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Doña Claudia, la nueva presidenta de México ha anunciado orgullosamente que no ha invitado a nuestro Rey Felipe a su toma de posesión, pero que ... sí lo ha hecho a Putin, Maduro y Díaz Canet.
¿Que ha podido llevar a la a la señora Scheinbaum a desairar públicamente a un rey democrático y respetado mientras cursa invitaciones a los sospechosos habituales –casi delincuentes según el derecho internacional humanitario– ruso, venezolano y cubano?
La razón es que está herida porque nuestro Rey no ha contestado a una carta que le dirigió López Obrador pidiéndole que España se disculpara por las tropelías que hicimos en la conquista de América. La señora Claudia parece idiota y analfabeta, como su predecesor, pero no lo es. Juega al populismo barato y a la demagogia para su consumo interno dado que atacar a Estados Unidos y España son allí rentables y una excelente cortina de humo. Para tapar, por ejemplo, que la droga controla amplios sectores de la sociedad mexicana, que hay 80 homicidios cada día y que México está, en listas bastante serias, entre los treinta países más corruptos del mundo.
Doña Claudia, fullera ella, echa leña al fuego de la intermitente tensión hispano mexicana irritándose porque Don Felipe no contestó a la carta, algo que iría «en contra de las normas diplomáticas». La explicación es de una cateta. El Rey no podía contestar a una petición estúpida. De entrada, a nadie se le ocurre que España deba solicitar disculpas a Macron por la invasión napoleónica, a los dirigentes de Siria, Irak o Arabia saudí por la conquista de nuestro país en el siglo VIII o a la señora Meloni porque los imperialistas romanos se apoderaron de España en la época de Cristo.
En segundo lugar porque, al contestar, el Rey tendría que defenderse y decir que en México, en concreto, si Cortés fue un conquistador que cometió algún exceso también fue un libertador que sacó de la sumisión abyecta a centenares de miles de toltecas, olmecas... que padecían el salvaje e inhumano yugo de los aztecas a los que López Obrador y Doña Claudia veneran. Si el Rey fuera tan impertinente como la presidenta podría añadir que los aztecas sacrificaban en cada fiesta religiosa a centenares de seres humanos de otras tribus y se los comían.
Si el Rey fuera un diplomático jubilado como yo, lo he escrito, podría concluir diciendo: «Por lo tanto, si Cortés y los españoles fueron en algún momento cabroncetes, debo inferir que los aztecas, que usted admira, eran unos antropófagos hijos de puta por los que los dirigentes mexicanos deberían pedir perdón a toda la humanidad en la ONU».
El Rey no puede entrar en esa discusión porque encresparía más la situación. Estaría repitiendo la admonición popular meXicana: «ves que el niño es pedorro y le das fríjoles».
La ofendida Claudia ha tratado arteramente de ningunear al rey invitando a la Princesa Leonor y a Pedro Sánchez. Burda maniobra, es inconcebible que la heredera vaya a un acto cuando se ha despreciado a su padre, y Sánchez ha tenido dignidad y dicho que la exclusión del Rey es inadmisible.
A la nueva presidenta, a su predecesor y a los animadores de ambos, como la señora de Obrador y el portavoz Jesús Ramírez, Sánchez podría haber dicho que las ofensas al jefe del Estado no son el mejor remedio para que, como ellos piden, «se encuentren entendimientos basados en nuestras soberanías y respeto mutuo». La embajada de España en una nota de queja sin acritud, porque los mexicanos antiespañoles son muy sensibles, podría recordarles que la Constitución española recoge en su artículo 56 que «el Rey es el Jefe del Estado... que asume la más alta representación del Estado en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica...». Habría que enviarle copia a Errejón, ese demócrata egregio que junto con Iglesias quiso acaparar la televisión pública y el CNI cuando entraron en el Gobierno y que acaba de manifestar que no cree que Don Felipe represente bien a España en el exterior. ¡Que el Señor le proteja la vista y le haga repetir los artículos de la Constitución!
Muchos mexicanos, especialmente en la izquierda, tienen una fijación con la alevosía de Cortés y el alma beatífica de los aztecas y con que España es responsable de su atraso. En la reinterpretación de la historia que pide doña Claudia para crear una atmósfera pura hispano mexicana (siendo ella la que la ha enrarecido) habría que recordarles que Cortés y los bárbaros españoles crearon el mestizaje del que México parece estar orgulloso, que los indios y mestizos son amplia mayoría de la población del país y que, sin embargo, desde la independencia, cuando ya no los gobierna la malvada España, ha habido unos cincuenta presidentes y sólo uno ha sido indio. Uno.
También debería contar el porcentaje de indígenas y mestizos que hay en la civilizada Estados Unidos y cuántos en México, y que haga comparaciones sobre la conducta de los conquistadores de las dos zonas.
Rematar que España creó 32 universidades en Iberoamérica frente a la cantidad ridícula que fundaron los ingleses en la India y los belgas en el Congo. Puede que no interese a Doña Claudia. Pero, por favor, que en unos años no se la invite a venir a España. Somos capaces de hacerlo con Zapatero de mediador áulico.
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