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Hagámoslo juntos

La Constitución es emblema de concordia y clave de bóveda de derechos inherentes a nuestra dignidad

Domingo, 6 de diciembre 2020, 09:34

Hce algo más de cuarenta años, en el último tercio de un siglo XX plagado de enfrentamientos cainitas, el pueblo español se encontró ante una encrucijada histórica: debía optar entre continuar caminando por el sendero del desencuentro o hacerlo por la vereda de la reconciliación. Lo primero, por sabido, no precisaba más esfuerzo que seguir deambulando como hasta entonces, con la mochila llena de rencores y reproches; lo segundo, por ignoto, demandaba la valentía necesaria para vaciar el morral y desafiar a lo desconocido.

En un plano puramente teórico, el dilema tenía fácil solución: la experiencia interna y la observancia externa aconsejaban romper con lo vivido, absolver las culpas y abrirnos a un régimen democrático. Pero en la práctica, la sucesión de acontecimientos exigía altas dosis de prudencia, pues como advirtiera Anatole France, todo cambio, aún el más ansiado, lleva consigo cierta melancolía.

Al final, contra todo pronóstico, dimos la talla. Capitaneados por Don Juan Carlos I y guiados por una clase política inspirada por la altura de miras y el sentido de Estado, España se perdonó y transitó ejemplarmente de la dictadura a la democracia, sin otra sangre que la derramada por quienes fueron vil e injustamente asesinados por los criminales de ETA.

Sí, lo conseguimos. Y lo hicimos juntos. Con la determinación que nace del profundo convencimiento supimos que había llegado el momento de conquistar el futuro y construir un país moderno y diferente, en el que tan importante como ser depositarios de derechos era erigirse en destinatarios de obligaciones.

Seducidos por aromas de libertad, levantamos diques que contuviesen el hedor de la desmedida autoridad, alumbrando un verdadero Estado de Derecho. Para ello, nos sometimos al imperio de la ley, confiamos en la separación de poderes e implantamos mecanismos fiscalizadores del proceder cívico y gubernativo.

Conscientes del valor de la información y la importancia de los contrapesos, emancipamos a la prensa y creamos instituciones robustas que no doblegasen ni la fuerza del viento partidista ni el peso de la dádiva; sabedores de la imperiosa necesidad de igualdad, consagramos el sufragio universal como fórmula de elección de nuestros representantes y garantizamos que los servicios públicos esenciales se prestasen sin exclusión.

Acordamos incluso organizarnos en autonomías, persiguiendo la solidaridad entre españoles y la equitativa distribución de beneficios y cargas. Pero todos, absolutamente todos, entendimos que nos unía la pertenencia a un proyecto común encarnado por una nación indisoluble, una España que habiendo protagonizado un glorioso pasado, codiciaba un esplendoroso futuro.

Es más, aunque nos dotamos de soberanía, intuimos que el mundo sería cada vez más complejo y sentamos las bases que nos permitirían, poco después, participar del proyecto europeo. Y siempre desde el consenso, desde esa generosa capacidad para conjugar la firme convicción en lo propio con el respeto a lo ajeno.

Ahora, tras cuatro décadas de prosperidad, el telúrico contexto en el que vivimos amaga con socavar los pilares de la Transición: aspiraciones secesionistas amenazan la cohesión territorial, espurios intereses desafían la independencia judicial y planteamientos totalitarios pretenden cercenar derechos y libertades al socaire de cualquier pretexto. Pareciera como si el esfuerzo por avenirnos se dilapidase sin contención y lo conseguido fuese un muñeco de trapo a punto de deshilacharse.

Pero no desfallezcamos. Como demócratas tenemos el inexcusable deber de salvaguardar el sistema político en el que creemos, y no hay mejor forma de hacerlo que velando por la Constitución como eje vertebrador de nuestra convivencia. Porque si los símbolos son las representaciones perceptibles de las ideas, la Carta Magna que ahora cumple cuarenta y dos inviernos no es una simple norma legal. Más allá del texto, la Ley de leyes es emblema de concordia, blasón de la unidad entre españoles y clave de bóveda de derechos inherentes a nuestra dignidad y condición. En su espíritu, reside lo mejor de nosotros, la grandeza de un país que enterró la hostilidad para exhumar la paz y adueñarse de su destino.

No incurramos por tanto en prodigalidad malgastando tan valioso legado; cuidémoslo y afanémonos en mejorarlo, pero hagámoslo emulando a quienes nos precedieron: juntos e inspirados por la altura de miras y el sentido de Estado. España y nuestros hijos lo agradecerán.

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