claro. Y con el fin de que los mensajes lleguen debidamente aderezados hay que sazonarlos con la pimienta del odio, la revancha, la descalificación de los contrarios, para que, enfrentados de nuevo los españoles, emerja la figura del gran tirano travestido de pacificador.

No me dirijo a la oposición, porque es su deber denunciar comportamientos totalitarios y antidemocráticos, pero sí a los que creemos en las libertades con minúscula, en la convivencia en paz, en el respeto al contrario, los que no buscamos revanchismo, queremos la independencia de los poderes del Estado como garantía de las libertades, en definitiva a todos los que repugna que nos obliguen a pasar por el aro del totalitarismo, a ellos me dirijo, incluyendo a los buenos socialistas. Debemos estar muy atentos y actuar, cada uno en la medida de sus posibilidades: Sánchez puede gobernar porque ha ganado, pero sin salirse un milímetro de las reglas del juego que nos hemos dado y que son garantía de la paz y el progreso que tanto nos ha costado conseguir. «Cada uno valemos tanto como vos, señor Sánchez, y todos juntos, más que vos».

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laverdad Iván, el mensajero