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No se inquiete querido lector, no pasa por mi mente recurrir a la Cábala para interpretar los acontecimientos habidos y por haber protagonizados por este personaje que, cabalísticamente, nos gobierna. Ni con el método Notarikon, ni con el Temurá, ni siquiera con las diez Sefirot del árbol de la vida alcanzaría yo a interpretar la locura, el despropósito, la sinrazón con que actúa don Sánchez. No obstante, con algo de información y un punto de imaginación, intentaré predecir el futuro inmediato, aun sabiendo que puedo errar porque, como en lo meteorológico, «querer el tiempo predecir es exponerse a mentir».

Con la invasión del coronavirus empezó el declive de este Gobierno. Demasiados muertos, muchas mentiras, toneladas de imprevisión, indicios de corrupción en el avituallamiento, ausencia de criterios técnicos; en resumen: una pésima gestión propia de aficionados perversos e irresponsables.

Asustado por su responsabilidad en la propagación del virus –agravada, entre otras cosas, por la manifestación feminista–, y por haber desoído informes oficiales, don Sánchez decide decretar el estado de alarma no para cuidar de nuestra salud sino para silenciarnos y maniobrar para poner su poder a resguardo.

Entretanto, desde la cámara de torpedos de La Moncloa, don Iván 'el Redondo' dispara una y otra vez contra el 'trifachito', contra Franco y los franquistas, contra la Transición, contra la sanidad privada, contra los jueces puestos por la derecha, contra los dos reyes, para intentar tapar el desastre de don Sanchez y su elefantiásico equipo.

Cuando se agota el tiempo, y ya nos ha descalabrado, decide, sin informe técnico alguno, desescalarnos, proclamando sin rubor el final de la pandemia, la llegada de los brotes verdes, la fuerza con que hemos salido, y lo agradecidos que tenemos que estar porque gracias a él, 'Moises-Sánchez', se han salvado de la muerte cuatrocientos cincuenta mil españoles, ni uno más ni uno menos. Para celebrar tanto triunfo faltaban palacios donde alojar a don Sánchez y su egregia familia, por eso se despide en loor de multitudes, se marcha de vacaciones y deja a las autonomías que batallen contra el virus sin protección legal alguna.

La segunda ola coge a estos supremacistas cagando y sin papel. Empieza la debacle, los palos que hasta ahora eran de ciego se convierten en disparos de cañón. Todo vale: defendamos nuestras privilegiadas posiciones, incrementemos la potencia de fuego, hay que tomar Madrid. Al final de la segunda Guerra Mundial, Hitler, enloquecido por lo que veía venir, ordena quemar la capital francesa. En una llamada a Von Choltizt, gobernador de la ciudad, le grita: «¿Arde París?». Menos mal que el responsable general no solo no le hizo caso sino que lo mandó a la 'merdé'. Sánchez preguntaba estos días al inútil Illa: «¿Arde Madrid?», y el mendaz ministro, al que le faltó el valor y la dignidad del militar francés, decretó el estado de alarma, por cierto para todos menos para la ministra Celaá a quien, recién establecido el confinamiento, le faltó tiempo para tomar un avión y salir escopetada de Madrid a Bilbao.

Ventean el peligro, saben que están tocados y que los próximos días serán cruciales para su supervivencia política y profesional. En las manos del Tribunal Supremo está la llave que decidirá si España sigue siendo un país de libertades, homologado con Europa, o una dictadura bolivariana. Supongamos que la Fiscalía no se opone y que, de acuerdo con la exposición razonada del juez de la Audiencia Nacional, la Sala del Supremo decide procesar al histrión don Pablo, el del traje cuatro tallas más y la ridícula mascarilla republicana del Día de la Hispanidad. Petición de suplicatorio a las Cortes por causa de ese privilegio anacrónico e injustificado que tienen los padres de la patria. Independentistas y filoetarras votarían a buen seguro en contra de la petición, pero, ¿y los diputados socialistas? Sánchez sabe que si ordena a sus parlamentarios que se opongan, muchos socialistas de bien, que los hay, yo conozco a un montón, no podrían soportar esta última felonía; pero si votan a favor y don Iglesias tiene que dimitir, los podemitas incendian la calle, van al cuello de don Sánchez, tumban los Presupuestos, y el Gobierno, en franca minoría, no podría aguantar ni un día más.

La toma de Madrid, los desprecios a la Corona, la Memoria Democrática, la descalificación de la oposición, no ha sido suficiente: o doblegan al Supremo o se van al carajo de donde nunca, por cierto, debieron bajar.

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