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Durante el ingreso en un hospital hay aspectos ajenos a los puramente sanitarios de capital importancia en su contribución para restaurar la salud. Son los relativos a la habitabilidad, los asuntos hoteleros, aliados necesarios para abordar de modo integral el proceso de tratamiento de toda ... enfermedad. En este caso, el lugar sí importa. La reciente encuesta anual sobre la calidad de la sanidad pública en nuestra Comunidad apuntaba a que el confort, a juicio de los interpelados, presenta aspectos manifiestamente mejorables. Es esta una cuestión compleja, en la que intervienen múltiples variables pero que desempeña, en no pocas ocasiones, un protagonismo indeseado, en entorno tan proclive a aflorar emociones. La brusca ruptura en las costumbres por la enfermedad conduce a vivir por un tiempo un lugar nuevo, desconocido –un ámbito especialmente sensible– con la incertidumbre de esta inédita experiencia vital. Se reside temporalmente en un ambiente percibido en el fuero íntimo como inquietante, desligado de hábitos y rutinas cotidianas, cercenadas de forma abrupta, las más de las veces, por caer enfermos en una contingencia inesperada; en un medio ajetreado, sin pausa, por donde bullen y se afanan personas extrañas enfrascadas en la dinámica activa de sus quehaceres cotidianos. Mientras, se transita en manos de otros en sillas de mano o camillas por pasillos y salas desconocidas, de luz exacerbada, perenne, sin que quepa distinguir los días de las noches, al rumor de voces ajenas, con ruidos y sonidos sobrevenidos por la propia actividad hospitalaria. Todo un conjunto añadido al temor, si no expresado con claridad, asumido en lo hondo del ánimo conturbado por la enfermedad. Lo que espera en estos edificios es un ambiente sereno, con una comodidad normal, sin alharacas, donde prevalezca el silencio. Luminosos y limpios. Con una decoración y un mobiliario cuidados, objetivos estos difíciles de alcanzar, dado el elevadísimo índice de rotación, con una continuada y recurrente ocupación y el empleo forzoso, sin descanso, de enseres comunes. Una vez desalojada una cama, un nuevo enfermo ocupa casi sin demora su lugar...
Cabe resaltar en este aspecto hostelero apuntado el especial diseño de las habitaciones, ocupadas por dos personas en nuestro sistema público hospitalario. Esta disposición reúne en reducido espacio a dos personas, junto al cortejo de familiares y acompañantes, hasta entonces sin vínculos comunes. En una convivencia inicialmente, si no forzosa, sí de la que cabe esperar un margen de tolerancia, educación y respeto mutuo. Fuente posible de fricciones en una suerte de azar –puede formularse así– de naturaleza administrativa que designa esos emparejamientos. No compete al estamento sanitario, pero que carga con sus consecuencias, obligado a lidiar con las desavenencias sobre la idoneidad del compañero asignado. Las disensiones suelen concentrase en aspectos como el número de visitas y los respectivos acompañantes, por su modo de comportarse. O la frecuente queja referente al sonido de la televisión, en unas condiciones en las que se requiere tranquilidad. Situación que añade tensión al enfermo y su familia, ya de por sí aturdidos por su estado de salud. Son detalles de la educación personal, pero en esas estamos no pocas veces. Si bien no todo es negativo porque, asimismo, en este ambiente de emociones sublimadas, igualmente surgen historias de amistad, como de ayuda a quienes carecen de apoyos sociales por su soledad
En esas habitaciones, como en cada espacio que uno habita, aunque sea como en este caso de forma temporal, se establece como un aura tras sus muros, reflejo de la personalidad del encamado. Cuando se traspasa la puerta, una aproximación visual permite forjarse una idea genérica, indirecta, sobre la persona encamada, hasta entonces una desconocida. En este reducto provisional el enfermo muestras rasgos de su carácter, ya sea por las pertenencias y su distribución, como por los objetos personales, fotografías de seres queridos o imágenes de tipo religioso. Resulta habitual, como entrañable, la frecuente exposición de coloridos dibujos infantiles, deseando una feliz recuperación a familiares enfermos.
Es obvio que ante la idea de renovar estructuras, se impone la reflexión al menos. Mientras anhelamos semejante utopía por el momento cabría tener presente el carácter casi sagrado de los hospitales. En sus habitaciones flota un halo vital en el que la pérdida de la salud se codea en delicado equilibrio con la muerte. Simplemente se requiere decoro, urbanidad, civismo y corrección, objetivos fáciles de cumplir hasta que en nuevos centros primen condiciones de privacidad y comodidad. De este modo culminaría en su pleno sentido la raíz etimológica de la palabra hospital, como lugar que acoge a otras personas como huéspedes y les ofrece lo mejor de la casa. Hasta entonces ejercitemos la educación, tanto como la paciencia, virtudes un poco en desuso, de las que no andamos sobrados.
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