Independencia judicial
VERITAS VINCIT ·
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VERITAS VINCIT ·
Me resisto a creer que cada vez que tengan que deliberar, previamente descolgarán el teléfono para recabar órdenes de Moncloa o de GénovaDesde tiempos muy remotos existen los jueces, personas de prestigio con autoridad suficiente para resolver los variados conflictos entre vecinos. Cuando los israelitas dejaron de ... ser nómadas y las doce tribus se asentaron comenzaron las trifulcas. Algunos encontraron la explicación en la infidelidad a Dios, pero lo cierto es que hasta que no decidieron crear la figura de un juez líder supremo los conflictos no amainaron. Desde Otoniel hasta Samuel, catorce jueces se ocuparon de solucionar todos los desacuerdos. Después vino el rey y las aguas volvieron a removerse. ¡Qué juicios los de Grecia! En Roma a los jueces se les llamaba pretores, tanto el urbano como el peregrino, ocupado uno de conflictos entre ciudadanos y el otro, de éstos con extranjeros, y gozaban de gran prestigio. En España nuestro Recesvinto dispuso en su celebre Código dar gran importancia a quienes administraban justicia y los llamó 'iudices'. Alcaldes, del árabe al-qāi, se nombró durante la Reconquista a aquellos que se ocupaban de la justicia, también conocidos como oidores por su obligación de oír a las partes antes de dictar sentencia. Hasta el siglo XIX, en España la última instancia era del rey, quien tenía el poder supremo de juzgar.
El poder judicial, independiente de todo otro poder, ha sido, desde tiempos remotos, básico para una convivencia en orden y garante de los derechos y libertades individuales. El artículo 117 de nuestra vigente Constitución establece que la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey por jueces y magistrados integrantes del poder judicial, independientes, inamovibles, responsables y sometidos únicamente al imperio de la ley. Por ser un poder básico para el buen funcionamiento de un estado democrático, no puede estar sometido ni condicionado a ningún otro de los poderes, ni legislativo, ni ejecutivo, y así se ha funcionado desde la Transición tan cuestionada por algunos, pero de un tiempo a esta parte parece que pintan bastos.
No salgo de mi asombro. El Tribunal Constitucional, máximo órgano jurídico de nuestro sistema democrático, garante del cumplimiento por todos de nuestra ley de leyes, acaba de renovarse y elegir presidente y vicepresidenta. Leyendo las crónicas de este evento, los comentarios de opinión, oyendo y viendo las variadas tertulias, mi perplejidad alcanza su cénit y mis ojos, la dimensión de los platos. Todos hablan de jueces conservadores y progresistas, y dicen que se han dado de bofetadas en el primer 'round' para elegir presidente y vice, con victoria rotunda de los progresistas a quienes los conservadores, perdedores, califican de pasadores de rodillo. Parece, según las crónicas, que esos ilustres y reputados juristas están a lo que diga Sánchez los unos, los otros a lo que disponga Feijóo, y todos dispuestos a saltar al campo a infringir al equipo contrario una aplastante derrota que complazca a su patrón y así calificados, no he oído ni leído respuesta alguna de sus señorías.
¿Pero esto qué es?, ¿acaso tenemos que dar por sentado, y aceptarlo como normal, que esos reputados juristas, elegidos para tan alta misión, llegan a la sede del tribunal con el sambenito de prevaricadores colgado al cuello y, que al ponerse la historiada toga y adornarse con las afiligranadas puñetas, lo hagan encima de las camisetas con los colores de sus respectivos equipos? Me resisto a creer que cada vez que tengan que deliberar sobre recursos de inconstitucionalidad de una ley o disposición normativa con rango de ley, un recurso de amparo por violación de derechos y libertades, un conflicto de competencias entre el Estado y las comunidades autónomas, o de estas entre sí, previamente descolgarán el teléfono para recabar órdenes de Moncloa o de Génova. Quiero estar equivocado pero cuanto más me informo más temblores me invaden. Y por si fuera poca mi perplejidad, resulta que de tanto ir el cántaro a la fuente, de tanto encasillar a los magistrados del Supremo, del Constitucional, del Consejo General del Poder judicial, como conservadores y progresistas, muchos ciudadanos lo están dando por bueno y creen que ese enfrentamiento por colores políticos, y lo que supone de obediencia a quien los nombró, es lo normal. Pie a pared proclamo y sostengo que esto no puede ser así, que aunque don Sánchez lo propicie no podemos admitirlo y de ser cierto hay que ponerle inmediato remedio porque si no el fin de la democracia, que tanto nos costó a muchos traer, está más cerca de lo que imaginamos.
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