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Como suelo hacer desde hace ya bastantes años, cada día salgo a dar un buen paseo mañanero que me despierte del todo, y disponga para lo que pueda venir. Esas horas constituyen una buena ocasión para prestar especial atención a cuanto sucede a nuestro alrededor. ... No crean que se trata de un ejercicio intelectual, ni mucho menos.
En todo caso, sin apenas información de cuanto sucede en el espacio exterior, resulta ser un simple intento de empezar la jornada de cero.
Todo esto, que parece demasiado serio pues hasta roza la pedantería, es mucho más sencillo de lo que parece. Un ejemplo de actualidad: es distinto ir a la feria septembrina que tenemos en tantos y tantos pueblos de nuestro entorno a las ocho de la tarde que a las ocho de la mañana. A las ocho de la tarde todo es ruido y actividad. Gente que va de acá para allá; niños que disfrutan solo con imaginar lo bien que lo van a pasar en ese caballito que seleccionan con la mirada para cuando la rueda se pare; altavoces que te estimulan a que compres una participación de su tómbola; chucherías como el azúcar en nubes de colores, manzanas bañadas en caramelo, jínjoles de dulce paladar, golosinas todas ellas que no ves fuera de esos recintos. También están abuelos tirando pesadamente de sus alborotados nietos; parejas que deciden pasar un par de horas de emoción y locura... Todo esto y más lo da la feria, nos guste o no nos guste.
Pero de mañana es otra cosa. En mi ciudad, que se reparte entre varios escenarios simultáneos, si empiezas por el tradicional recinto de atracciones, te encuentras con un entorno sin alboroto alguno, que duerme la excitación de la noche anterior, mientras espera que oportunas escobas barran las basuras que dejaron los clientes. La curiosa imagen, con sus altos artefactos de hierro, sus coches de choque alineados como niños que descansan hasta que llegue la hora de trabajar, sus quioscos cerrados, sus casetas asimismo clausuradas para evitar la tentación del fisgoneo de paseantes como yo, sus atracciones alineadas de forma irregular, todo, aparenta un enorme decorado expresionista, propio de Caligari o de Mabuse. He de confesar que jamás podría haber pensado que la feria sin algarabía, la feria sin gente, la feria sin feria, pudiera alcanzar ese nivel de belleza plástica.
Saliendo del recinto convencional, mis pies se dirigieron a la orilla del río para caminar hasta cruzar casi la ciudad en busca de la otra feria, la de las modernas actividades, principalmente para los mayores. Y me encuentro con una amplia zona que era aparcamiento disuasorio, sustituido por toda una villa blanca, impoluta, cercada por una valla recién puesta y pintada. Enseguida imaginé que detrás de tamaña fortaleza se encontraban los albergues de los moros y cristianos, los albergues, porque ellos seguro que estarían durmiendo en sus ricas camas la bulla de la jornada anterior. Aquí sí que no me atrevo a entrar, pues controles habrá que lo impidan, y no creo que la excusa de la simple curiosidad me faculte para comprobar qué es aquello. Tampoco mi interés rebasa cualquier intento de transgresión, pues estas mesnadas no las conocí en mi mocedad, ni me provoca ver desfiles con más teatro que historia.
Continúo mi andar, esta vez subido al viejo paseo del Malecón que, por cierto, se mantiene limpio a esas horas de la mañana. No parece que le afecte la actividad de los representantes del Medievo, ni unos recintos que ocupan el otro margen del paseo y aún huelen a aceite y jalufo. Esos los veo de paso, nunca mejor dicho. Y lo que muestran son chiringuitos rematados con todo tipo de materiales protectores para hipotéticas inclemencias del tiempo, como son planchas de acero u hojalata, restos de uralita, mantas que ensamblan todos aquellos recubrimientos, etc. Ingrata visión. Imagino que el sabor y calidad de los productos estarán fuera de toda duda; que se llenarán mesas y sillas que sí que parecen nuevas, puesto que la atracción de mis paisanos por la tapa o la ración es superior a cualquier melindre; pero sigo sin entender que esos llamados 'huertos' se erijan en plato fuerte de la feria, cuando las calles están llenas de bares y restaurantes de altísimo nivel.
Esto me pasa por ir a la feria a deshora, cuando no hay nadie, cuando solo ves lo superficial sin entrar en el sabor del entusiasmo. Acaso me entusiasmen ya pocas cosas.
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