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La proliferación de gimnasios-franquicia, peluquerías-barberías y estudios de tatuajes refleja un fenómeno que va más allá de simples tendencias estéticas. Estas tres industrias han crecido exponencialmente, y no es casualidad que se encuentren en casi cada esquina de los barrios urbanos, pueblos y ... pedanías. Esta tendencia hacia la estandarización y la comercialización de la estética personal evidencia que hace ya tiempo que el neoliberalismo penetró en las formas más íntimas de la vida cotidiana, convirtiendo el cuerpo en un objeto de consumo y la identidad en un producto que se compra, se vende y se replica. El cuerpo-identidad como proyecto líquido y continuamente en proceso, un objeto en constante intervención y mejora. El cuerpo musculoso y tonificado como símbolo de disciplina, autocontrol y éxito personal, atributos altamente valorados en la sociedad contemporánea.
El gimnasio se ha convertido en un pilar de la rutina trabajo-conciliación-ocio, especialmente con la aparición de franquicias que estandarizan la experiencia de hacer ejercicio. ¿Cómo no vas a encontrar tiempo para hacer unas sentadillas antes de tu jornada de trabajo? ¿Acaso no tienes 40 minutos para unos 'burpees' mientras se esterilizan los biberones? 'No pain, no gain'. Marco Aurelio mal entendido y 'top' ventas en FNAC. Autosuficiencia y mejora personal como deseo colectivo, buscando además la diferenciación en un espacio compartido con otros tantos que escuchan la misma música y suspiran casi por las mismas frustraciones. Por su parte, las peluquerías se convierten en peluquerías-barberías que invitan a tener experiencias estéticas que van más allá del corte de pelo. Estas 'nuevas' peluquerías tienen lista de espera y en algunos casos me inquieta la técnica 'upselling' evidente de servicios complementarios al corte de pelo, como cuando en la gasolinera nos preguntan si lavado normal o lavado exprés premium.
Con matices, el auge de los tatuajes sigue esta misma lógica de significación. Mi amigo Gilabert, que mira la vida con cinismo, me ofrece una teoría para poner en remojo. Me explica que en el binomio barberías-tatuajes se percibe una competencia por un prestigio social diferenciado. Así, los tatuadores, por la naturaleza de su trabajo, han logrado posicionarse en la cúspide de esta jerarquía de prestigio social dentro del mundo de la estética corporal. Su trabajo requiere un nivel alto de destreza artística, precisión técnica y creatividad, aspectos que les confieren un estatus más elevado en comparación con otras profesiones del sector. Sin embargo, el trabajo del barbero, aunque especializado, sigue estando más cerca de un servicio cotidiano que de una intervención artística duradera. Por esta razón, me explica Gilabert, muchos barberos han comenzado a incorporar elementos que pretenden añadir complejidad y valor a su trabajo en un intento de sofisticar su profesión.
Gilabert le da un sorbo al café y sigue. «Todo esto no es más que una variante del 'sujeto de rendimiento' revestida de elección estética que parece hecha en libertad. Ser tu propio jefe, tu propio entrenador, tu propio nutricionista, (auto) impulsándote de forma teledirigida a alcanzar las metas que crees que tú mismo te has configurado y en consecuencia lo sensato será maximizar tu rendimiento (dar la mejor versión de ti mismo, menuda expresión). Esto lleva a una autoexigencia constante y a una presión interna para ser productivo. Tú, yo, este camarero, todos sujetos de rendimiento, además no forzados por una autoridad externa evidente y coercitiva, sino que internalizamos normas y expectativas, y todo resulta en una forma de autoexplotación en la que además nos sometemos a una vigilancia constante sobre nuestro propio desempeño. Lo que pasa es que este autocontrol de nuevo toma formas blandas y con letra Comic Sans: publicas en redes sociales lo que comes, los kilómetros recorridos y las bondades del ayuno intermitente. Una burbuja que expone el éxito como una cuestión determinada por el esfuerzo individual, ignorando aspectos estructurales que influyen en el rendimiento» (sic)
Gilabert me pide un nuevo párrafo para rematar su discurso: «[...] ¿No te has fijado? Hasta el toro o la vaca del 'Gran Prix' está mazada. Bueno, debería terminar con alguna recomendación, que luego me tachan de sólo hacer diagnósticos sensacionalistas. Pues recomiendo la desobediencia estética (fracasar mejor): córtate el pelo cada tres meses y por supuesto no permitas que te perfilen la barba con tiralíneas. Practica un deporte en lugar de la rueda de hámster de ir al gimnasio con tarifa plana. Venga, mañana empiezo yo, a ver si así te animas, como dice Juan Soto Ivars: me haré el tatuaje de un tío de mi edad que no lleva tatuajes».
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