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«Creced y multiplicaos», nos dijo nuestro Creador, y puede afirmarse que, en este aspecto, le hemos obedecido fielmente, pues, según cálculos de expertos, son ... más de 100.000 millones de almas las que, desde la aparición de los humanos en un momento de la historia, hemos pasado habitando nuestro entrañable planeta Tierra.
Una mujer que se tomó muy a pecho esta consigna del Creador fue Valentina Vassilyeva, una campesina rusa del siglo XVIII, que, con una descendencia de 69 hijos, ostenta el récord Guinness en cuanto a maternidad. Es curioso cómo la historia modifica las formas de pensar de las personas. Antiguamente, tener hijos era considerado una bendición. La mujer que no los tenía, en el mejor de los casos, escueta y fríamente se sentía triste y afligida y, en el peor, creía que pesaba una maldición sobre su matrimonio. Las circunstancias de un nuevo escenario socioeconómico, la entrada de la mujer en el mundo laboral, las mayores dificultades de acceso a una vivienda apropiada para una familia numerosa, así como las innumerables propuestas para combatir el ocio, todo esto junto, hacen que el matrimonio, hoy en día, se lo piense muy bien antes de desear tener prole.
No cabe duda de que la abundancia de seres humanos es una considerable riqueza, desde todo punto de vista. Hay quien dice que van siendo escasos los recursos naturales para tanta población, sin embargo, según dicen expertos economistas, «el recurso más escaso del que disponemos no es ningún mineral, sino la mente humana. Cuantas más personas cooperemos en la generación de riqueza, más riqueza generaremos». Estamos de acuerdo en el ejercicio de una paternidad responsable, buscando tener el número de hijos que, razonablemente, con todos los condicionantes que nos pone nuestra actual sociedad y forma de vida, podamos alimentar y educar. Eso ha hecho que haya descendido de forma significativa el número de nacimientos, ralentizando así el crecimiento de la población, y ello pese a la prolongación de la esperanza de vida, lo que nos lleva a un claro envejecimiento poblacional.
Si, por un lado, la mujer adopta un rol más activo en el mundo laboral, si el encarecimiento del precio obliga a habitar en viviendas de escasa superficie, si las dificultades económicas desincentivan una mayor natalidad, si el ocio exige una mayor dedicación de tiempo, si la medicina ha proporcionado mayor esperanza de vida y, por si algo faltaba, se vienen provocando en España más de 100.000 abortos cada año, todo ello unido nos conduce a una pirámide poblacional cada vez más invertida, con el consiguiente envejecimiento de la población. Todas estas circunstancias han dado lugar a lo que ha venido en llamarse el «invierno demográfico».
Si es cierto lo que se suele decir, que el futuro de una nación son sus niños, entonces tendremos que convenir en que una nación sin niños tiene escaso o ningún futuro. De «invierno demográfico» podemos pasar entonces a «suicidio demográfico». Permítannos ilustrar este artículo con algunas cifras, utilizando el INE como fuente: de los casi 5 niños por mujer nacidos a principios del siglo XX, hemos pasado en la actualidad a una fertilidad de 1,2 niños. España está a la cola de la natalidad en Europa. Los 6,5 millones de niños de hoy son el doble de los que habrá dentro de 20 años y, por otro lado, si en 1975 las personas con más de 65 años constituían el 10% de la población total, actualmente son el 20%, o sea, el doble. Y eso a pesar de que en los últimos años son más las muertes que los nacimientos.
Si de los 18 millones de habitantes del año 1900, hemos pasado a los 47 millones de la actualidad, observamos con cierta preocupación que, de los años 2000 al 2018, la población en España creció 6 millones, pero gracias a que la inmigración supuso, en ese mismo periodo, un aumento de de 12,7 millones, es decir, la población autóctona sufrió una sensible disminución. Entre los años 2008 y 2018, pese al empuje inmigrante, la población total prácticamente está estancada, presentando un crecimiento de tan solo 1 millón de personas.
Ojo, el hecho de que las personas vivan más años es claramente un signo de progreso, siendo España, a nivel mundial, uno de los países con mayor esperanza de vida, pero lo que sin duda es un valioso logro, puede llegar a convertirse en un escenario difícilmente gestionable, especialmente si no va acompañado de una razonable tasa de natalidad.
A la vista de estos datos, podemos concluir que España tiene un serio problema demográfico, que solo en parte puede salvarle la inmigración, así como la adopción de determinadas políticas, entre las cuales, podemos citar: -Fomento de la natalidad, mediante ayudas económicas razonables por cada hijo, tanto de forma directa, como por incentivos fiscales. -Facilitar los procesos burocráticos para la adopción, como una de las alternativas para las embarazadas que estén pensado en abortar. -Educación infantil gratuita. -Campañas de sensibilización y concienciación de la importancia de la natalidad y maternidad. -Aplicación del IVA reducido, tanto en productos de alimentación infantiles, como en material higiénico-sanitario. -Políticas de conciliación laboral, que posibiliten el necesario equilibrio entre el trabajo y la familia. -Pacto para la inmigración, dentro de un adecuado marco regulatorio.
Seamos positivos y soñemos, en lugar del invierno, será una primavera demográfica la que llegue.
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