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Cuando el Islam se alce en Europa en el momento que reciba el mandato, algo que ocurrirá con la seguridad con la que la sangre de la salamanquesa es el color carmesí más perfecto de la Creación, solo me quedará meterme a neocruzado y echarme ... al monte de Covadonga o haberme convertido ya en musulmán. Un papa como Bergoglio me empuja, inquietante, hacia lo segundo. No me gusta la catadura de ninguno de sus amigos y ni careto falsamente bondadoso; mi Cielo es su Infierno y viceversa.
Bergoglio qué duda cabe que se va a condenar al último círculo del Dante, pero lo del Cielo no me convence, porque el legendario excatedrático de Derecho Romano don Jesús Burillo me tiene asegurado que, cito literal de las cultivadísimas cartas que me envía, «si algo queda claro en las Sagradas Escrituras es que en el Cielo no se folla». Las inflexiones vocales de los almuédanos islámicos, que lleva y trae el viento del crepúsculo en ondulaciones deliciosas por espeluznantes, me establecen una conexión directa con el Cosmos. Experiencia mística que no me ha ocurrido jamás con los cánticos panolis y las palmas tipo 'Amo a Laura' de las iglesias postconciliares y brutalistas, que van contra todo lo que el instinto me dicta que es alto, noble. Prefiero un imán recitando de forma desnuda versículos del Corán que un cura católico vestido de autobusero que ha abandonado el latín y no oficia dando la espalda a los fieles. Esto solo lo puede arreglar un papa negro africano ultraconservador. Con Bergoglio estoy seguro de que Chesterton no se hubiese convertido al catolicismo y menos Oscar Wilde. No me sirve que hasta el erudito padre Fortea mantenga que en la impecable elección de Bergoglio ha intervenido como siempre en estos casos la mano de Dios. Creo que Dios debe despedir a su director de personal.
En cambio Alá se encuentra en plena forma. Contemplo con poco disimulada envidia a toda esa gente que quiere parecerse a las cabras (como los cristianos a las ovejas del rebaño) y en cuyos corazones habita una presencia sobrenatural algo escasa de humor pero nada relativista. Da igual que luego resulte que en el Paraíso prometido no hay aparcamiento. La felicidad consiste en el camino. A Alá no hay que intentar explicarlo, no puede representarse, es tal vez la materia oscura del Universo, que está en todas partes pero no se sabe qué es, las manos abiertas como pantallas de los fieles sirven de parabólica para recibir sus ondas y como abstracción pura, minimalista, es la última evolución del monoteísmo. Para mantener la fe que me cuesta ya sentir acudo a elevarme a cualquier catedral gótica, pero luego me acuerdo de Bergoglio, que más que el gótico le tira la hortera Casa Rosada, Miraflores o el mausoleo de Lenin.
Me pregunto si Bergoglio no tendrá una hermana monja que, de madrugada, le lleve a sus aposentos uno de esas infusiones enriquecidas con las que en Italia es tradición acabar con los problemas.
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