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En cada etapa de la vida disfrutamos de entretenimientos y pasatiempos ociosos. Conforme avanzan los años mutan, desvaneciéndose paulatinamente, y los abandonamos sustituyéndolos por nuevas distracciones. Del mismo modo que, en otro orden de cosas, esa poderosa fuerza de toda actividad humana que es el ... deseo, encuentra su razón de ser en el anhelo por conseguir aquello de lo que se carece, casi siempre difícil de obtener sin esfuerzo. De forma que, satisfechas las necesidades elementales, disponer con facilidad de una oferta abundante conduce, como toda saciedad, a perder el interés. Estas consideraciones, de cariz un tanto profundo, son aplicables a un contexto tan escasamente metafísico como el fútbol. La actual superabundancia de competiciones conduce al desapego. El aficionado normal y corriente, atiborrado, es incapaz de distinguir qué se disputa en tantísimos encuentros. No hay día sin algún partido de vaya usted a saber qué torneo, a horas además intempestivas por aquello del mercado televisivo.
Todo esto hace imposible estar al día incluso al forofo más recalcitrante. Ya sean ligas nacionales, regionales, europeas, partidos entre continentes o a escala mundial. Es una retahíla que interrumpe una y otra vez la siempre entretenida, real y verdadera competición de liga. Así y todo, no está concluida al parecer esta plétora, vistos los proyectos para añadir nuevos torneos al sobrecargado calendario actual. (Como se ha amortiguado en parte, debido a las protestas de los aficionados, el interés por la denominada superliga europea, los responsables del tinglado amenazan con implantar un mundial cada dos años).
Esta inacabable gallina de los huevos de oro tiene una notoria repercusión en la salud de los protagonistas. Es la consecuencia de exprimir hasta los límites de su fisiología corporal a los futbolistas -jóvenes deportistas en la edad de plenitud física-, afectados por una plaga de lesiones musculares y articulares, que constituyen el peaje al sobresfuerzo continuado en el deporte profesional. Se ven forzados a competir sin apenas descanso, para mantener la llama viva del chiringuito. Es un escenario que, salvando las distancias, remite a la desoladora película de Sídney Pollack, titulada 'Danzad, danzad, malditos'. Ambientada en los amargos años de la gran depresión norteamericana, los participantes se ven obligados a bailar al límite de su resistencia física y mental, hasta caer reventados. Y todo para conseguir magros beneficios. Los emolumentos profesionales son tremendos en algunos actores del futbol, pero a costa de lesiones, difíciles recuperaciones y recaídas constantes.
A la progresiva desafección apuntada del aficionado contribuyen también los comentaristas televisivos. Es esta una opinión compartida en las tertulias, donde desde siempre el futbol ocupa condición destacada, salvando solo las cuestiones políticas. (Han desaparecido, sin embargo, en esa sustitución de gustos ociosos que trae el devenir del tiempo, las otrora sonadas polémicas entre aficionados a la fiesta taurina, que son actualmente una reliquia). Muchos de los cronistas, arropados por una abundante nómina de expertos exjugadores, inciden en el vicio manifiesto de enfatizar durante los noventa minutos las disposiciones tácticas. Con reiterados parlamentos, pretenden reducir las variables del juego a cuestiones de física elemental, aplicándoles modelos asépticos de matemáticas. Correlato de entrenadores obsesionados con lo que llaman 'el orden'.
Se produce así una obsesión por analizar cuestiones tan sorprendentes, quién lo imaginaría, como los centímetros de las hojas del césped. Asuntos ajenos al ánimo del espectador, desde siempre embelesado por los lances en los que la improvisación, el regate estético, la jugada inesperada culminan en el supremo éxito del gol. El azar, en suma, no reducible al rigor exacto del computador. Oímos, sin escuchar, un recurrente discurso táctico de ese prolongado 'ha pasado de un tres cuatro dos uno, al cuatro tres tres, al rombo por fuera' y demás'. Sin proponérselo, entrenadores modernos y comentaristas expertos son deudores de la actualísima ciencia de los sistemas complejos, aquellos en los que entra en acción una amplia conjunción de factores diversos a la vez, para alcanzar un resultado final. Es la teoría de la complejidad, reconocida este año con el premio Nobel de física, en la que se enfrascan los galardonados en predecir, mediante modelos matemáticos experimentales, las infinitas variables que modulan el calentamiento global. Pero sucede que tratar de reducir excitaciones, entusiasmos, estados de ánimo y sentimientos del aficionado al fútbol –cada vez que juega el equipo de sus desvelos– no es tan simple. Resulta imposible circunscribir en fórmulas lineales jugadas maestras, en las que la imaginación y la pericia del deportista improvisan, inventando ocurrencias insólitas, para disgusto de tanto entrenador empeñado en un orden marcial y riguroso.
El fútbol es un apasionado entretenimiento, una afición, un juego.
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