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Muchas de las frases que conforman nuestro imaginario colectivo provienen, aunque lo ignoremos, de libros y películas. Hace unas semanas una amiga querida me recordaba una que, días después, me encontró en el exquisito último libro de Irene Vallejo: «En el oeste, a la hora de elegir entre la verdad y la leyenda, se imprime siempre la leyenda», de John Ford. Reconocemos con ella lo que nos acompaña, cada vez con más insistencia, en la esfera pública. No se acerca a la leyenda, ya quisieran. Pero sí a la mentira. La verdad hace mucho que dejó de interesarnos. Sobre todo, si es contraria a un buen titular, a un vídeo, a una campaña, al deseo de destruir a alguien. Se lleva la maestría en la ocultación de la verdad.
En el barómetro de diciembre del Centro de Investigaciones Sociológicas, el cuarto problema señalado por los encuestados, detrás del coronavirus y de la crisis económica, es «el mal comportamiento de los políticos», y eso debido a que la pregunta está mal realizada y peor presentada o sería el primero. Se dibuja un escenario tenebroso si la clase política ya no es vista como parte de la solución y sí del problema. Es esta, sin duda, una de las razones que los estudios muestran como determinante del crecimiento de partidos demagogos, extremistas y populistas, de izquierda y de derecha. Y es una de las variables que más contribuye a la erosión de cualquier régimen democrático.
A través de todas las diferencias posibles, lo que han tenido en común los líderes populistas es su desprecio por los procedimientos democráticos como esquema de toma de decisiones y su asunción de que ellos sí entienden al pueblo. Claro, en su enfoque reduccionista solo hay un pueblo que merece ser salvado, el que lo apoya. Hace unos años, los líderes y partidos que cuestionaban la democracia, como procedimiento de generación de acuerdos, eran cuasi anecdóticos. Las sucesivas crisis económicas se han acompañado de otras políticas, a nivel mundial, aunque no tengamos certeza de cuál ha sido primera o si están interrelacionadas. Cada vez más, imitando a Monterroso, nos despertamos y el populismo, y sus jinetes del apocalipsis, siguen allí.
Esta realidad ha provocado un mayor interés por conocer los motivos de la irrupción, en todas las latitudes, de las formaciones, que hace unos años, eran residuales. Partidos y líderes que, ahora, detentan directa o indirectamente el poder, y no solo en nuestro país. Se está prestando mucha atención a las razones por las cuales los ciudadanos apoyan a líderes que erosionan la democracia. Siempre ha existido, y la Ciencia Política lo ha estudiado, una percepción crítica de los adversarios en el terreno político. Pese a ello, la polarización ideológica no implicaba la consideración de que si no pensabas como yo eras mi enemigo. Es cada vez más frecuente, para nuestro pesar, que las democracias, también la española, han pasada a caracterizarse por una significativa brecha política. Cada vez más vemos a los rivales políticos con una percepción muy crítica. Nos identificamos con aquellos que son como nosotros, pero, de forma simultánea, tenemos graves problemas para considerar, no digamos respetar, a los que son diferentes.
Este fenómeno dificulta la convivencia ya que la brecha separa a familiares, amigos, compañeros de trabajo, etc. La mentira, las medias verdades, la ausencia de verdad en todas sus ramificaciones son factores esenciales en la profundización de este fenómeno. Recientes trabajos de la politóloga Jennifer McCoy hablan de la 'democratic hypocrisy': cuanto menos nos guste un partido, o una ideología, o un líder, más tenderemos a creer que este es capaz de cualquier cosa y, por supuesto, de atentar contra las normas e instituciones democráticas. Además, tendemos a apoyar a nuestro líder si eso mejora la ventaja discursiva, en intención de voto, en lo que sea, de nuestro partido. Tenemos un ejemplo, muy cercano en el tiempo, con el comportamiento de un gran número de electores republicanos que no tienen problemas en aceptar que el demócrata Biden ha hecho fraude y han robado las elecciones a Trump. Por eso cada vez más somos muy influenciados por las campañas negativas del partido con el que nos sentimos más cercano. Aunque atenten contra la inteligencia básica, les otorgamos credibilidad sin molestarnos en comprobar que nuestro adversario no es Lucifer. La mentira, por mucho que se repita, nunca llegará a ser verdad, menos leyenda. Pero nos tragamos esas mentiras sin ninguna resistencia.
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