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Uno de los efectos principales de la pandemia causada por el coronavirus será la redefinición de conceptos y formas de vida que hasta ahora parecían si no intocables, sí muy arraigados en todas las sociedades. Para medir sus consecuencias, observemos esta curiosa paradoja, relacionada con el concepto de estado de guerra en el que puede parecer que nos encontramos. Si hasta ahora, el final de un conflicto bélico se caracterizaba por el regreso a casa, esta gran contienda en la que estamos metidos, se definirá por lo contrario: por la salida de casa. Volver a casa suponía volver a la normalidad, a pesar de la infinidad de campos y ciudades asolados por bombas y escombros. Volver a casa era volver a las rutinas que el hombre había establecido en su comportamiento social, muchas de ellas, la mayoría, en constante evolución: ver y compartir caricias con sus seres queridos, trabajar o intentar trabajar en lo que se hacía antes de la crisis, gozar de la belleza de una sinfonía o de una comedia...
Ahora, salir de casa será una gran incógnita. Nadie imagina en qué va a consistir la llamada normalidad, en qué se va a transformar aquel comportamiento social, cómo y con qué frecuencia serán los contactos personales que iban desde tradicionales reuniones familiares hasta habituales encuentros en bares, cafeterías, restaurantes, terrazas o paseos. Y, sobre todo, cómo se producirá el hábito del ocio, un ocio que debe servir de alimento del espíritu, un ocio cuya práctica se pierde en el origen de los tiempos. Nadie sabe cómo va a ser nada.
Mucho antes de que Esquilo se subiera a un escenario de piedra para celebrar las gestas de sus antepasados, ya había quienes se dedicaban al arte de narrar los mitos por los que se regía el ser humano. Hasta hoy. Con más o menos interrupciones, el mundo ha ido siempre acompañado de actores que han cantado las glorias y desgracias de cuanto veían. Y de esa costumbre se han beneficiado gentes de todos los colores y tendencias, gobiernos de cualquier época, y hasta religiones aparentemente cerradas a tales manifestaciones. Los pueblos más importantes en la historia de la humanidad han sido, y son, los que más importancia han dado a la cultura. En Alemania ya se sabe que los teatros se abrirán a primeros de septiembre. Con todas las precauciones del mundo, pero se abrirán. La música y la escena forman parte de su ADN. En Francia creen que para mediados o finales de julio ya se podrá asistir a espectáculos públicos. Italia lo está estudiando. Y desde Bruselas habrá indicaciones al respecto. ¿Y en España?
La ciudadanía espera noticias. Espera que sus dirigentes diseñen el mapa por el que nos moveremos en las próximas semanas y meses. Más allá del modo y manera de volver a la calle, que lo tenemos a la vuelta de la esquina, queremos saber qué margen de riesgo vamos a asumir, qué posibilidad existe de no volver al enorme número de contagios sufridos, y, más allá de estas preguntas fundamentales, cómo vamos a encontrar el mercado de trabajo, abandonado a toda velocidad por la amenaza del virus. Junto a eso, y no sé en qué plano situarlo, tampoco conocemos el cómo va a reponerse lo que antes llamaba 'alimento del espíritu', es decir, en qué condiciones se van a abrir estadios, auditorios, teatros, cines... Es evidente que hasta que no se recupere el mercado de trabajo, nada será igual que ayer. Pero también, hasta que no se recupere ese otro gran mercado del mundo que es la cultura.
Es muy gordo lo que tenemos encima. Hace falta mucho bisturí, sí, pero también mucha inteligencia para abordar a la vez todos los problemas de un país que ha pasado por algo inimaginable hace apenas unos meses. ¿Quién te iba a decir que aquella función de teatro que te gustó tanto hace apenas nada iba a ser la última que vieras antes de un brutal confinamiento? A ver los listos. A ver, quienes parece que tienen soluciones para todo y solo hablan y hablan, y acusan y acusan.
Ahora es tiempo de planificar; para mañana no, para ya. Si en Europa se trabaja a marchas forzadas por la vuelta a la normalidad en la cultura, lo único que hemos oído en España es que hasta final de año no se regularizarán los espectáculos públicos. Eso sí, menos el fútbol, que, aunque sea sin espectadores, ya hay fechas para terminar los campeonatos. Poderoso caballero es don Dinero.
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