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En el PSOE han llamado a filas. Y en Unidas Podemos también. En el caso de estos últimos puede que lo hayan disimulado un poco más y hayan llamado sencillamente al orden. Claro que cuando en Moscú o por allí llamaban al orden había que ... echarse a temblar. Cosa de las tradiciones. El caso es que tanto en un lado como en otro han llamado a sus diputados a la obediencia del dogma. Hay que votar por el juez Arnaldo y botar algunos escrúpulos. Enrique Arnaldo se ha convertido en piedra de toque sobre lo que supone no solo la obediencia ciega a la autoridad partidista, sino a todo aquel revuelo de quienes iban a asaltar los cielos, jamás iban a pactar con la carcundia y además iban a desempolvar toda la politiquería y a denunciar sus maniobras. Nunca negociarían con ella. Bueno. Pues aquí está Arnaldo.
Enrique Arnaldo se ha presentado ante los auditores políticos con piel de cordero y los dientes convenientemente limados. En el fiel de la balanza. Sin amigos políticos, según él. Autoconfeso «amante de la libertad y equilibrado». También afirma no tener «peajes ni equipajes». Sin ideología política marcada dice de sí mismo el señor juez. No importa que haya sido un colaborador bastante asiduo y en diferente facetas de la fundación FAES presidida por José María Aznar. Muy libre de hacerlo naturalmente. Aunque, como cada paso que damos en la vida, los suyos también dejan huellas. Unas huellas que para algunos diputados de izquierda van por el mal camino.
Pero los llaman a filas, o al orden. O a la responsabilidad, dicen desde el aparato socialista. A lo que sea, el caso es que tienen que ser disciplinados. Tanto, que les van a hacer un marcaje muy cercano del voto, sea telemático, por medio de uija o como sea. Pero vigilado el buen rebaño, controlados los más esquivos y renuentes. Tanto, que alguno ya ha dicho que votará, pero que lo hará con la nariz tapada. Como si entrase en un pudridero. Para algunos de la parte más izquierdista de la izquierda debe de suponer algo así. Abandonar la manoseada calle, al currante, al pueblo, para entrar en la zona pantanosa que tanto les repugnaba. Obligados a hacer ese trabajo de fontaneros, de aquellos políticos acostumbrados a trabajar hundidos hasta la cintura en el fango. Ellos, que iban a ser la pureza encarnada, teniendo que andar en estos cambalaches que denunciaban con tanta energía y dignidad. Ahora se miran en el espejo y aparece una sombra de aquella definición que Ambrose Bierce dedicaba a la política en su terrible 'Diccionario del diablo'. 'Política: Lucha de intereses disfrazada de principios'. O aún peor, a su lado verán al propio Arnaldo.
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