Gigantes de nuez
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A los gurús de las cryptos y los NFTs ya no les cogen el teléfono ni en Cofidis, y qué decir de ese pecador de la pradera, ese 'fistro' de hombre llamado Elon Musk¿Qué es neoliberalismo? ¿Y tú me lo preguntas? Neoliberalismo, probablemente, eres tú. Es un concepto escurridizo, pardiez. Como cuando le pides a un pez ... que te defina el agua: el neoliberalismo, en palabras de Fredric Jameson, «la lógica cultural del capitalismo tardío» está tan alrededor y tan dentro de cada uno de nosotros que es frecuente quedarse en blanco a la hora de pensar en él. Pero se puede. Un experimento muy sencillo consiste en fijarse en los modelos que está adoptando la chavalada. Ya no hay aspirantes a Cid Campeador, Cortés o Pizarro, como nos dictaba la escuela franquista. Los nuevos ídolos son futbolistas, claro, pero también cotizan alto gurús de grandes tecnológicas, CEOs, músicos con avión privado y magnates en general. Pregunta, pregúntales tú a los zagalones de los institutos de la Región a quién se quieren parecer, si a Antonete Gálvez o a Steve Jobs.
–¿Antonequién?
Por un lado, hay que reconocerlo, el hecho de que las últimas generaciones ya no quieran ser caudillos ni napoleones tiene su parte positiva. Tranquilizadora, digamos. Cosas buenas de la postmodernidad, que alguna tiene también. Gracias a ella nos hemos bajado de los grandes sistemas ideológicos (fascismo, imperialismo, estalinismo, etc) que aspiraban a dar sentido completo al mundo y a nosotros con él. ¿De todos? No, 'amiguis'. Nuestro paradigma sociocultural deshace todas las creencias, todos los sistemas, excepto uno: el del dinero. Baja la cotización de la vocación de Rambo, y también la de Teresa de Calcuta. Sube, mucho, la de ser Mark Zuckerberg. La de ser Jeff Bezos.
Los nuevos santos tienen, cómo no, sus hagiografías. La doctrina del turbocapitalismo actual se predica desde brillantes libros de 'coaching' empresarial, think tanks, páginas de todo tipo, redes sociales, vídeos y memes. La creatividad y el talento lo son únicamente si pueden hacer de ti el próximo multimillonario tecnológico global. Lo importante, dicen, es la actitud. Así. Sin reírse. Tú trabájate un ego como una catedral de grande que ya lo demás viene rodado. Impón tu voluntad. Que nada te coarte. La ética es de 'losers'.
Para sorpresa de nadie, las biografías de los nuevos popes olvidan sistemáticamente relatar las enormes ventajas de partida con que suelen contar. La estereotípica fábula del 'empezó en un garaje' suele ser más falsa que un billete de tres euros, y a poco que rascas encuentras que Elon Musk heredó una inmensa fortuna en Sudáfrica, que Bill Gates estaba emparentado con sus accionistas o que Jeff Bezos disfrutó de una exquisita (y carísima) educación de élite en Princeton. Es importante que la gente piense que te has hecho a ti mismo. Todos quieren ser 'cracks', nadie 'cayetanos'.
Pero si ya llevábamos tiempo levantando la ceja con las rutilantes biografías inventadas de los nuevos 'cracks 'de la economía y la política, últimamente se nos está levantando la otra al comprobar los desastres que un ego magnificado y una buena cuota de poder pueden causar. La ideaca que tuvo Zuckerberg con Meta lleva una trayectoria en Bolsa que ya no es una cuesta abajo sino una caída libre. A los gurús de las cryptos y los NFTs ya no les cogen el teléfono ni en Cofidis, y qué decir de ese pecador de la pradera, ese 'fistro' de hombre llamado Elon Musk que no tenía bastante con la trituradora de billetes que es su SpaceX y se vio obligado a tirar cuarenta y cuatro mil millones de dólares comprando Twitter para hundirlo a conciencia a continuación.
Y si los accionistas de estos 'cracks' (pero del 29) dan ya como cosica, qué decir de los votantes de sus equivalentes en política. Los que votaron a Trump para que levantara un muro con México. O a Boris Johnson para hacer Inglaterra grande otra vez, o era al revés, ya no me acuerdo. Esa gente esperanzada en que Isabel Díaz Ayuso les iba a traer La Libertad. Muy parecida a la que apoyaba a Liz Truss para que les bajase un poco más los impuestos. Es que los oías hablar y te los creías. Actitud ante todo. He venido aquí para comerme el mundo, que es una expresión que suena mucho mejor si la analizas poco. Te convencían. Los esquimales les compraban la nevera. Los murcianos la bufanda. Invertías en ellos, les votabas. Y al final, cuando dejaban de darle vueltas a las cáscaras de nuez, resultaba que debajo no había ninguna bolita. Ni cerebro, ya que estamos. Nada. Pero quedémonos con una cosa. Con verlos venir a tiempo, esta vez sí, a la próxima.
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