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Un aspecto destacado de la investigación científica de mayor interés actual trata de desvelar los mecanismos del envejecimiento. Por ahora con experiencias de laboratorio, sobre células o animales de experimentación, con la intención de su posible aplicación en la especie humana, hipótesis varias alejadas de ... resultados satisfactorios y de pronta aplicación. Las alternativas, tanto farmacológicas como de manipulación genética, se encuentran en una etapa, valga la expresión, embrionaria. En cualquier caso, hay que afirmar con convicción que no cabe considerar esta etapa vital como otra enfermedad al uso, circunstancia aparejada al necesario empleo de medicamentos para su tratamiento, en esa deriva de considerar como cuestiones de salud cualquier aspecto de la vida humana. Como tampoco cabe, en estas experiencias científicas, las conjeturas sobre tender hacia una utópica inmortalidad, fantasía distópica inimaginable, como estremecedora. La idea de añadir años a la vida, sin más, para alargar la condición finita de la especie carece de sentido.
En lo que no hay discusión posible es en la aspiración deseable de alcanzar una madurez con calidad, restringiendo las limitaciones físicas del cuerpo, una vez llegada la longevidad. El implacable paso del tiempo desgasta las estructuras orgánicas, en un progresivo e implacable deterioro al que contribuyen factores del propio metabolismo del cuerpo, derivados de la producción de energía imprescindible para la vida. Este desgaste del armazón corporal –edificado sobre la carga genética heredada– se ve favorecido por el impacto de factores externos como el medio ambiente, el estilo de vida individual, los hábitos y costumbres, en conjunción con variables como las condiciones sociales y económicas en las que se desenvuelve la existencia personal. Ya sean la alimentación, la educación, el cuidado corporal, la habitabilidad o el confort determinantes en su contribución a corroer con su acción sostenida al organismo, en un diferente grado de velocidad.
Las distintas etapas del desarrollo modelan la fábrica del cuerpo, apreciables de modo notorio en la envoltura que constituye la morfología externa. En la adolescencia, y juventud, las formas son flexibles, armónicas, en etapas escasamente proclives a las enfermedades. En la edad adulta, los factores mencionados provocan un sostenido y progresivo menoscabo funcional, con aumento de taras y limitaciones físicas, afectando en diverso grado al armazón corporal. En este recorrido vital, al arribar a la senectud, afloran aspectos como la pérdida de la elasticidad y limitaciones a la movilidad, en un menoscabo del normal funcionalismo fisiológico, al compás de ese desgaste evidente de músculos, huesos y articulaciones. Mientras, al unísono aparecen déficits sensoriales que menguan la capacidad de respuesta a las contingencias cotidianas. Se hace patente la imagen de la huella de la decrepitud con la apariencia corporal externa, en ocasiones como encorvados y resecos troncos leñosos.
El envejecimiento biológico está sometido al control genético, predeterminado por la biología de las células, cuya capacidad para dividirse un número de veces concreto y determinado está prefijado en los cromosomas. En un delicado y complicado equilibrio entre la muerte de las células, alcanzada su función y las destinadas a remplazarlas en su cometido, similar en todas las especies. Con cada nueva división celular los extremos de estos cromosomas, conocidos como telómeros, van acortando su longitud, de manera programada. Es una acción continuada, regular, inmutable, cuyo mecanismo íntimo no es posible revertir, pese a la espectacularidad creciente de los avances de la medicina. Aspecto hacia el que se enfocan las investigaciones sobre los mecanismos determinantes del envejecimiento y la degeneración de órganos y sistemas.
En este sentido, la biografía de la persona muestra una patente discordancia entre la materia física, constitutiva del cuerpo y la digamos riqueza de la mente, gracias al rico caudal de experiencias atesoradas y el saber adquirido. Algunas autobiografías relevantes nos hablan de este acusado contraste entre materia y espíritu. Es forzosa la referencia a 'De senectute' de Cicerón. O la autobiografía de la Premio Nobel italiana Rita Levi Montalcini. Como las reflexiones de Santiago Ramón y Cajal en 'El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arteriosclerótico'. En el prólogo, afirma que «en esta obra pasaré revista siquiera sea muy sucintamente, a las decadencias inevitables de los ancianos, singularmente de los octogenarios, agravados por achaques o enfermedades eventuales. Es un relato de magnífica prosa, sobre las cuestiones relevantes a su juicio de esta etapa de la persona que analiza en cuatro apartados: 'Las tribulaciones del anciano', 'Los cambios del ambiente físico y moral', 'Las teorías de la senectud y de la muerte' y 'Los paliativos y consuelos de la senectud'. Es una lectura sobre la vejez, etapa que culmina una vida plena, rica en recuerdos, como la que todos anhelamos en ese regreso a la Ítaca soñada.
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