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Hace tres años tuve una experiencia que me hizo comprender mejor el mundo en que vivimos, la lucha por el liderazgo de los países, en plena globalización, y muchos elementos de nuestra vida diaria. Había fallecido David Rockefeller (marzo de 2017) y la cadena Russia Today (RT) me llamó para concertar una entrevista en directo. Me llamó la atención los enormes recursos que movilizó la cadena por mí. Grosso modo, una productora desde Moscú estuvo horas en contacto conmigo y dos técnicos trajeron una unidad móvil con enlace satélite para hacer una conexión de 20 minutos en riguroso directo con otro académico mexicano, al otro lado del Atlántico, entrevistados directamente desde la ciudad del Kremlin. Me dicen que esas aperturas de satélite en directo son extremadamente caras y solo se justifican por audiencias millonarias. No se cuál pudo tener entonces ese programa, pero sí que costó un riñón y que el presentador no paraba de insistirme en que le confirmara las viejas teorías de la conspiración de los magnates como Rockefeller, Morgan o Rothschild, el club Bildelberg y otros engranajes del poder en la sombra que yo siempre he intentado matizar mucho.
Tamaño despliegue de medios esa tarde solo se explica por el interés de Rusia por dirigir la información en España y, sobre todo, en Hispanoamérica, en una línea muy particular: desacreditar las bases políticas y económicas del mundo occidental. Es la batalla de la información, donde las 'fake news', la tergiversación y la intervención de las redes sociales están a la orden del día. Una guerra que China está librando, con similares intereses, pero con otra estrategia: la del dominio tecnológico y productivo, con profundas consecuencias políticas.
Lo lleva explicando unos años Josep Piqué (léanse su libro 'El mundo que nos viene', Deusto), que tiene claro que en términos militares y comerciales Extremo Oriente, y no Europa o los EE UU, será pronto el nuevo epicentro de la geopolítica mundial. Ese liderazgo no es una milonga, pues supone alcanzar privilegios extraordinarios. Lo detentó España en el Siglo XVI, cuando con la plata americana impuso su statu quo en todo el mundo conocido; Holanda nos adelantó por la derecha en el s. XVII, gracias a su poderío comercial; Reino Unido se lo arrebató desde el fin de las guerras napoleónicas, por su poderío industrial; y el liderazgo lo tomaron los Estados Unidos a fines del siglo XIX, para ejercerlo de manera absoluta después de la segunda Guerra Mundial, imponiendo un sistema monetario que les permitió cubrir gratis durante tres décadas su déficit gratis, dándole a la máquina de imprimir dólares, sin menguar un ápice su liderazgo, que ya no es industrial, sino tecnológico.
Con el hundimiento del bloque comunista parecía que había sido la victoria total de su modelo, aunque Putin se dio cuenta de que eran más rentables sus piratas informáticos y sus cadenas subvencionadas que una carrera armamentística y productiva, que no pueden permitirse. China sí, y hace tiempo decidió vencer a Occidente acaparando la actividad industrial y sumando en la carrera tecnológica. Trump no es estúpido. Lo sabe y está luchando por todos los medios porque sus multinacionales no pierdan ripio.
¿Qué hace nuestra Europa ante tamaño reto? Hasta la fecha, poco. La crisis del coronavirus ha dejado en evidencia su capacidad productiva y de tomar decisiones en conjunto. Décadas de externalización de producciones nos ha hecho tremendamente frágiles ante la pandemia. Nos hemos convertido en una sociedad de servicios y solo Alemania ha sabido mantener el tono industrial. En paralelo, los países árabes y China están contratando, a base de chequera, a los mejores técnicos y académicos y están encantados del hundimiento institucional europeo (léase populismos, 'Bréxit', estancamiento en el proyecto europeo...) y la obsolescencia de Occidente. Vean para todo esto las reflexiones de Luis Garicano ('El contrataque liberal: Entre el vértigo tecnológico y el caos populista', Península).
¿Y en qué afecta todo esto a un murciano de a pie? Pues es mucho más de lo que pueda pensar. Por el momento, si se confirma todo esto está abocado a trabajos mal remunerados y a perder buena parte de sus opciones de movilidad y desarrollo profesional. En lo político, estará expuesto a decisiones que ya no se tomarán en Bruselas ni en Madrid, para nuestra desgracia. Estamos, en suma, en un momento clave de ese asalto al poder mundial, donde la propaganda interesada suma, ¿o acaso no han tenido ustedes la tentación de pensar lo bien que ha gestionado China la pandemia (después de causarla)? Pero, ¿qué certezas podemos tener de un país que ni siquiera publica el número de ejecuciones sumarias? No olviden que sigue siendo un país comunista, sin libertades, como una tal Unión Soviética, que escondió durante décadas la represión y muerte de millones de sus propios ciudadanos.
Por consiguiente, creo que la actual situación debe hacernos reflexionar. Primero, para informarnos mejor y, después, para pensar en el futuro, en grande. Tenemos mimbres para no quedarnos atrás, pero vamos tarde.
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