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El Gobierno de España hace como que promociona, que sugiere, pero en realidad ordena y manda con su violencia legal (muchas veces no tan legal) que seamos «hombres blandengues». Ser hombre blandengue, dicen, nos hará más fuertes. Es una de esas frases redondas como aquella ... de que tras el confinamiento anticonstitucional y los cientos de miles de muertos de la Covid «todo saldrá bien». Todo salió bien, excepto por aquella manía de la realidad de salir mal.
Yo no sé lo que quiere decir absolutamente nada de esas palabras del Estado, como a que ahora al revanchismo lo llamen «paz», al hambre «bienestar social» o a la libertad «egoísmo». A mí me enseñaron otro castellano en la escuela. El Gobierno cree haber inventado los hombres blandengues como si fuesen el hombre nuevo que persigue la izquierda desde el tóxico Rousseau, pero yo he sido hombre blandengue toda mi vida sin que me lo ordenase nadie. No podría decir que lo aconseje. Ser hombre que mostraba sus sentimientos o incluso estaba orgulloso de ellos era complicado en mis tiempos. Yo nací, perdonadme, en la época del coñac sin denominación de origen que bebían tipos con una espesa moqueta negra en el pecho entre la que hubiesen podido hibernar un par de osos. Los únicos sentimientos que les estaba permitido expresar a aquellos señores era preguntar por la cena. Pero mi naturaleza era otra. Un chico ajeno, sensible, blandengue, por muy de derechas que fuese. No fui objeto de ningún acoso por mis compañeros porque de manera instintiva los chulos de la clase me temían. Pero temían a lo que en ese tiempo era realmente extraño, y eso me daba ante ellos cierta fortaleza, les parecía amenazante: hoy ser blandengue y mostrarlo quieren que esté de moda. Los chulos de la clase, posteriores «machos alfa» como Pablo Iglesias Turrión, les han tomado la matrícula, y se aprovechan. Ser blandengue no te hará más fuerte. Cuentas intimidades a gente que luego las utilizará en tu contra, cuando más daño hagan. Te abres a aparentes almas puras que de repente se muestran como esas ancianitas con cara de Bette Davis que tienen muchos esqueletos entre los mazos de flores. Tú hablas de poesía y por contra te están pidiendo la peligrosa fantasía de la azotaina. Ser hombre blandengue trae problemas con los que deberían querer la blandura. Pedir un tipo de hombre sensible es un cursillo ideológico para llegar a ser un marginal. La vida no es nunca blanda. Una buena mili es lo que hace falta, decían en mi época. Hoy necesitaríamos como poco una mili a la coreana (del sur), sin posible escaqueo, de dos años enteros y comiendo nabo fermentado bajo tierra en ajo tres veces al día. Un país que no se quiere hace hombres blandengues.
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