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Mi aspiración desde muy joven era independizarme de la casa de mis padres, crear un hogar propio donde poder construir mi propia familia. Ahora recuerdo ese deseo con unas poquitas canas y unos cuantos años más. Como decía la canción de Ismael Serrano, «Éramos tan ... jóvenes que todo nos curaba: los libros de Kundera, tus besos zapatistas, el asiento de atrás, dormir sobre tu falda...». Sin embargo, el sueño de un joven de hace 35 años es poco realista para los chavales del siglo XXI. Como decía Milo Murphy: «Todo lo que puede empeorar, empeora sin remedio». En los últimos tiempos, los cambios en la sociedad dificultan la emancipación de nuestros jóvenes en un país que se sitúa a la cabeza de Europa en desempleo juvenil y donde la edad media de emancipación ronda los 30 años. ¡Vaya plantel!
La imposibilidad de los jóvenes de construir una familia repercute en la estructura demográfica del país. Aumenta el envejecimiento demográfico e impide el relevo generacional, causando graves estragos en la viabilidad de nuestros sistema de pensiones, tal y como está sucediendo ahora. Quizás, esta sea una buena razón para que los votantes más maduritos empecemos a pensar no solo en nuestras pensiones, sino en el futuro de nuestros hijos y nietos.
Para que una pareja de jóvenes inicien un proyecto de vida en común, primero tienen que enamorarse y, ya si eso, contar con una fuente de ingresos sólida que les permita pagar las facturas y comer, además de quererse con locura y pasión. Y en muchos casos, ni sumando el salario de los dos les alcanza para tirar un mes sin alegrías. No es nada fácil. Este caso me lo comentaba hace unos días una alumna, preocupada me decía: «Ahora estoy buscando piso y, si quiero uno para vivir sola, me cuesta dos terceras partes de mi salario. ¿Qué hago?». Ante esta pregunta, guardé silencio.
Pareciera que el trabajo (precario e inestable) o su ausencia dificultan la integración social de los jóvenes. Azotados por dos crisis económicas seguidas, muchos jóvenes que apostaron por desarrollar su propio proyecto vital, se han visto obligados a retornar al hogar de los padres. De hecho, el 22 % de los jóvenes ha retornado al hogar familiar y no solo por Navidad.
En países como Suecia, Luxemburgo, Dinamarca y Finlandia la edad media de emancipación de los jóvenes se sitúa entre los 18 y los 22 años, edad en la que se supone que no han terminado los estudios superiores. Esto es posible gracias a la fortaleza de sus estados de bienestar, con políticas muy garantistas, por ejemplo, en materia de vivienda. Unas políticas que encuentran su origen en los gobiernos socialdemócratas. ¿Y los socialdemócratas de aquí? ¿Qué piensan de todo esto? ¿Qué creéis que tenemos que hacer? ¿Hay alguien ahí?
Bueno, si nadie dice nada, contesto yo. Creo que hay algunas cosas que sí podemos hacer: la legislación es importante pero no lo es todo. Sin salir de España, si comparamos la tasa de desempleo del País Vasco (11%) con Andalucía (22%), pareciera que la profesión a la que nos dedicamos es importante. Tenemos que dedicarnos a lo importante y reindustrializar la economía para mejorar la productividad y el empleo.
Otra opción más eficaz es fortalecer nuestro sistema de formación técnicoprofesional recuperando la apuesta, históricamente fallida, por la formación profesional dual. La formación sigue constituyendo nuestro mayor ascensor social. No nos podemos permitir una sociedad dividida entre los que saben y no.
Apoyar el emprendimiento colectivo de los jóvenes egresados (ingenieros, arquitectos, juristas, etc.) como motor para la reindustrialización de España y el cambio de escala. Una apuesta por las cooperativas, las sociedades laborales o las sociedades agrarias de transformación, que por definición dan luz a empresas de mayor tamaño. Puesto que en España nuestras empresas son demasiado pequeñas. Y preguntarnos: ¿de qué forma podemos conseguir redistribuir el capital –no solo económico– entre generaciones? Entre los que han seguido ganando dinero en empleos fijos durante la pandemia y cuyo mayor trastorno ha sido el teletrabajo por Zoom, y aquellos que no tienen la suerte de tener un capital asegurado.
Es ahora cuando se siente más la necesidad de hacer una profunda reforma laboral, atendiendo a las nuevas realidades del teletrabajo, la flexiseguridad, la economía digital y la posibilidad de conciliar fácilmente trabajos laborales y trabajos mercantiles.
Por exigencias de la Unión Europea, 2021 es el año de la gran reforma en el mercado de trabajo y en las pensiones. Porque de nada sirve celebrar año tras año el Día del Trabajo, si no hacemos nada por mejorar las condiciones precarias laborales que sufren los más jóvenes en España. ¿No crees?
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