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La necesidad de narrarnos para comprender la realidad y dotarnos de sentido es consustancial a nuestra naturaleza, sea cual sea la normalidad. Aspirar a relatos fidedignos va más allá del puritanismo historicista. Entraña respetar quienes somos para no convertirnos en mentira. Gollum es la mentira desde la amnesia narrativa de Smeagol. Solo el encuentro sincero puede restituirle a su originalidad.
Con este celo de honestidad, Orwell escribió 'Homenaje a Cataluña' el año que huyó de la Guerra Civil española perseguido por los comunistas. Dos años antes había llegado a Barcelona como periodista de guerra. Quiso defender la República contra el fascismo y se alistó al POUM para luchar en el frente de Aragón. «Por fin, aparentemente, una democracia se levantaba contra el fascismo». Se confesaba nublado por la guerra antifascista, pues tardó en percibir la auténtica lucha de partidos y cómo los comunistas eran «quienes impedían la revolución en España» expulsando al POUM. «Cuando las fuerzas derechistas asumieron el control total, los comunistas se mostraron dispuestos a ir mucho más allá en la caza de dirigentes revolucionarios». Denuncia la capacidad propagandística masiva comunista para reescribir la Historia. «Uno de los efectos más tristes de esta guerra ha sido el de enseñarme que la prensa de izquierda es tan espuria y deshonesta como la de derecha». Con impotencia declara imposible el diálogo con todo comunista abducido fiel al dictado del partido. Diez años después, volcaría su experiencia en dos obras maestras: 'Rebelión en la Granja' y '1984', con su Ministerio de la Verdad y la neolengua como instrumento de ingeniería social totalitaria. Orwell falleció con solo 46 años, pero nos dejó una experiencia y un legado que ha sobrevivido al muro de Berlín.
Actualmente, Orwell se reconocería en la misma España atrapada en idéntica lucha de partidos centrados en torno al relato político. Vería confirmados sus vaticinios lingüísticos y ese constante reescribirse donde la única realidad oficial es amar incondicionalmente al líder. La acelerada carrera de relatos sobre aciertos, negligencias, número de fallecidos en la pandemia podrá apuntalar a los diferentes líderes, pero nos deja huérfanos de Historia y, por ende, de lo que somos.
En realidad, reescribir el pasado en nuestra política es reflejo de la condición humana de disfrazar recelos e inseguridades en todo ámbito, incluso los académicos. La humildad camina gracias a la honestidad sobre nuestra realidad y no por nuestra capacidad de reescribirnos. La nueva normalidad traerá una mayor intensidad narrativa política del pasado para diferenciar entre martillear un disco duro y meter una tarjeta de memoria en un microondas, pero la cuestión primordial siempre estará en esa honestidad individual de Orwell: narrarnos cada uno sincera y humildemente según lo vivido para reconocernos y no convertirnos en mentira mientras cumplimos años.
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