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De la ironía al compromiso

No sería mala idea, ante la magnitud de la epidemia y lo incierto del porvenir, que nos consoláramos, aunque fuese con las ficciones del cine

Domingo, 24 de mayo 2020, 23:23

Durante el prolongado confinamiento, una de las distracciones preferidas de los amantes nostálgicos de un cine con pocas similitudes con el actual –mención aparte de las tan de moda series televisivas– han sido las películas clásicas. Una de tantas es 'MASH', de Robert Altman, director considerado 'de culto'. Es autor de una filmografía de acusado sello personal, alejada de las modas imperantes en su momento y también reacio a hacer concesiones a los dictados de la industria. Esta satírica mirada sobre un hospital de campaña durante la guerra de Corea –galardonada con la Palma de Oro del Festival de Cine de Cannes– transgredía los límites de la corrección, tanto sobre la cirugía, como sobre el conflicto de Vietnam, que estaba en pleno apogeo durante su filmación. La película, pese a su aparente frivolidad, fue elegida para formar parte del archivo del Instituto Americano del Cine, honor reservado a obras consideradas documentos históricos, por ser reflejo del contexto de una época determinada. Sería otra muestra de la capacidad, tan norteamericana, para aceptar y adoptar en todos los casos lo excelente, sin importar su procedencia.

La idea de una sanidad militar siempre estuvo presente desde los albores de la medicina. En los campos de batalla –también en la antigüedad clásica–, los cirujanos han cobrado esencial protagonismo en la atención a los heridos. A lo largo de la historia, el cuidado de las diferentes tropas se ha ido amoldando a las distintas necesidades. Sería ejemplo –entre innumerables– de esta singular relación, el imponente Hospital de Marina de Cartagena, hoy sede universitaria de deslumbrante arquitectura. Los hospitales de campaña en el frente se establecieron de manera reglada con la iniciativa pionera de Larrey, cirujano francés del ejército napoleónico, cuando instauró un sistema de transporte por medio de carretas hasta lugares cercanos. Los cirujanos trataban las heridas, logrando reducir de modo considerable las bajas. Esta idea inicial se ha ido perfeccionando, con hospitales mejor dotados y más alejados de la primera línea. Fue gracias a las ambulancias y posteriormente a los helicópteros, en una cuestión en la que el tiempo de atención resulta clave. Es la actividad que refleja la citada película 'MASH', acrónimo que corresponde a hospital móvil quirúrgico del ejército.

En estas premisas se siguen basando los actuales hospitales militares. Si bien han diversificado notablemente sus actuaciones, rebasando las meras funciones bélicas, esforzándose en un sinnúmero de tareas de ayuda a la sociedad. Hoy podemos ver las nuevas misiones que afrontan los ejércitos, requeridos en misiones internacionales de pacificación en distintas áreas conflictivas. Y sobre todo se han dedicado a socorrer a las poblaciones azotadas por desastres naturales, como inundaciones o terremotos, en una actuación muy meritoria.

La idea de una sanidad militar siempre estuvo presente desde los albores de la medicina

Estos días hemos contemplado un muestrario elocuente de tales cometidos sociales. Y han aparecido en nuestro horizonte cotidiano los hospitales de campaña. Articulados en un tiempo récord, con la intención de reforzar los ya establecidos por la sanidad ordinaria, acogieron a la ingente cantidad de afectados por la infección viral. Gran parte de ellos han sido montados por el Ejército, en diversas ciudades españolas azotadas por la pandemia. Es un despliegue ensalzado de manera generalizada, porque han resuelto la necesidad perentoria de contar con camas adicionales, evitando saturar las hospitalarias convencionales, durante los momentos álgidos de la expansión del coronavirus. Como suele ser norma habitual, tampoco podían faltar algunas quejas incomprensibles hacia esta labor altruista, esgrimiendo argumentaciones de rechazo, de matiz un tanto burdo, al carácter militar de estos hospitales.

En vista de ello, para relajar el ánimo, no sería mala idea –en estas horas en las que el pesimismo nos tiene todavía cohibidos– ante la magnitud de la epidemia y lo incierto del porvenir, que nos consoláramos, aunque fuese con las ficciones del cine. Puestos a ridiculizar y arrancar sonrisas de hechos como las objeciones apuntadas a los hospitales militares, semejante material daría mucho juego en manos de algún avezado guionista. Cabe imaginar un relato a cargo de Azcona y filmado, claro está, por Berlanga. Sería, salvando las distancias, como un trasunto de la también genial película 'La vaquilla'. Podrían narrarse las aventuras y desventuras de un equipo sanitario –de las tenidas como fuerzas de ocupación en territorio hostil–, empeñadas en la singular y contradictoria tarea de 'salvar las vidas del enemigo' (sic).

La ironía y el sentido del humor, tan necesarios en nuestra vida cotidiana, tendrían, mediante el tema de los hospitales de campaña, una razón de ser. Y, además de eso, sabríamos del compromiso para acudir en socorro de las contingencias sanitarias. Bueno sería que no hubiera necesidad de requerirlos.

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