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Seguramente estamos entrando a toda prisa en el metaverso que anuncian desde California, aunque casi nadie sepa qué es. Nos están avisando de las nuevas tecnologías, que sin pausa se van adueñando de nuestras vidas cotidianas. Los teléfonos móviles, sin entrar en profundidades, las están ... cambiando sin descanso. No solo podemos comunicarnos sin límites de horas ni continentes los 10.000 millones de personas que habitamos el planeta. Además, nos están librando, o quizás mejor privando, de la necesidad de aprender que tantas satisfacciones proporciona. Las dudas o lapsus en el saber se resuelven con el recurso al móvil en segundos.
Me temo que los niños deben estar percatándose de la inutilidad de hacer deberes y aprenderse las lecciones. Google lo sabe todo y nos lo chiva al oído en cualquier momento que lo necesitemos. Ahora hay que preguntarle verbalmente o por escrito, pero no tardará el día en que nos equipemos sin tener que pasar por el quirófano con un chip minúsculo en algún rincón del cerebro que se anticipe a anticiparnos las respuestas sin siquiera tener que pensarlas. ¡Qué maravilla!, seguramente habrá quien opine. Todos lo sabremos todo, tanto da que se hable de historia que de física. No lo sé, desde luego, personalmente no me apetece que me lo den todo hecho.
Lo veo inevitable. La informática nos está facilitando las cosas, por supuesto, pero también las complica. Aquí estoy escribiendo en un ordenador de última generación que no tardará muchas horas en quedar desfasado y convertirse en chatarra. Enseguida sentiremos la necesidad de adquirir otro con nuevas y esotéricas aplicaciones que nos harán ilusión hasta empezar a pasarlas moradas para hacernos con ellas. No todo es perfecto ni práctico. Los encantos de las nuevas tecnologías empiezan en el momento hasta acabar forzando frustraciones como es el recurso perdido de la memoria. Se inventa lo difícil y se ignora lo fácil. Antes aprendíamos los nombres de los reyes godos de corrido, hoy nos vemos obligados a fijar los pines, las claves, los password, códigos y contraseñas imprescindibles para poder salir a la calle.
Todo un reto para recordar o guardar en el más riguroso secreto, para sacar dinero del cajero, para comprar en Amazon, para pagar con la tarjeta y hasta para abrir el buzón de una correspondencia que se extingue. Todo un peligro para que los más despabilados no nos estafen a los más descuidados. Nada es perfecto. Las nuevas tecnologías desbocadas nos facilitan resolver unos problemas para crearnos otros. Pero sobre todo amenazan con olvidarnos de que somos nosotros mismos. Nada es perfecto.
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