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El gol de Iniesta

EL DÉCIMO DENTISTA ·

Viernes, 10 de julio 2020, 02:25

Hace diez años, aprendimos 'suave desaceleración' como eufemismo de la crisis; entre galgos o podencos, la prima de riesgo escalaba hacia el estrellato. Se extendía el pesimismo; los salvíficos planes E solo producían carteles mayores que la obra anunciada; ZP anunciaba una reforma laboral con sindicatos amenazando huelgas; Bruselas exigía recortar el doble; las cajas, aquella banca pública politizada que algunos añoran, jugaban al tú la llevas de activos tóxicos suspendiendo en solvencia pero asegurando pensiones doradas para sus nefastos gestores; Pepiño Blanco proponía recortar trenes, él era más de gasolineras; subían el IVA y las eléctricas escalaban recibos; los casos de corrupción se gestaban con nombres propios amasando lo impropio; el lío del Estatut estaba servido y Pujol todavía parecía honorable. El relato caleidoscópico atisbaba una dura realidad. Pero aquella España abandonó temporalmente las politizadas diferencias por un pasajero relato común. Todos nos reconocimos y reencontramos en el gol de Iniesta. Orgullosos exhibimos nuestros colores y símbolos. Aún hoy, nos emociona rememorar la hazaña de ese 11 de julio. Por fin, éramos campeones del mundo. Algo bueno que compartir con los nuestros.

Explica nuestro brillante filósofo Higinio Marín que el dominio del fuego creó un espacio nuevo a salvo de la intemperie, realidad hostil, donde compartir y conversar: el hogar. A su alrededor, los relatos, las canciones y los símbolos propiciaron cohesión y supervivencia. Una argamasa para caminar juntos. Cuando la revolución francesa demostró que las masas eran instrumento de cambio social, símbolos, canciones y relatos alcanzaron una dimensión que trascendía a la tribu. Las guerras del siglo XX transformaron los relatos en discursos y los símbolos en consignas para ordenar y enardecer a las masas. Actualmente, las TIC reconcilian lo global con lo tribal facilitando el retorno al relato. Abandonamos mítines para acudir al calor del relato del tertuliano afín, así reencontrarnos y reconocernos en la tribu virtual. Pero, como en 'Her', envueltos en relatos burbuja a medida, nos enamoramos de nuestra proyección alejados del resto. Hoy, los hogares se apagan; los relatos se instrumentan para microdiferenciarnos y distanciarnos como islas del Egeo; y los símbolos se desdibujan al ritmo de estatuas derrocadas. Solo la música, que aún puebla nuestra memoria, parece preservar la llama de lo que fue un hogar donde Totó de 'Cinema Paradiso' se reencuentra o el padre Gabriel se reconoce en hermandad con los guaraníes al son del oboe.

La crisis que ahora nos abisma nos recordará la anterior, pero esta vez nos dará caza desprovistos de relatos y símbolos, sin hogares donde guarecernos. Mientras podamos, compartamos lo que en libertad nos enorgullece y emociona, antes de que acaben tachando como insultables o políticamente reprochables la música de Morricone o el gol de Iniesta.

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