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En la Transición, ser maleducado era considerado un signo de progreso. Uno llegaba a una gasolinera y le decía al gasolinero póngame por favor cien pesetas de gasolina normal. «¿No ves que toda es súper?». «No me hable en ese tono». El gasolinero daba la ... respuesta definitiva: «Es que estamos en democracia». Estar en democracia se supone que era incompatible con la tradicional amabilidad del país. Ahora la mala educación ya no consiste en la brusquedad democrática, sino que adopta el envoltorio de consejos tan bonitos como impertinentes para que lleves la vida que ordenan las autoridades.
El volumen de mensajes oficiales -en apariencia bienintencionados pero encaminados todos a la erección de un hombre nuevo- que recibimos en un solo día da escalofríos. Leo un publirreportaje en la sección gastronómica donde se cantan las bondades para la salud del torrezno de Soria. En cada párrafo, tras revelar saludable científicamente esa clase de grasa animal, se añade que lo importante es compatibilizarlo con «dieta exigente y los beneficios del ejercicio físico». En cada párrafo. Era un publirreportaje sobre gimnasios untado, para hacerlo más masticable, en torrezno de Soria. Esos mensajitos hacen que el torrezno de Soria sólo le falte un sello oficial que ponga «Ministerio de Transición Alimentaria». ¿Son soportables las homilías sobre el perfecto ciudadano salpimentadas por todas partes, todo el tiempo? Por eso me largué del deporte. Me parecía que podía llegar a resultar odiosamente sano. Demasiado oficialista. De entrenar como un 'marine' durante veinte años pasé de un día para otro, por motivos políticos, al sedentarismo, que no obstante me ha proporcionado problemillas de movilidad, cuando se me encasquillan las piernas y me doy zamarrazos contra la pared. Siempre me han molestado los sermones no solicitados.
Antonio Escohotado lo dijo antes de morir: las autoridades advierten que los que llevan vida insana (los que sólo se quedan con la parte agradable de los publirreportajes sobre torreznos de Soria) hacen insostenible la Sanidad, pero en realidad los que hacen insostenible son los que llevan la buena vida aconsejada por las autoridades, quienes colapsan los centros de salud con continuas hipocondrias y tonterías. A un hospital sólo hay que ir, como creía Escohotado, con los pies por delante.
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