Impresiones y depresiones de la pandemia (I)
EL ECONOMISTA DEL INCONSCIENTE ·
El desempeño de España en la respuesta ante la Covid-19 está ensombrecido por la tasa de mortalidad (que no de letalidad) cosechadaSecciones
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EL ECONOMISTA DEL INCONSCIENTE ·
El desempeño de España en la respuesta ante la Covid-19 está ensombrecido por la tasa de mortalidad (que no de letalidad) cosechadaLas mascarillas. Las mascarillas no eran recomendables para la población general porque: a) pueden generar una falsa sensación de seguridad; b) son incómodas y el usuario se tocará la cara con frecuencia para ajustársela, facilitando su infección; c) no hay evidencia robusta que avale su efectividad. Este ha sido el credo sostenido por la Organización Mundial de la Salud y otras instituciones hasta hace muy poco. A finales de marzo esta era la verdad oficial. Poco más de un par de meses después el uso de las mascarillas es obligatorio en España. Es más, gran parte del éxito del retorno al oxímoron llamado 'nueva normalidad' se fía a su eficacia. ¿Cómo, si no, se explica que puedan ocuparse todas las plazas en el transporte público? Carl Sagan en su obra 'El mundo y sus demonios' nos advierte de que «la ausencia de prueba no es prueba de ausencia». Muchos expertos han sido rehenes de esta falacia de la falta de evidencia. Esta pandemia ha zarandeado la ortodoxia. La otra parte de la verdad de la historia no siempre se ha hecho suficientemente explícita: la escasez obliga al racionamiento y este a dar prioridad al abastecimiento del personal sanitario. Inobjetable. Pero, insisto, ahora las mascarillas son esenciales, antes un peligro potencial ¿Una nueva ortodoxia?
Adanismo social. Hablando de racionamiento, allí donde el sistema sanitario sí que colapsó, como Madrid, los intensivistas se enfrentaron al duro dilema de asignar recursos escasos. La Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias hizo públicas unas recomendaciones éticas para la toma de decisiones en dicho contexto. Según las mismas, «ante dos pacientes similares, se debe priorizar a la persona con más años de vida ajustados por la calidad». Esto no es discriminar por la edad, como se ha llegado a decir, sino atender prioritariamente, ante situaciones semejantes, al paciente que posee un mayor potencial de mejora. Un criterio inevitable en condiciones límite... y no solo. Aun en condiciones 'normales' no todos los pacientes son elegibles para recibir cuidados intensivos. Lo contrario sería encarnizamiento terapéutico. Parece que ahora, al constatar el drama de las residencias de ancianos, la sociedad ha sido consciente de esta realidad. Con el mismo entusiasmo con que aplaudíamos a los sanitarios a las 8 de la tarde pasamos, sin solución de continuidad, a denostarlos por utilizar criterios de triaje 'inmorales'. 'Un poquito de por favor', que decía aquel.
Infección nosocomial sociosanitaria. Efectivamente, en España la pandemia ha sido una infección nosocomial sociosanitaria, como dicen admirados colegas de profesión. Nosocomial es cualquier infección que se contrae durante una estancia en un establecimiento hospitalario... o residencial. Uno de los pocos datos que hemos sabido desde el principio sobre la Covid-19, y que no ha sido rebatido por la evidencia posterior, es el de su mayor letalidad entre la población mayor de 70 años. Según estimaciones realizadas a partir del estudio de seroprevalencia del Instituto de Salud Carlos III, la letalidad entre las personas de esa edad multiplica por 5 la del conjunto de la población. Sabíamos que los ancianos eran los más vulnerables y no los hemos sabido proteger. Fin de la cita. Nota al pie: algunos llevamos años denunciando la pauperización del Sistema para la Autonomía y Atención a la Dependencia y la completa ausencia de integración (no ya coordinación; eso no basta) de las políticas sanitaria y social. ¿Tan difícil resulta entender que igual que hay que integrar niveles asistenciales (primaria y especializada) también hay que integrar políticas (sanitaria y servicios sociales)?
Los fallecidos. Ante factores de riesgo semejantes (envejecimiento poblacional incluido), resultados diferentes. Lo muestra 'The Economist', aunque no está descubriendo la pólvora. El desempeño de España en la respuesta ante la pandemia está ensombrecido por la tasa de mortalidad (que no de letalidad, son dos tasas diferentes) cosechada. A día de hoy (21 de junio) España es el quinto país del mundo con un mayor número de fallecidos por millón de habitantes. En realidad, el segundo tras el Reino Unido, si obviamos a los restantes por su escaso tamaño. Como el propio semanario británico apunta, este dudoso honor es parcialmente comprensible, habida cuenta de que España, junto con Italia, fueron los dos primeros países europeos en ser golpeados por la pandemia. Pero parcialmente no es totalmente. Una elevada mortalidad y una modesta prevalencia. Me resulta difícil de entender si no es, nuevamente, apelando al carácter nosocomial de la transmisión del coronavirus en España.
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