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Hoy es 1 de enero y creo que ya llego tarde a todos los propósitos para 2023, así que si me permiten voy a borrar ... este año que empieza de nuestra memoria y voy a concentrarme en 2024, que igual con 365 días de por medio vemos las cosas con un poquito más de claridad.
Ustedes no se acuerdan, pero hubo un tiempo en esta España nuestra en la que por culpa la pandemia china que vuelve a acechar sólo podíamos pasar la Navidad de 6 en 6, lo que para familias con más de 4 hijos suponía un extenso y arduo debate sobre cómo decirle al miembro menos favorito que había sido nominado por el Gobierno para abandonar las celebraciones del solsticio de invierno, que diría Pedro Sánchez. Hubo un tiempo en el que Ucrania estuvo en algún lugar del mapa no demasiado determinado, que Putin era gracioso porque se subía encima de un oso, que un murciano iba a ser Vicepresidente del Gobierno y otro en el que UPyD creía que tenía opciones de gobernar. Fíjense a qué velocidad va el presente que es imposible que el futuro se acuerde de tan cercano pasado.
Pero ahora que ya hemos entrado de lleno en nuestro primer año sin Anne Igartiburu dando las campanadas no tengo ni idea de qué pedir para este año electoral en el que van ustedes a odiar la política como nunca porque estas personas indecentes que se dedican a la asesoría electoral no entienden que la separación de Vagas Llosa y la Preysler es infinitamente más importante que quién gane las elecciones municipales de Murcia. A la hoguera con todos los que no saben separar lo urgente de lo accesorio.
A principios de 2022 no teníamos ni idea de quién era Carlos Alcaraz, ni de cómo implosionan y se regeneran con más fuerza que nunca los partidos de ámbito nacional, ni que Macarena Olona al final resultó ser de izquierdas o que Iván Redondo no tuvo suficiente con la entrevista de Évole y decidió escribir un artículo cada semana para demostrar que es mucho mejor parecer tonto en silencio que hablar y confirmarlo. Probablemente sí sabíamos que Luis Enrique de fútbol moderno poco, que el Madrid iba a ganar la Champions y que Florentino Pérez es de los pocos símbolos nacionales que aún vertebra las Españas. Ha sido un año rarísimo porque ha pasado de todo, como por ejemplo que la pandemia sea un mal recuerdo, pero a la vez no ha pasado nada nuevo, pues seguimos con la tradición ya nacional de que la izquierda saque a delincuentes de prisión o que Yolanda Díaz siga siendo un bluf mientras algunos sectores de la prensa se empeñan en llamarla la esperanza del comunismo retrógrado que habla bajito y se viste de rosa.
Como en 2023 quizá haya cambio de gobierno nacional, y seguro que hay muchos cambios autonómicos y municipales, la política va a embarrarlo todo y no merece la pena hacer predicciones sobre un año perdido para la vida ociosa. Así que, como les decía al principio del artículo, nos lo saltamos.
A 2024, en cambio, sí le pido muchas cosas: por ejemplo, que nos sigamos leyendo. Que, igual que el COVID es ya un mal recuerdo para todos, su principal preocupación de hoy sea sólo una pesadilla del pasado. Que haya aparecido gente nueva, pero de esa que aunque lleve 5 minutos en su vida parezca que la conoce desde el día de su nacimiento. Que le encante su trabajo, y si no es así que al menos le encante salir de él y disfrutar de la vida que le espera fuera. Que tenga salud, que es lo único importante si excluimos los desmanes amorosos del clan Preysler-Falcó. Que le quieran, pero más importante aún que usted quiera. Que cumpla uno de sus sueños pequeños, ya sea viajar a París o comprarse una moto. Que vaya al cine, al teatro, que lea, que plante un limonero o que vea todo el catálogo de Netflix. Operacionalice la felicidad como usted quiera, pero en 2024, después de este año en el que lo único que tiene que hacer es arreglar todo aquello que lo impide, pueda usted por fin respirar y sentir que su vida, ahora sí, merece la pena.
Felices años nuevos a todos. Verán cómo, al final, lo conseguiremos.
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