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Supongo estarán de acuerdo conmigo en que todos somos unos grandes ignorantes. Unos más, otros menos, algunos en ciertos temas, otros en casi todos. Podrán ... decirme que esta afirmación solo sería cierta al referirse a la primera acepción de la palabra ignorante: «Que ignora o desconoce algo». Y que no sería correcto, sin embargo, con la segunda: «Que carece de cultura o conocimientos». Y bien pudiera ser que haya personas cultivadas que se sientan insultadas si se les llama ignorantes.
Yo no me encuentro entre ellas y me reconozco un casi completo ignorante, aunque pueda distinguir entre mis varios niveles de ignorancia: las cosas que creo conocer en cierto detalle, normalmente en los asuntos en lo que llevo décadas dedicándome profesionalmente; aquello que me suena algo y en cuyos detalles podría manejarme con una cierta dedicación; aquello de lo que solo llego a comprender los titulares, pero en lo que no soy capaz de llegar al fondo, ni siquiera poniendo un cierto empeño; y, finalmente, toda esa inabarcable lista de cosas que ignoro por completo y de las que no conozco ni su existencia.
Voy a darles algunos ejemplos en los que me reconozco en cada una de estas categorías. En la primera, soy lo que se llamaría un especialista en temas de óptica, formación de imágenes, el ojo y nuestro sistema visual. En alguna parcela específica, como las propiedades ópticas del ojo humano, he contribuido con decenas de artículos científicos sobre una amplia variedad de detalles. Pero lo cierto es que a poco que me salga de estos temas, mis lagunas ya son grandes, aunque pueda desenvolverme buscando literatura y normalmente llegue a entender de qué se trata sin gran esfuerzo.
El segundo nivel de ignorancia incluiría muchos de los aspectos que se denominan cultura general: historia, geografía, literatura, técnicas, ciencias naturales o medicina. Soy claramente un ignorante en la mayor parte, pero tengo herramientas suficientes para navegar por ellos, como dirían los informáticos, con conocimientos «a nivel de usuario», lo que vendría a equivaler a decir que voy «justito». La amplitud y profundidad de esta segunda categoría es lo que normalmente se usa para definir a las personas cultas, o que pasan por serlo.
En el tercer grupo, se encuentran muchos temas que, por su complejidad y mi falta de formación adecuada, no soy capaz de entender ni siquiera si me empeño. Al menos los tengo en la lista mental de lo que creo debería saber algo. Les daré solo un ejemplo. Sobre las criptomonedas y el 'blockchain' leo y oigo a menudo, pero sigo sin entender y se me escapan cosas que deben ser importantes. Me siento un poco imbécil, además de ignorante, al ver que millones de personas en todo el mundo ponen su dinero en este asunto. Supongo que ellos sí lo entienden, o puede que simplemente lo crean, aunque estén en un nivel de ignorancia similar al mío.
Y, por último, nada puedo decirles de todas esas cosas que desconozco hasta tal punto que ni siquiera soy consciente de ellas. Diría que la vida es un bonito camino cuyo casi único fin es ir achicando espacios a la ignorancia que nos rodea. Y en ese empeño se queda corta y bien justifica la necesidad de que fuera mucho más larga. La vida va discurriendo entre mínimas conquistas de entendimientos y el llenado de ligeras alforjas personales con someros conocimientos. Y podríamos decir que nos acabamos cuando dejamos de insistir en la lucha continua contra la ignorancia.
Para hacer el camino más llevadero, es siempre una suerte encontrar personas preocupadas por este afán. Aunque suele ser más normal encontrarse con quienes ignoran casi todo de muchos asuntos, en algunos casos aún siéndoles muy próximos y relevantes. Topo a menudo con personas supuestamente preparadas, al menos en otros ámbitos, que desconocen por completo cómo son las lentes de sus ojos o la razón por la que llevan años necesitando gafas. No deja de sorprenderme lo fácil que resulta en estos tiempos vivir en la ignorancia. No solo hay quien no se siente agobiado por sus cortos conocimientos, sino que se llega a hacer gala de ello. No se nada, ni me importa, ni lo necesito; parece ser el nuevo 'leitmotiv'.
Probablemente esperan que sean otros los que sí sepan para sacarles en un momento dado las castañas del fuego. Quizás recuerden aquel dicho de que el 'saber no ocupa lugar', claramente pasado de moda. Muchos pretenden que la banalidad y la ignorancia sean el centro de la nueva normalidad.
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