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El ser humano se ha empeñado desde sus orígenes en crear imágenes capaces de transmitir valores, sentimientos, aspiraciones o una simple idea. Aristóteles afirmaba, incluso, que estas constituyen una de las manifestaciones más evidentes de la inteligencia humana. De todos los símbolos creados por el hombre, la cruz es el mejor ejemplo de su inmenso poder, un isotipo al que 2.920 millones de cristianos veneran y otorgan un valor y trascendencia ilimitados.
Todas las culturas y sociedades han creado sus símbolos, así como sus propios ídolos a los que venerar, seguramente por esa necesidad -tan humana- de creer y seguir a los que han de marcar un camino sin el cual la sociedad se encontraría perdida y huérfana.
En el apogeo del consumismo, las marcas comerciales han ocupado también ese papel, y compañías como Apple o Nike son -sobre todo- una imagen de marca, que cuenta por millones a los adeptos de una nueva religión en la que depositar deseos y aspiraciones.
Detrás de los símbolos ha de haber personas que den sentido y valor a las imágenes, provocando en nosotros la admiración que aspira a convertirse en fe.
Así, no podríamos entender el éxito de Apple sin la existencia de un mesías como Steve Jobs. De la misma forma que Nike es la suma de diferentes ídolos deportivos que han ido conformando el poder de una marca valorada hoy en 28.450 millones de euros.
Nelson Mandela y su lucha contra el 'apartheid' convirtieron en símbolo de libertad los dígitos 466/64, el número con el que Madiba fue encarcelado en la prisión de Robben Island. En agosto de 1963, el reverendo Martin Luther King transformó cuatro palabras, «I have a dream», en un poderoso logotipo a favor de la igualdad. Mahatma Gandhi hizo de su mano levantada mostrando la palma un icono de su doctrina de la no violencia, proclamándose en exponente de la paz. Un deseo que tiene su propio símbolo, un círculo con tres líneas en su interior, creado en 1958 por el diseñador Gerald Holton para la campaña de desarme nuclear.
Desde hace tiempo, asisto con enorme atención al fenómeno que representa Greta Thunberg, un interés en el que se mezcla mi condición de profesional de la comunicación, con mi admiración por cualquier ser humano capaz de movilizar a millones de personas por una causa justa.
Es apasionante ser testigo de la construcción en directo del mayor icono social de lo que llevamos de siglo, una adolescente que ha despertado la conciencia medioambiental en todos los rincones del mundo, con especial éxito entre los jóvenes. Y es paradójico, también, constatar que dicha construcción lleva consigo el insulto y el odio de una buena parte de la sociedad. Así es como fue siempre... Jesús de Nazaret tuvo en escribas y fariseos a sus grandes enemigos, Luther King a la Norteamérica blanca, Mandela a los afrikaners y Gandhi a todos los países colonialistas que temían el contagio de esa epidemia que es el deseo de libertad.
En el caso de estas figuras, resulta fácil entender las motivaciones egoístas de sus enemigos, pero en el caso de la joven sueca, asisto con estupor a una corriente de vehemente animadversión que utiliza como insulto la condición de Asperger de la joven, sin saber que personalidades como Isaac Newton o Albert Einstein fueron otros afectados por este trastorno. Que dirigen las críticas a sus padres, acusándoles de manipular a su hija, sin tener la valentía para aceptar que cualquiera de nosotros sentiría un profundo orgullo por ver a su pupila convertida en ejemplo para millones de personas en todo el mundo, y que nuestro deber como padres es, precisamente, hacer de nuestros hijos personas capaces de dejar una huella en un planeta demasiado lleno de gente intrascendente que está solo de paso. O que minusvaloran su juventud, sin entender que eso es, precisamente, lo que convierte a Greta en un icono extraordinariamente novedoso en comparación con sus predecesores.
Pero a diferencia de sus antecesores, Greta Thunberg carece de un símbolo, una imagen de marca que represente con eficacia su mensaje, capaz de perdurar, de trascenderle, incluso a ella.
Su cartón blanco con letras negras rotuladas, en el que podemos leer (siempre y cuando sepamos sueco) 'Huelga escolar por el clima', no parece suficiente.
Convendría, antes de que la crucifiquen, diseñarle un buen isotipo, encontrar su 'crux', para que su doctrina aspire a convertirse en religión, y de paso, demostrarle a otro Asperger, Charles Darwin, que en efecto, somos seres evolucionados, que hemos aprendido que el paraíso no es eterno, y que nos lo estamos cargando entre todos.
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