Secciones
Servicios
Destacamos
Es difícil imaginar ahora, dentro del agujero al que nos ha metido la crisis del coronavirus, que pueda extraerse algo positivo de una experiencia que está resultando tan traumática para tantas personas, y para la Humanidad en su conjunto. Y sin embargo, hay mucho que aprender de lo que está sucediendo estos días, al menos en la sociedad española, que es la que mejor conozco. La primera lección no nos viene de la clase dirigente o de los grandes discursos que enarbola, muchas veces meras arengas o sermones exculpatorios. La realidad está siendo más importante que los discursos.
Otra consecuencia: la lección mayor nos viene de la gente corriente, esa que no suele tener voz, y a la que nadie atiende. Sin que existiera una consigna dada por ningún líder, a la gente corriente le dio por salir a su balcón o la ventana de su sala de estar, única manera de hacerse visible, para aplaudir a quienes reconoce héroes verdaderos, el personal sanitario que abnegadamente ha hecho mucho más de lo que el reglamento le pedía, poniendo incluso en riesgo (aumentado por la ineficacia de la gestión política respecto al reparto de los medios de protección). Pero un aplauso tan unánime y verdadero, que no tiene signo político ni distinción alguna, arranca de mucho antes, porque lo ha vivido desde antiguo: que cuando acudía a un hospital nadie le preguntaba por quién era o qué pensaba, o si tenía o no rentas o bienes, si era rico o pobre, sino que era un cuerpo, necesitado de asistencia. Y ser llevado a la UCI, quedar en la sala de observación o pasar a planta se decidía por criterios médicos que igualan a las personas. El personal sanitario cuida a la abuela o al padre, sean ricos o pobres, con igual esmero. Todos iguales, porque lo que esta crisis ha levantado a primer plano es lo que la gente dedicada la Sanidad ha enseñado siempre: ante la enfermedad todos somos iguales, en las camas de Urgencias somos un cuerpo en estado de necesidad.
Me ha emocionado especialmente ver que en las puertas de las ciudades sanitarias enfermeras y médicas, celadores y cirujanos, se emocionaban al hablar de lo que estaban viviendo, porque sabían que por encima de cualquier circunstancia o discurso, los ciudadanos aplaudían que fueran mujeres verdaderas y hombres cabales. Y esa es otra. Hombres y mujeres sin que nadie hiciera énfasis en cuál es el sexo de quien atiende o a quien socorre. Después de vivir años sin poder decir o hacer nada que no pasase por el filtro del discurso sobre el origen, del género, de la conveniencia, he aquí que la realidad sanitaria de nuestros hospitales (también ocurre en colegios e institutos de enseñanza), es que hay una gran proporción de personal femenino en todos los niveles. El gran triunfo del antiguo feminismo ha sido ese: el objetivo es que no sea preciso hablar desde un lugar de género.
Porque otra gran lección de esta crisis es lo mal que han quedado los políticos, que son solo discurso, es decir, aquellos que han disfrazado su labor de palabras grandilocuentes o de sermones enquistados. Qué gran error el de Pablo Iglesias lanzando un sermón de autopropaganda en estos momentos, cuando la gente que le oía estaba pensando por qué este ciudadano, que debía guardar cuarentena, se creía superior a los demás, y se la saltaba, ejerciendo el obsceno privilegio del poder. Otra vez viviendo lo contrario de lo que sus discursos proclaman.
Una última lección: la crisis ha revelado que los únicos importantes no son los que hablan y hablan o los que disfrazan con ese hablar que no saben mucho. Los importantes están siendo aquellos que saben de lo que hablan. De repente han emergido a las pantallas magníficos científicos españoles de universidades de todo el mundo y también de las españolas, distinguiéndose por su bien saber sobre lo que es un virus y cómo combatirlo. En estados de necesidad, con el cuerpo averiado o amenazado, no quieres soflamas, quieres a alguien que sepa cómo curarte. Resulta que estaban ahí, en la vida medio oscura de sus laboratorios, sin reconocimientos especiales, a veces muy mal pagados, pero preparados. En contraste, hemos visto que los políticos no están igual de preparados, que hablan o hacen si saber de verdad qué hacer. No es mala lección que esta crisis ha dado: en los momentos cruciales confía la gente más en aquellos que no tienen poder que en aquellos a los que se lo ha dado. Habrá que aprender a exigir a los políticos españoles que se preparen y sean técnicamente solventes. Porque puede irnos la vida en ello o al menos salir bien parados de lo que se avecina.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.