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El miedo es una emoción muy valiosa para sobrevivir en un mundo de peligros, pero también es una emoción muy útil para todos aquellos que quieren afianzar su poder mediante el conformismo y el repliegue social.
Volvemos a los tiempos del 'miedo', esos tiempos que ... creíamos haber superado cuando, según Francis Fukuyama, habíamos llegado al «fin de la Historia» y a la victoria de la democracia liberal como forma de gobierno hegemónica. Pues bien, nos equivocamos: no hemos llegado al fin, sino a una historia afianzada en el miedo y en el adoctrinamiento del miedo (la 'doctrina del Shock', de Naomi Klein).
De algún modo hemos entrado en un tiempo feudal, de desglobalización, un extraño tiempo en que el Imperio (antes romano, ahora americano) aún no ha caído, pero ya cada uno empieza a protegerse (igual que los patricios romanos se iban a sus villas, ahora todos nos protegemos en nuestras casas y chalets).
El miedo vuelve, esta vez, con la invasión rusa de Ucrania, como anteriormente sucedió con la Covid-19 (que no lo olvidemos, sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso), el 'peligro islámico' o el de los populismos...
Por eso, no es de extrañar que tantas personas decidan respaldar la entrada o la pertenencia a una organización como la OTAN. En un mundo inseguro parece que las alianzas militares nos protegerán; cierto, lo harán como fortaleza asediada (esa es la autopercepción ahora de Europa). Pero no nos protegerán de nosotros mismos, porque el verdadero miedo comienza cuando creemos que tenemos más que perder que ganar en el futuro. Sin esperanza ni decisión, no hay un mañana. Únicamente existe un sinuoso presente amenazador.
No quiero contradecir a nuestros compatriotas (ni a los suecos ni finlandeses), pero además de pertenecer a alianzas políticas, económicas o militares, tendríamos que preguntarnos para qué sirven esas alianzas. ¿Para conseguir un mundo más seguro o para sentirnos más protegidos? Si queremos un mundo más estable, debemos avanzar en derechos, justicia, libertad, sanidad y educación para todos. Recuperando los valores del cristianismo sobre los que se fundaron nuestra civilización. Porque es indudable pensar en que, si solo queremos sentirnos más protegidos, no nos queda más que votar (como en Estados Unidos) por el derecho a llevar armas a todo hijo de vecino, y fin del problema. Nosotros decidimos protegernos del miedo o superar el miedo.
Cuando Juan Pablo II comenzó su pontificado, en el lejano 1978, clamó «¡No tengáis miedo!». Después, regresó a su Polonia natal en 1979, y volvió a clamar «¡No tengáis miedo!». El miedo se siente, pero no debe perdurar en el tiempo. Lo contrario al miedo es la esperanza, y trabajar activamente por cambiar el mundo. Porque todos nacemos con miedo, todos somos al principio bebés que necesitamos protección ante un mundo que no comprendemos. Sin embargo, es nuestra responsabilidad y obligación aprender a afrontar las incertidumbres, sin meter la cabeza debajo del ala, sin echarle la culpa a los demás de nuestras miserias. La madurez quizás no sea más que quitarse las vendas de los ojos, ver la realidad tal cual es –una realidad que avanzó sin nosotros y avanzará sin nosotros– y actuar para mejorar la vida de nuestros hermanos en el breve tiempo concedido en este pequeño 'punto azul pálido' que es nuestra Tierra en el Universo.
Nuestra cultura –no nos vamos a meter en fe, que cada uno sabrá cuál es la suya– es cristiana, y dentro de esa cultura no deberíamos olvidar una de las más preciosas parábolas evangélicas que hay, la de los peces y los panes. Para los olvidadizos y resumiendo mucho: después de un día de predicación, miles de personas todavía seguían ahí; los discípulos sugirieron a Jesús que despidiera a la gente para que fuera a comprar comida en las aldeas, pero Jesús decidió alimentarlos. ¿Cómo? Solo había allí cinco panes y dos peces.
Jesús tomó los panes y peces, bendijo a Dios, y mandó a los discípulos a repartirlos a la multitud. Se repartieron todos, todos comieron y, al final, ¡incluso sobraron 12 canastas llenas de comida! ¿Milagro? Sí, pero algo más. La mayor de nuestras responsabilidades es hacer lo más con lo menos. El miedo nace de la sensación y realidad de injusticia y debilidad. Es nuestra responsabilidad multiplicar (no solo sumar, y lo dejo ahí...) lo poco o mucho que tenemos y somos, y distribuirlo lo más justamente posible (esto es, política pura y dura), y así contribuir a dejar un mundo mejor.
Más con menos, la mejor receta para acabar con el miedo. Y avanzar.
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