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Este grupo de opinión de Los Espectadores refleja en sus estatutos el deseo de opinar con arreglo a una estricta independencia. Con el deseo de ... mantener ese patrón de imparcialidad y, sin dejarnos llevar por pasiones incontroladas, nos sentimos obligados a exponer nuestra sincera opinión sobre los hechos de los que todos los españoles estamos siendo testigos, y es por ello que necesitamos pronunciarnos de una forma contundente con lo que venimos observando, de acuerdo con los principios que nos hemos dado.
La reciente pandemia que hemos sufrido nos ha enseñado cómo un mismo virus puede alterar su capacidad deletérea, a través de sucesivas mutaciones. Ello nos puede servir de analogía para observar cómo la actual legislatura nos ha traído la mayor mutación política de todo el actual periodo democrático, mutación que ha sido objeto de asombrosa explicación y justificación por parte de una notable miembro del Gobierno, al distinguir entre las palabras y obras dichas y hechas por una persona, antes y después de acceder al sillón presidencial del Gobierno.
Es legítimo y razonable que el partido ganador de las elecciones legisle y promueva las leyes en las que ha basado su campaña electoral. Nada que reprochar en este sentido. La cuestión cambia radicalmente cuando, en lugar de seguir un plan de actuación según lo comprometido en periodo electoral, se actúa contradiciendo flagrantemente el discurso y promesas hechas a la ciudadanía.
Inmediatamente alcanzada la presidencia mediante un proceso legítimo, pero inusual, como fue la moción de censura, abandonado todo pudor, se inicia una secuencia de medias verdades, medias mentiras, mentiras completas y contradicciones, intolerables en cualquier país democrático salvo en España, y el listado de las mismas ocuparía más espacio del que se nos concede en este artículo.
Que nuestro presidente tiene una relación manifiestamente mejorable con la verdad, comienza a demostrarse en la misma sesión parlamentaria de la moción de censura, cuando elogiaba la decencia de varios ministros alemanes, que habían dimitido por plagio de su tesis doctoral, siendo digno de admirar el cuajo y desahogo de decir esto, cuando él mismo sabía lo que había hecho con su propia tesis.
No habían transcurrido 48 horas de haber sido investido por el Congreso, después de las elecciones generales de noviembre 2019, cuando se abrazaba con el líder de Podemos, del que pocos días antes de las elecciones había abjurado, asegurando que le sería imposible conciliar el sueño, permitiendo su entrada en el Gobierno de la nación. No era más que el inicio de una serie de incumplimientos, que, por el albañal, desembocarían en el muladar de la impostura.
En su línea de promesas incumplidas, prometió no pactar jamás (si quiere Vd. se lo repito 20 veces) con separatistas y bilduetarras, y ha terminado convirtiéndolos en socios preferenciales.
Prometió clarificar y endurecer el delito de rebelión, lo que para él claramente resultó ser la asonada independentista catalana, y no lo ha tocado.
Prometió que los golpistas catalanes cumplirían íntegramente su condena, pero han sido indultados, pese al informe en contra del Tribunal Supremo, sin que se nos haya dado una explicación convincente del cambio de criterio.
Deroga el delito de sedición, basándose en una supuesta homologación de nuestro Código Penal con los Códigos europeos, aduciendo que la ley que regula este delito es anacrónica, porque nació en 1822. Pero no dice que la legislación de este delito se actualizó en 1995. Tampoco dice que la legislación sobre indultos es de 1870, y esta sí que no se ha reformado desde entonces. En cuanto a las diferencias de castigo penado, respecto a otros países europeos, lo desmonta el propio Tribunal Supremo, en su sentencia sobre el 'procés', punto 7.2. Lo cierto es que, en otros países, aunque con semántica distinta, este delito está más penado que en España.
Hace unas declaraciones solemnes de que en España se cumple la ley, pero permite que la Generalidad catalana incumpla las órdenes de los tribunales, sobre la impartición, en los centros docentes, de un mínimo del 25% en castellano.
No deja de ser una ironía que la lucha contra la corrupción, motivo por el que ganó la moción de censura, haya tenido su máxima expresión con el fraude de los ERE en Andalucía, así como la colonización de diversas instituciones públicas (CIS, RTVE, Correos, Paradores, Indra, CNI, etc.), degradando y subordinando frecuentemente al Parlamento a los planes del Gobierno, intentando embridar los medios de comunicación y, especialmente, el CGPJ y el Tribunal Constitucional, y dejando del PSOE actual una foto totalmente desdibujada de lo que ha sido este partido, especialmente, durante la etapa de Felipe González.
La credibilidad de nuestro presidente no es que esté por los suelos, es que transita por las alcantarillas. Elevando hasta el máximo el paroxismo político, está seriamente considerando promover el cambio del delito de malversación, adaptándolo 'ad hominem', para conceder, de facto, una amnistía encubierta a los sediciosos líderes catalanes.
Nuestro presidente se congratula de haber pacificado la convivencia en Cataluña, y también en el País Vasco, pero el conflicto se diluye cuando se realizan infinitas concesiones a los nacionalistas, la última de ellas es la expulsión de la Guardia Civil de Navarra, pese a haber declaraciones del ministro Marlaska afirmando que eso nunca ocurriría. Hemos cedido dignidad por paz, y al final tal vez quedemos sin paz y sin dignidad.
A la vista del camino tortuoso y falaz por el que nos ha hecho transitar nuestro actual presidente, es lógico que nos preguntemos hasta dónde será capaz de conducirnos, cuál es el límite que se ha autoimpuesto, si es que se ha puesto alguno. ¿Acaso alguien duda que lo siguiente será la permisividad de la realización de un referéndum, que envolverá en un atractivo y sugerente ropaje, que, en definitiva, permita que el pueblo catalán se pronuncie sobre su deseo de independizarse del resto de España?
A la hora de legislar, la ideología se ha impuesto a la razón, y siendo eso perverso, más lo es que la ideología se haya supeditado al interés particular de una persona. Y cuando la prioridad del interés personal se convierte en reiterada actitud, desaparece todo atisbo de ética y rubor, y no hay dique capaz de contener la secuencia de escandalosas y sucesivas claudicaciones ante los que confiesan ser poco amigos de la Constitución.
En absoluto nos agrada tener que hacer esta lamentable crítica a nuestro presidente. Sin embargo, como espectadores, nos impusimos en los principios de nuestro grupo describir con la máxima veracidad la realidad que observamos.
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