Un incierto 2023
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La creencia en un nuevo año lleno de paz y amor no superó los mensajes de felicitación que envié minutos después de las campanadasUna cosa son los deseos, y otra los análisis. De los primeros se derivan expectativas de felicidad para este año recién iniciado; de los segundos, ... sin embargo, solo se plantean escenarios de incertidumbre y –por qué no admitirlo– más tendentes al pesimismo. Después de dos años azotados por la realidad implacable de la pandemia, el presente año arranca con una serie de inquietudes no abarcables y que escapan a la racionalidad de cualquier proyección argumentada. La pandemia llegó a constituir una catástrofe previsible; pero, desde el punto de vista político, social y económico, las múltiples amenazas que acechan a nuestro modelo de convivencia confieren al actual contexto una inestabilidad como hacía décadas que no se recordaba.
En una escala global, la normalización del pensamiento totalitario ha situado a la humanidad a un paso del totalitarismo. Durante algún tiempo nos preguntamos qué hubiera sido de lo que conocemos como 'civilización' si los grandes dictadores del siglo XX hubieran tenido la tecnología actual. Pues bien, la convergencia de ambos supuestos –totalitarismo y alta tecnología– ya se ha producido, y la deriva de potencias nucleares como Rusia, Irán y Corea del Norte es imposible de prever. Durante décadas, el no empleo del arsenal nuclear en conflictos bélicos ha supuesto una cuestión de voluntarismo diplomático que, en última instancia, conformaba un bunkerizado 'sentido común' que salvaba el mundo. Hoy en día, pedirle un mínimo atisbo de sensatez a Putin es una quimera que nadie se cree. Ya no existen límites éticos que garanticen –como hasta ahora– una 'destrucción sostenible' de la especie; el exterminio en masa ha dejado de ser una opción maniquea para convertirse, al menos, en una posibilidad –que ya es mucho decir–. Además, el auge de la ultraderecha en términos globales ha dibujado una polarización que, por radical, resulta insostenible por mucho tiempo. Pese a que, en Estados Unidos, Brasil, Francia, Alemania o España gobiernen opciones 'progresistas' –y entrecomillo porque la modulación del término 'progresista' varía mucho de un escenario a otro–, la realidad es que las alternativas a tales gobiernos se han radicalizado por la presión ejercida por los ultras. Si ya veníamos de un periodo en el que la alternancia de gobiernos de izquierdas y de derechas implicaba un cambio brusco de políticas en materias tan sensibles y necesitadas de consenso como la educación, el endurecimiento de la derecha tradicional a resultas del crecimiento social de la ultraderecha augura un retroceso en derechos en cuanto alcance el gobierno.
Sinceramente, tengo el melancólico convencimiento de que muchos de los logros sociales obtenidos durante los últimos años –y hablo de violencia de género, aborto, memoria histórica, 'ley trans', etc.– serán liquidados al día siguiente de que Feijóo entre La Moncloa con Abascal como vicepresidente. La polarización se ha vuelto tan exagerada que, por desgracia, los proyectos comunes de sociedad de un país como España no sobrepasarán el pírrico horizonte de los años que gobierne un bloque u otro. Y así no vamos a ninguna parte porque hemos perdido por entero el concepto y el sentimiento del 'bien común'. El carácter efímero de los proyectos políticos es el mayor acto de deslealtad que se puede cometer con tu país. No dar continuidad a las políticas –sobre todo cuando estas implican la conquista de derechos– convierte al servicio público en un ejercicio de destruccionismo imperdonable.
Si descendemos a la realidad de la Región de Murcia, el panorama se torna si cabe más desolador. La más que probable victoria sin mayoría absoluta del PP en la Región y en el municipio de Murcia le aboca a un gobierno de coalición con Vox que no hace presagiar nada bueno. El nombramiento, por parte del partido de ultraderecha, de sus candidatos a la Asamblea Regional y al Ayuntamiento de Murcia confirma su apuesta por la línea más dura y populista. Solo hay que fijarse en cuáles son las prioridades destacadas por Luis Gestoso, nada más anunciar su candidatura a la alcaldía de Murcia: la seguridad y Murcia Central. Dicho de otro modo: para el cabeza de lista municipal de Vox, Murcia tiene un problema de orden y de excesiva intrusión de las políticas contra el cambio climático. Orden y negacionismo: el catecismo de una ultraderecha que, con toda probabilidad, determinará el rumbo político de la Región de Murcia durante los próximos años y que terminará por sumirla en la oscuridad. Si, con su actual representación, el pensamiento paranoico se ha instalado en las instituciones regionales, no cuesta mucho imaginar lo que sucederá cuando, tras la próxima convocatoria electoral de mayo, Vox gane peso en los diferentes gobiernos. El problema no es, por ejemplo, el delirante discurso que Antelo ha tenido hasta el momento sobre el Mar Menor; lo realmente preocupante es si esta visión distorsionada y enloquecida de la realidad llega a sostener un gobierno y a gestionar un presupuesto.
Me encantaría ser más optimista sobre nuestro futuro inminente. Pero la creencia en un 2023 lleno de paz y amor no superó los mensajes de felicitación que envié minutos después de las campanadas.
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