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A veces, en los rincones del subconsciente donde bulle el magma de las ideas y los pensamientos antes de convertirse en voces y frases articuladas, ... se producen choques, fusiones que generan palabras singulares y expresiones que son como un chispazo de luz cuyo deslumbramiento se traduce en humor y quizá en sonrisas o burlas. Otras veces, tales híbridos muestran la voluntad de acentuar determinados conceptos, subrayando la singularidad de algunas situaciones reales y ejerciendo la crítica y la denuncia social contra desaguisados y actuaciones perversas.
El procedimiento de formar palabras mediante la fusión de otras preexistentes da lugar a las llamadas compuestas. Las hay a centenares, creadas por el genio de la lengua. Otras nacen por casualidad, dejando un rastro no siempre duradero en la memoria, como por ejemplo el 'ostentóreo' del célebre Jesús Gil, quien, en la duda de elegir el calificativo adecuado entre 'ostentoso' y 'estentóreo', tiró por la calle de en medio y creó 'ostentóreo', que nada significa, por lo que no ha podido ser usado posteriormente.
Tiempos de información desbordante, selvas inmensas de información que genera la dificultad de asimilarla y distinguir entre la que es veraz y la que sirve a fines inconfesables por delictivos. Entre las procelosas redes de la comunicación navegan empresas e individuos interesados en una manipulación de las palabras favorable a sus intereses. Si se trata, además, de números y estadísticas, conocemos la capacidad de birlibirloque que un manejo especulativo de las cifras puede conseguir en relación con resultados, listas y clasificaciones. Para ponerle un baldón que recuerde la mentira de ciertas estadísticas ha nacido la voz 'estadipular', definible como la acción de manipular interesadamente las estadísticas con fines inconfesables.
Hay palabras nuevas que protestan contra la situación de emergencia del planeta. De los daños, quizá irreversibles, que le infligimos, de la pérdida de biodiversidad que sufre, de la galopante contaminación de tierras, aires y aguas que padece ha nacido el atroz, por certero y pesimista, término 'basuraleza'.
La moda ha establecido un injusto canon de belleza que excluye a la mayoría de las mujeres, proponiendo tallas inverosímiles, una alimentación propia de jilgueros y una gesticulación y andares de autómatas, tan lejanas de la verdadera naturaleza de la condición femenina. De ahí que numerosas mujeres se hayan rebelado justamente contra esta tiranía al reivindicar otros valores de lo físico. De esta defensa surge el adjetivo 'gordibuena'.
El nacimiento de nuevas palabras no siempre responde a la limpia necesidad de explicar realidades existentes. Es frecuente su manipulación por ideologías y militancias varias. Tal ha ocurrido con 'feminazi', que desde posiciones masculinas enfrentadas al movimiento feminista lo atacan por contaminación, es decir, fundiendo 'fémina', que tiene una connotación biológica, con el adjetivo 'nazi', de tan vergonzosos parentescos, de manera que la limpieza de aquél se contamina con la suciedad de éste, con lo que la fusión de ambos deviene un insulto.
Desde la otra trinchera, las mujeres que abominan del patriarcado masculino en la mayoría de ámbitos sociales, atacan esta preponderancia con el término 'cosmetriarcado', palabra-denuncia que expresaría el aprovechamiento de la cosmética por parte del patriarcado para reforzar su dominio sobre el género femenino.
En otro orden de cosas, hasta ayer mismo las relaciones amatorias estaban sujetas a códigos sociales que propiciaban diversas categorías, desde el leve 'ligue' al 'amigo con derecho a roce' y el severo 'prometida', que conllevaba anillo de pedida y promesa de matrimonio, pasando por el popular 'novio'. Hoy, tales relaciones se han liberalizado y se habla de 'amigovios' y, más zafiamente, de 'follamigos'.
Desde el activismo medioambiental, preocupado por la salud del planeta que habitamos, se difunde el axioma 'piensa globalmente y actúa localmente', de donde nace el término 'glocal', que encierra toda una filosofía en defensa de su integridad.
Dado que un sobresalto cualquiera, una emoción súbita producen efectos visibles sobre la piel, el habla ha querido reflejarlo con expresiones tales como 'ponerse los pelos (o el vello) de punta' y 'ponérsele a uno la piel de gallina', en alusión a los folículos pilosos que se erizan como la piel de las gallinas desplumadas. De este cruce surge, inconscientemente, la incongruente frase 'ponérsele a uno los pelos de gallina', que no pasa de ser una expresión jocosa.
En mitad de una discusión acalorada que puede finalizar con exabruptos, la mente no está en las mejores condiciones para elegir entre 'hacer' y 'freír', por lo que es fácil que alguien acabe diciendo 'vete a freír puñetas', curiosa fusión entre la culinaria 'freír espárragos' y la legal o religiosa 'hacer puñetas'. Pues las puñetas son encajes muy elaborados que adornan las mangas de autoridades judiciales y eclesiásticas, por lo que hacerlas nos envía a lugares apartados como los conventos y durante mucho tiempo, ya que se trata de una labor enormemente minuciosa.
Continuará.
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