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Los lectores de mi generación, o más mayores, recordarán, quizás con cierta nostalgia, el anuncio de un popular coñac de la época que decía: «Soberano, ... es cosa de hombres». Y ciertamente, mis recuerdos de niño son ver a mi padre bebiendo alguna copa de coñac, aunque de una marca diferente, Fundador, pero jamás se lo vi probar a mi madre. En aquellos años 60 del siglo pasado, había muchas cosas que eran consideradas solo de hombres, además del coñac. Pero en las últimas décadas de cambios acelerados, la mayoría de lo que estaba parcelado por sexo ha dejado de estarlo.
Por ejemplo, fumar pasó de ser algo primordialmente de hombres a que las mujeres también abrazaran la insana costumbre con gran devoción. Por otro lado, profesiones femeninas, como las azafatas de vuelo, se popularizaron también entre los hombres. En algunos casos, se ha producido un vuelco casi completo y son ahora predominantes las mujeres en muchas actividades antes vistas como masculinas. La medicina es un ejemplo muy notable. Si han tenido que acudir a un hospital recientemente, habrán notado que la mayoría de los médicos por debajo de una cierta edad son mujeres.
Por supuesto, esta evolución de nuestra sociedad me parece muy bien y lo veo como un logro extraordinario. Era inaceptable, y un desperdicio de talento, que la mitad de los humanos tuvieran vetadas ciertas actividades. Y creo que, como muchas otras personas, he contribuido modestamente a que esto haya sucedido. Dos de mis cuatro hijos son mujeres, y no creo que nunca las haya tratado de manera diferente que a sus hermanos varones. Una parte de mis estudiantes han sido mujeres, y de hecho han sido algunas de ellas las que han alcanzado las mayores cotas académicas en el mundo. No recuerdo haber incurrido en ningún sesgo contra ellas, ni sus carreras, al menos de manera consciente. Todavía quedan sectores donde la presencia de mujeres es menor, pero esto no me parece en sí mismo un problema si no va acompañado de posibles discriminaciones para ellas. También hay otros ámbitos donde los hombres son minoritarios y se suele tomar como algo normal. No soy un experto en estos temas, pero mi sensación personal, apoyada por indicadores, es que en España nos encontramos muy cerca de una igualdad de hecho entre hombres y mujeres. Sin duda, esta es una gran noticia, de la que todos nos alegramos, porque todos, hombres y mujeres, hemos contribuido a que haya sucedido.
Por eso me resulta curioso que, en lugar de centrarnos en consolidar esta tendencia, haya quien parezca estar más interesado en abundar en absurdas presiones, normalmente contraproducentes. Se ha convertido prácticamente en norma la existencia de organismos, oficinas o comités cuya función es velar por el cumplimiento de la igualdad. El objetivo es sin duda loable. La realidad es que a menudo se convierten en una especie de inquisición imponiendo la presencia de más mujeres en diversos sectores sin más argumentos que los números y las proporciones. En muchas actividades se ha instalado una especie de censura previa para evitar ser llamados al orden posteriormente. A menudo se pretende seleccionar participantes para diversas actividades, de cursos a conferencias, comités o proyectos, por sexo antes de por idoneidad. Por principio, intento rebelarme a esto y sigo pensando primero en las personas que pueden ser más adecuadas y no contar a priori cuántos calvos, gordos u hombres me salen.
A veces las consecuencias son desagradables. No hace mucho, la Universidad Internacional Menéndez Pelayo suspendió en el último momento uno de sus cursos de verano porque no había un número suficiente de conferenciantes mujeres. Se trataba de un curso que se venía impartiendo durante años y los profesores se quedaron con sus billetes comprados y los estudiantes sin curso. Se oyen amenazas de que no se podrá realizar ningún evento si no cuenta con la proporción fijada de mujeres. Señoras y señores, esto me huele a censura.
Sin embargo, sigue habiendo cosas solo para hombres que no parece que despierten mayores controversias. En la terrible y medieval guerra de Ucrania, solo son los hombres menores de 60 años los que no pueden abandonar el país. La guerra parece ser que esté todavía reservada a los hombres. Mi idea de la igualdad es la que alcanza a todas las actividades, a las duras y a las maduras. Si no, eso se parece a lo de aquellos listillos que se jactaban de que lo suyo era suyo y lo de los demás de todos.
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