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Dado que el PSOE actual y parte de los del Antiguo Testamento consideran que Griñán y sus compañeros no deben ir a prisión, muy pronto ... vendrá el indulto. No importa que los tribunales hayan fallado que crearon «un sistema fraudulento e ilegal que provocó un descontrol absoluto sobre los 680 millones distribuidos...». Nuestra izquierda cree que ella es superior moralmente, se rasga las vestiduras ante los escándalos del franquismo como Matesa, encuentra normal que Rita Barberá sea sancionada por 500 euros y aplaude que Bárcenas pase años en la cárcel por corruptelas del PP, pero los que cocinaron los ERE son diferentes, tienen algo si no elogiable, sí comprensible.
Como demócrata y como andaluz estimo que es una conclusión aberrante, nefasta: estamos cuantitativa y cualitativamente ante el mayor caso de corrupción que se recuerde en España. Sin embargo, lo más ocurrente son las razones que se alegan para el indulto. Las hay patéticas y pueriles. Estas últimas me recuerdan la historia, fabulada o exagerada, del portero del Bernabéu.
Cuentan que un longevo portero en la fachada lateral del Bernabéu supuestamente llamado Casimiro Belmonte vio pasar a unos paisanos suyos, ¿de Ocaña?, ¿de Parla?, camino de la taquilla. Dos llevaban entrada y otros querían adquirirla en sitio cercano. Pensó garrapatear una nota para que un taquillero se las localizara pero se sintió generoso, era un partido que no llenaba, y les dijo: «Os dejo pasar y, si se llena el anfiteatro, os vais de pie arriba, que ahí cabe todo el mundo». Debió de ser una eliminatoria de la Copa de Europa que ganó el Madrid a la Fiorentina en el Bernabéu con goles de Di Stéfano y Gento, y en la que el club tenía la osadía de meter en el campo con ciertos riesgos físicos y legales a 120.000 aficionados. En el encuentro siguiente, de Liga, llegaron dos grupitos de paisanos. Casimiro, dubitativamente, los dejó entrar con la misma advertencia. Se corrió pronto la voz y la generosidad del portero creció, aunque persona íntegra donde las haya, no olvidó la equidad: nadie podía acceder tres partidos seguidos. Había muchos paisanos y parientes que contentar. Llegaron las fiestas del pueblo y Casimiro fue objeto de múltiples atenciones: en un restaurante no le dejaron pagar, otro beneficiado no le cobraría la reparación del coche, otro le regaló un jamón, un albañil le haría una obra cuando la quinta Copa, la mítica del 7-3 contra el Eintracht, a mitad de precio y sin IVA, y el alcalde, madridista y al que había colado dos veces en el palco en donde se codeó con don Santiago Bernabéu, ¡casi na!, le daba abrazos en cuanto lo veía difundiendo la fe blanca y 'convidando' al fútbol a tantos paisanos.
A lo largo de treinta y nueve años, Casimiro hizo mucho bien (¿a 10.000 personas?) y, sin pedirlo, fue recompensado. Su hija, sin terminar ninguna carrera, fue nombrada bibliotecaria del pueblo; un hijo aprobó las oposiciones de maestro gracias a los manejos de un paisano catedrático, y una huerta que tenía junto al garaje fue recalificada (todos los concejales, madridistas o no, habían 'visitado' el Bernabéu más de una vez, dos de ellos en la final de la Copa de naciones en la que España venció a Rusia con el gol de Marcelino y vieron cómo el estadio de pie ovacionaba al caudillo Franco, ¡una experiencia única!), lo que le permitió levantar un edificio de tres pisos para sus hijos y otro que vendió. La gente española es agradecida.
Más tarde, recién jubilado, fue elegido alcalde después de colocar a un sobrino en el Bernabéu que podría, aunque con dificultades ahora, proseguir su benéfica labor repartiendo alegrías. Casimiro proclamaba con orgullo que él nunca se había llevado un duro y en su confesión postrera, había vuelto al redil católico, adujo con humildad ante el cura: «No he robado nunca y me he esforzado siempre en dar satisfacciones a la gente, paisanos o no».
El ejemplo de Casimiro podía ser repetido por su sobrino, por un portero del Camp Nou y, ¿por qué no?, por el alcalde de Tarazona, el presidente de la diputación de Lugo o el concejal económico de Bilbao. Favoreciendo a un amigo con la concesión de la ITV, de dos gasolineras o de un concurso de limpieza, ellos podrían no haberse lucrado nada y la compensación podría llegar posteriormente con regalos o votos. No han trincado un céntimo, aunque el precedente no sea precisamente ejemplarizante. En realidad es horrible.
Más intragables son otras razones del pliego de descargo de los defensores del indulto: la primera, que Griñán y alguno de sus colegas no montaron la operación fraudulenta, no fueron los cerebros. Es difícil ya de engullir, pero bueno... Entrando ya en lo patético, está la de que no estaban al tanto de nada de lo que ocurría. Es una broma de mal gusto y un insulto a nuestra inteligencia. Una justificación para el catecismo del PSOE. El Tribunal Supremo lo desmonta afirmando que Griñán no solo conoció y permitió que se pagaran las ayudas a sabiendas del «descontrol» y de «gravísimas ilegalidades», sino que no hizo nada para impedirlo. No hace falta ser letrado jurídico para concluir que, si esas gravísimas ilegalidades ocurrieron a lo largo de varios años, si el interventor advirtió en ocho ocasiones de que estaban teniendo lugar, es rotundamente inconcebible que el presidente de la Junta no supiera nada. ¿Le ocultaban lo que estaba ocurriendo? ¿No se enteraba porque hace quince años que chochea? Resulta increíble. El indulto es un daño funesto para nuestra salud ética. Un fatal ejemplo. Es lo que faltaba después de la reforma penal de estos días. Pero Sánchez lo dará pensando que el PSOE no es corrupto, la inmoralidad es cosa de la derecha.
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