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Muchos ecólogos escogimos nuestra profesión por un vínculo sentimental con un ecosistema particular, y sentimos la impotencia de ver que su degradación por la actividad ... humana es más rápida que nuestra capacidad de estudiarlo para proponer soluciones. Frecuentemente, la indiferencia de los gestores ante nuestras recomendaciones nos mueve a denunciar la situación y agradecemos que haya personas comprometidas que lo hagan. Encontrar soluciones a los problemas ambientales implica plantearlos adecuadamente, partiendo de que, por las leyes físicas, la vida solo es posible degradando energía para desarrollarse. Es decir, contaminar es inevitable para existir, pero conservar los recursos y las condiciones ambientales también es imprescindible. Este dilema alcanza su máxima expresión en las sociedades humanas con sus ansias crecientes de desarrollo. El gran reto es encontrar el equilibrio que garantice el mejor nivel de vida compatible con la integridad de los ecosistemas.
La Región de Murcia alberga valores naturales incalculables, especialmente por su singularidad climática y biogeográfica, en la transición entre dos continentes y océanos, seriamente amenazados por la especulación económica. Solo en la costa, conviven grandes deterioros ambientales, como los ocasionados por la actividad minera o la urbanización indiscriminada de La Manga, con áreas aun relativamente vírgenes. Encontrar parajes y fondos submarinos como los de Cabo de Cope a Cabo Tiñoso, Calblanque al cabo de Palos, o el propio Mar Menor, es ya difícil en el resto del Mediterráneo. En parte, esto se ha logrado gracias a un activismo social comprometido.
La ilusión es que tenemos un gran patrimonio que aún podemos salvaguardar y que la sensibilidad para hacerlo está percolando en la sociedad, incluso en quienes tienen enfoques economicistas. La problemática del Mar Menor ha servido para que agricultura y turismo asuman que sin integridad ecológica no hay futuro. A nivel local, la prepotencia, despreocupación, ignorancia, e incluso el cinismo, de muchos responsables políticos con los que he interactuado en cuarenta años de trabajo, se ha sustituido por la búsqueda de asesoramiento multidisciplinar y de colaboración entre administraciones y usuarios, para encontrar soluciones viables a los problemas. Esto era impensable hace solo seis años.
El pesimismo surge de observar la naturaleza humana. Aparte de la persistencia de especuladores, siento un desánimo profundo viendo que los intereses personales o partidistas y las estrategias políticas son, no ya más importantes que resolver problemas, sino prácticamente lo único existente en ciertas esferas de gobierno, mientras que, en los gobernados, las afinidades ideológicas determinan lo que creemos o atacamos. La verdad resulta irrelevante. Tamizamos la información por un filtro polarizador que distorsiona o elimina cualquier información que debilite nuestro planteamiento. Los argumentos se utilizan asimétricamente justificando unas acciones y no otras, en una especie de ministerio de la verdad orwelliano en el argumentario político y las redes sociales.
Si el objetivo es encontrar el equilibrio entre desarrollo e integridad ecológica es necesario que haya flujos de energía y recursos desde donde se producen hacia donde se necesitan, en función de demandas básicas o la capacidad de elaborar productos. La industria en las regiones del norte no se mantiene con el petróleo que tienen en su subsuelo. Si se plantea con naturalidad que el litio extremeño pueda ir a Cataluña para el desarrollo industrial de baterías, ¿por qué el argumento para el agua es que solo debe cultivarse con la que se pueda obtener 'in situ'?
En lugar de estudiar si los impactos que causa un trasvase son mayores o menores que los del AVE, una autovía, o las desaladoras sobre las comunidades marinas, o de calcular el caudal ecológico para valorar las actuaciones, las decisiones se imponen sin argumentos o, por poner otro ejemplo de desgobierno y confusión social, utilizando los mismos para obligarnos y luego impedirnos utilizar determinadas vacunas. Conservar la naturaleza requiere conocimiento, sentido crítico, colaboración entre administraciones, sistema productivo, ciencia, ingeniería y sociedad en general. Pero, como en muchos programas televisivos, parece ser más rentable mantener la tensión social, atrincherarnos en el problema, vivir del enfrentamiento y recubrirlo con posverdad. Lo importante no es si una acción es buena o mala, sino la filiación de quién la hace. Quien dice algo sensato, si no es afín, seguro que defiende objetivos oscuros. Estamos más interesados en linchamientos y ajustes de cuentas que en soluciones. A Bruselas no vamos buscando soporte para planes de actuación, sino a demandar sanciones.
Solo si materializamos las oportunidades que hemos creado para buscar soluciones basadas en la ciencia y el conocimiento, y superamos la estrategia del enfrentamiento en aras de una gestión integrada y participativa, nuestros ecosistemas tendrán alguna opción.
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