La identidad digital
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DIGO VIVIR ·
Este universo y sus insospechados mecanismos han abierto inmensas posibilidades para apropiarse del perfil identitario de millones de personasHasta hace poco, nuestras señas estaban resumidas en el carnet de identidad y figuraban en Correos para la recepción de correspondencia, en el censo municipal, ... utilizado, entre otros menesteres, para cobrar tasas e impuestos, en la secretaría de algunas instituciones o clubs, en algunos documentos bancarios y poco más. Datos generalmente repetidos y con escasa información, salvo la relativa a las señas domiciliarias y la edad.
El universo digital y sus insospechados mecanismos para clasificar, procesar información y finalmente venderla ha abierto inmensas posibilidades para apropiarse del perfil identitario de millones de ciudadanos, desconocedores, o despreocupados, de que sus secretos íntimos se almacenan en depósitos informáticos de las multinacionales, en espera de ser utilizados para diversas, y nunca nobles, finalidades, a saber: dirigir, manipulándolo, el voto político hacia los partidos afines a tales empresas, a través de rumores o alarmas infundadas; vender todo tipo de productos, incluidos los innecesarios, imponiéndonos por medios subliminales si es preciso las modas, tendencias y 'novedades' convenientes al mercado; discriminarnos en determinados trabajos si la imagen de esos perfiles no se corresponde con la prefijada por las empresas, a las que les interesan trabajadores no reivindicativos, mujeres que no piensen tener hijos mientras estén empleadas, jóvenes dispuestos a trabajar en precario, en negro y sin protección jurídica, obreros no afiliados a sindicatos; y, en fin, eliminarnos del mercado bancario de los créditos por un mal estado de salud...
Con nuestras fotos en Instagram (que, pareciendo inocuas, revelan quiénes somos, además del estado de nuestra cuenta, según el lugar donde aparezcamos); con las conversaciones del móvil y los tuits con que imprudentemente nos desahogamos en los muros digitales; con las consultas sobre salud en Google y las causas que apoyamos o rechazamos en Change.org o Avaaz, una legión de técnicos: psicólogos, neuropsiquiatras, ingenieros, matemáticos, especialistas en mercadotecnia, expertos en lingüística trazan un completo perfil psicológico de los individuos y las tendencias de las masas como jamás pudiera haberse concebido. Expertos que, en teoría, se prepararon para contribuir al progreso mejorando la vida de sus conciudadanos, y que, por contra, ponen sus conocimientos al servicio del más obsceno de los mercados, el que aprovecha las grietas del carácter y la personalidad para convertirlos en consumidores compulsivos.
La criba de tales datos permite casi a ciencia cierta saber a quiénes votamos o si andamos indecisos (en cuyo caso nos dan un empujoncito hacia el lado conveniente, dirigiendo el voto hacia partidos conniventes con el Sistema). Igualmente, se crean estímulos para convencernos de consumir determinados productos, se fabrican bulos que nos convierten en ciudadanos acríticos, desinformados o, por el contrario, indignados contra causas proclives a sus intereses, se definen las guerras que debemos apoyar y las que deben rechazarse, qué terrorismos son inadmisibles y cuáles justificables.
Olvidémonos de las inocentes y accesibles señas tradicionales porque otras más íntimas, con muchos más datos, entre ellos nuestro perfil psicológico y las pulsiones individuales, amén de nuestros puntos flacos y defectos más inconfesables, se hallan en poder de multinacionales, obtenidas a traición, y almacenadas sin consentimiento en archivos ocultos, con riesgo de ser utilizadas con fines ignominiosos. Atados de pies y manos, estamos a merced de gente anónima a la que, voluntaria o inadvertidamente, le hemos otorgado permiso para utilizarlas usurpando nuestra libertad. Señas digitales que van a parar a un mercado donde circularán como valiosa mercancía, a pesar de ser posesiones preciosas e íntimas como la identidad sexual, los afectos e inquietudes, la lista de amigos y familiares, el estado de salud o ciertos puntos flacos y vulnerables de nuestra personalidad que no desearíamos ver expuestos ante ojos ajenos.
La suerte de la gente normal es que son extracciones masivas de datos para manipular tendencias sociales, aunque puedan singularizarse en todo momento con nuestro nombre y apellidos. Ese anonimato permitiría rebelarnos, emprendiendo una revolución ética que minase los pies de barro de estos gigantes tecnológicos, levantados con el único fin de hacer dinero, aunque proclamen ser la avanzadilla del progreso. El paso por comisiones de investigación estatal en Europa y EE UU de ciertos gurús de esta industria de la explotación como Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, 'regañado' que no procesado (vender información sensible todavía no es delito) por permitir que Cambrigde Analytics traficara con datos de varios millones de sus clientes, o el descenso de sus acciones en Bolsa, que le ha hecho perder millones de dólares, son ejemplos suficientes para constatar la toxicidad de este asunto.
Y mientras nos destruyen, colaborando con noticias falsas y bulos increíbles al asentamiento de los populismos en toda Europa, entre otras desgracias, el Sistema nos ofrece carnaza para distraernos, como partidos de fútbol por un tubo, pésimos programas televisivos a porrillo o el viejo, cansino y manoseado asunto de Gibraltar. Igual que en tiempos de la dictadura, vamos.
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