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Según el diccionario de la RAE, se entiende por paranormal aquello que no puede explicarse con los conocimientos científicos actuales, o dicho en román paladino, ... lo que escapa a la razón y no encuentra otra justificación que los árcanos secretos de lo esotérico. Si acudo de principio al gran glosario castellano no es para ilustrarles sobre la riqueza de nuestra lengua, sino para advertirles de que no merece la pena cuestionar los argumentos futbolísticos que han llevado al Real Madrid a la gran final europea que hoy disputa en París. Háganme caso, por mucho que lo intenten, por más disquisiciones que le dediquen, solo hallarán sentido a esta Champions deambulando por los senderos de lo trascendente. Y es que, como demuestra la experiencia, la grandeza del club merengue encuentra mejor acomodo en la épica que en la lógica, pues gran parte de su leyenda se ha edificado sobre gestas increíbles. Con todo, lo verdaderamente extraño no es lo inverosímil de lo acontecido, sino su reiteración, porque lo vivido esta campaña ya ocurrió otras veces. Sitúense en los años ochenta del siglo pasado: en aquel tiempo, cuando la Movida madrileña aireaba mentalidades y los porteros eran cancerberos de gorra y rodilleras, un grupo de veteranos y noveles protagonizaron hombradas impregnadas de heroicidad. En un Bernabéu de réflex y gallinero, entre boinas, bufandas y banderas, la imberbe 'quinta del Buitre' se agarró a los machos de los Juanito y Santillana para asombrar al viejo continente con hazañas inauditas. Las remontadas del equipo en Copa de la UEFA fueron pan nuestro de cada día, convirtiendo Chamartín en fortín inexpugnable y bastión de lo imposible.
Ahora, tras casi cuatro décadas y contra todo pronóstico, hemos vuelto a aquellas memorables andadas. La receta para conseguir la proeza ha sido la misma de antaño: desplegar sobre el césped los valores que desde 1902 han convertido al Real Madrid en la institución más laureada del fútbol mundial. Esos valores, incorpóreos y cuasi espirituales, conforman la particular idiosincrasia madridista, una inspiradora forma de ser que trasciende lo deportivo y crea una perfecta comunión entre equipo y afición.
Porque la historia blanca, tan codiciada como difícil de alcanzar, siempre se conquista a lomos de ochenta mil gargantas que braman por el arrojo de once centinelas que no se rinden frente a la adversidad. La leyenda del Real, admirada e inimitable, solo se forja en volandas de un público ávido de triunfo, orgulloso de sus colores e inasequible al desaliento. Si el viento sopla de popa, la hinchada, discreta y acostumbrada, disfruta con sosegado silencio del éxito repetido. Pero cuando pintan bastos, cuando todo se complica y la derrota se afinca en el horizonte, el Bernabéu olfatea la hazaña, prende la mecha y entra en ebullición. Es entonces cuando el ADN madridista, ese que un señor de La Mancha inoculó en el escudo y padres de todo el mundo transmitimos a nuestros hijos a golpe de alegrías compartidas, se rebela ante el infortunio y se resiste a perder. Una enfervorizada afición, en éxtasis por vivir lo que otros le contaron hechizados, desata la tormenta perfecta y hace zozobrar a un rival impelido a deponer las armas, aguantar el chaparrón y contemplar la grandeza de la epopeya blanca. En esos instantes mágicos, el equipo, desatado, arrebatado e indomable infunde tal pavor en el adversario que los goles llegan por empuje y corazón, por un asedio que poco tiene que ver con el fútbol y mucho con el amor propio y la fe inquebrantable. En la mayor de las adversidades, cuando cualquiera se arrojaría exhausto en brazos de la derrota, nuestro inmortal ave fénix resurge de sus cenizas, desafía al destino y obra el prodigio de ascender triunfante al olimpo de los dioses de la victoria. Sí, sí, sí, así gana el Madrid.
Dentro de unas horas, todos los que participamos de esta bendita locura estamos en la convocatoria. El noble y bélico adalid, el caballero del honor de las mocitas madrileñas, tiene una cita con su historia. Toca rematar la faena, reverdecer laureles y agigantar la mística de un equipo de leyenda. Somos los reyes de Europa y, como tales, solo nos queda triunfar en buena lid, dedicárselo a los ángeles que guardan nuestros sueños e invitar a Cibeles a disfrutar de otra copa, susurrándole al oído lo de «hasta el final, vamos Real».
¡Hala Madrid!
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