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El pasado-presente. Hace escasamente tres meses, el pasaporte Covid era una medida que parecía imprescindible para contener los contagios. Hoy día, sin embargo, ... no hay una sola comunidad autonómica que la mantenga en vigor (salvo en residencias y hospitales). Sin duda, Ómicron, una variante con capacidad de escape a las vacunas actuales, enormemente transmisible e inherentemente más leve que su predecesora Delta, terminó por certificar la inutilidad del pasaporte Covid.
Dicho pasaporte constituyó un prescindible alarde de lampedusianismo: de hacer algo, para que todo siguiera igual. Tácitamente se optó por no imponer restricciones (como las sugeridas a fines de noviembre por la Ponencia de alertas), apelando al «autocuidado» de la ciudadanía cuando Ómicron se extendió velozmente, llevando al colapso a la Atención Primaria, desbordada en parte por la farragosa (y evitable) gestión de las bajas laborales.
Ignoro si el balance de fallecidos dejado tras de sí por la sexta ola (que solapó Ómicron con Delta, más letal, no lo olvidemos) habría sido menor de haberse impuesto restricciones en el sector de la hostelería. Sobre lo que albergo pocas dudas es de que la constante llamada a la 'gripalización' de la pandemia, unida al mantenimiento de medidas puramente retóricas, como el pasaporte Covid, condujeron a la banalización social de la sexta ola, que se salda con más muertes (alrededor de 15.000 decesos) que las dos olas precedentes.
El presente-futuro. Pese al mencionado saldo, el exceso de mortalidad por todas las causas en lo que llevamos de 2022 es el menor de los últimos cinco años. En parte porque la circulación de virus respiratorios (gripe incluida) ha sido débil (aunque ahora está aumentando), y en parte también porque el exceso de mortalidad ocasionado por la sexta ola se concentró en noviembre y diciembre del pasado año. Un indicio más de que Ómicron es, efectivamente, menos letal que variantes anteriores.
Así pues, afrontamos una situación epidemiológica inédita, tras una ola explosiva que acumula seis millones de contagios confirmados (los reales son muchos más). No obstante y, aunque la presión asistencial y las defunciones continúan descendiendo, la incidencia acumulada de los contagios está repuntando en prácticamente todas las comunidades autónomas desde mediados del presente mes. Este cambio de tendencia seguramente se deba a la interacción de la relajación de las restricciones con la propagación de la llamada Ómicron 'silenciosa', variante más infecciosa, aunque no parece que más virulenta que la Ómicron original.
En este contexto, Ministerio de Sanidad y comunidades autónomas avanzan en la estrategia de 'gripalización' de los mecanismos de vigilancia y control de la transmisión, una vez dada por superada la fase aguda de la pandemia. Desde el 28 de marzo no es obligatorio el aislamiento de positivos leves y asintomáticos, y la realización de pruebas diagnósticas se reserva en principio a los casos graves, población vulnerable y profesionales sanitarios y sociosanitarios. Asimismo, el nivel de alerta epidemiológico pasa a depender exclusivamente de los indicadores de presión asistencial.
Este paso es congruente con el escenario de relativa contención en el que nos encontramos, pero sería deseable acompañarlo de algunas medidas cautelares, si de verdad queremos normalizar la convivencia con el virus. Sobre todo, antes de proceder a retirar la obligatoriedad de la mascarilla en interiores.
A este respecto, cabe recordar que la escala de los contagios es aún pandémica (no somos una isla en esto) y que no puede descartarse que surjan nuevas variantes más dañinas que Ómicron. Esto es reconocido expresamente por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su último Plan Estratégico, si bien prevé como escenario más realista el de la paulatina atenuación del virus. Pero incluso si ese es el escenario imperante, puede ir acompañado de rebrotes, con eventuales picos de incidencia, tal y como también prevé la OMS.
En consecuencia, habría que activar cuanto antes el Sistema de Vigilancia Centinela de la Infección Respiratoria Aguda en el que se quiere integrar la monitorización de los contagios del SARS-CoV-2. Entretanto, deberíamos de radiografiar la prevalencia (realizando estudios de seroprevalencia) e incidencia (haciendo cribados en poblaciones específicas) de la infección, así como mejorar nuestra capacidad de secuenciación del virus. Una cosa es no reportar información diaria sobre la evolución de la pandemia y otra no seguir (y anticipar) su evolución.
En paralelo al desarrollo de esta red reforzada de vigilancia epidemiológica, sería importante regular (y hacer cumplir) la obligatoriedad de una adecuada ventilación y filtración del aire en los interiores de los establecimientos y transporte público. Una provechosa enseñanza de esta pandemia (si no la que más) es que los virus respiratorios se transmiten primordialmente vía aerosoles, de modo que actuemos en consecuencia si queremos prescindir de las mascarillas.
Por último, con amplias capas de la población inmunizadas debemos centrarnos en proteger a las personas inmunocomprometidas. Vacunación e infecciones nos han proporcionado un capital inmunológico frente a la enfermedad grave, de modo que dosis de refuerzo adicionales cobran mayormente sentido para las personas vulnerables. Entramos en una etapa donde la vacunación debe ser personalizada o a lo sumo sectorializada (residencias), pero no indiscriminada. No, al menos, hasta que lleguen nuevas vacunas más inmunogénicas que las actuales, esterilizantes incluso.
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