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Escribo este artículo desde un cementerio al atardecer, recostado sobre la losa de una tumba, aunque no diré ni dónde ni de quién (entiendo que haya familiares que no gastan fantasías con estas cosas). La luz es dorada y pronto se volverá gris. Nada más ... indicado para acordarnos del pasado. Aunque a demasiada gente eso de acordarse del pasado es una especie de insulto personal, impropio de estos tiempos groseramente presentistas, donde no existe más que el instante o, más precisamente, la imagen velocísima de ese instante.
Mi tata Pascuala tenía, en cambio, un gran respeto por el pasado; decía, para ajustar sus pequeñas cuentas por ejemplo con mi padre, que «hay que acordarse de lo de atrás». Un conocido quiso acordarse de lo de atrás en una de sus muchas reconciliaciones con su novia, descubriendo entonces que ésta le había sido infiel cinco días antes, aunque no fuese «técnicamente» infiel, ya que en ese momento se encontraban estratégicamente enfadados y «no salían». «¿Me estás diciendo que hace solo cinco días te fuiste a la cama con un tío, así, tal cual, aunque tratas de quitar importancia contándome que solo era un empotrador?». «Qué pesado. No salíamos. Por favor, dejemos ya de hablar del pasado». En realidad, la gente utiliza lo de no hablar del pasado como neolenguaje para inutilizar el lenguaje homologado, porque las cosas, como hacía el expresidente Zapatero o los personajes de 'Alicia en el País de las Maravillas', solo significan lo que los que mandan quiere que signifiquen. «Lo importante no es lo que esas palabras signifiquen, lo importante es saber quién manda». En esas estamos. Y en el neolenguaje nunca mandamos usted o yo. Lo único que podemos hacer es negar la autoridad de ese tribunal, como los terroristas. «No reconozco la autoridad del discurso que utilizas, me declaro objetor. Te tiraste a un tío hace cinco días». «Me cansas, vives siempre en el pasado».
La gente tiene mucho miedo al pasado, como lo tiene a que se sepa su verdadera vida. Tiene terror a los llamados 'techos de cristal'. Una vez salí con una chica estupenda que llevaba a mucho orgullo ser 'muy discreta' con sus hazañas privadas. Debí analizar esa cuestión con más detenimiento, cuando aún estaba a tiempo. El político de Vox Luis Gestoso me dijo una vez algo que no está pidiendo mármol, pero solo porque ya lo tiene (mandé hacer una pequeña loseta de alabastro con esa sentencia): «Si le pinchan por la noche su teléfono al Papa de Roma, por la mañana se vacían las iglesias». Y eso fue mucho antes de Bergoglio. Poquísima gente podría salir con bien si se pinchase su teléfono, si se supiese su completo pasado, igual que la gente se sorprendería de saber que el principal requisito que se pedía a los buenos Papas, antes, es que fuesen italianos (como afirmaba el Nobel Camilo José Cela) y que no creyeran en Dios.
Cuando a los 'jemeres rojos' del genocida camboyano Pol Pot les preguntaron por qué habían asesinado a tanta gente sin motivo en su país, respondieron que fue porque en su cultura oriental se sonríe por todo, se sonríe sobre todo al expresar que 'no', y que ya estaban cansados de tanta contención, coño. Pero eso de Pol Pot fue hace ya unos días. No hablemos del pasado.
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