![¿LA FAMILIA? ¡BIEN Y MAL, GRACIAS!](https://s1.ppllstatics.com/laverdad/www/multimedia/202002/10/media/cortadas/147102030--624x392.jpg)
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El montaje es espléndido, y sorprendente, y doloroso, poético, hermoso e hipnótico de principio a fin. Te seduce, hasta caer rendido, como lo haría la más diestra y desalmada criatura de la noche, o un cruce de piernas especialmente dedicado de una joven Sharon Stone, ... o una madrugada mágica de historias de alienígenas junto al fuego y con un buen vino, o una deseada declaración de amor en mitad de un océano estrellado; o incluso sin Luna. Quiero decir que la sensación de extraña felicidad y de profunda emoción -pese a todo lo que uno ve y oye durante la función- es muy gratificante.
Estamos ante una experiencia sanadora, íntima: la que te aproxima sin red a tus relaciones con los miembros de tu propia familia. Hay mucho de Tennessee Williams en este texto de Andrew Bovell, que de nuevo no deja indiferente, como ya ocurrió con su presentación en los escenarios españoles con 'Cuando deje de llover', y que de nuevo también dirige con mucho mimo Julián Fuentes Reta, con esa bienvenida influencia de Daniel Veronese que recorre esta puesta en escena que no contiene ni un solo minuto del que te desconectes de lo que ocurre en escena: porque lo que allí ocurre es la vida, con toda su grandeza y su tristeza, fluyendo junto a ti y dejándote que puedas acariciarla con la mano.
Acaba la función y parece que has hecho un larguísimo viaje interior, porque sitúa al espectador ante las sombras de su pasado, los secretos familiares, los malestares, los reproches, los silencios encendidos que anidan en todas y cada una de las familias, de generación en generación. 'Las cosas que sé que son verdad' habla de unos padres y de sus cuatro hijos; los cuatro, cada uno a su manera y sangrando por una herida, empeñados en ser ellos mismos, por supuesto más allá de las expectativas proyectadas por sus padres, que se han volcado a lo largo de los años en un fin primordial, incluso por encima de ellos mismos y de su felicidad: construir un porvenir lleno de posibilidades para los cuatro. Cierto: casi nunca las cosas salen como deseas.
No sobra ni una coma en el texto de Bovell, que ha traducido y adaptado el también actor Julio Vélez, ni está de más un solo gesto de todos cuantos ayudan a hacer creíbles las historias de unos personajes a los que dan vida unos intérpretes que se entregan todos a una, y a los que ha dirigido de maravilla Fuentes Reta: con el mimo y la pasión de quien concibe el teatro como un acto sagrado.
Obra: 'Las cosas que sé que son verdad'
Autor: Andrew Bovell
Dirección: Julián Fuentes Reta
Intérpretes: Verónica Forqué, Julio Vélez, Pilar Gómez, Jorge Muriel, Borja Maestre y Candela Salguero.
Representación: Teatro Circo Murcia, viernes 7 de febrero de 2020
Calificación: Muy buena.
Como ese lugar donde el hombre se encuentra con el hombre, sin máscaras: con el mayor de los recelos y la necesidad total de entenderse, de apoyarse en otros. Y, siendo como es esta función un drama de proporciones comparables a los servidos por Eugene O'Neill, no quieres que concluya este poético milagro teatral, algo que, en buena medida, le debemos a la presencia generosa en el reparto de Verónica Forqué, capaz de mostrar en un momento toda la delicadeza que encierra la mejor de las sedas y, al siguiente, herirte con la furia de un río de lava, mostrada con una verdad que sobrecoge. Ella da aquí vida a una madre que son todas las madres de la Historia, perfecta como tela de araña y también como bálsamo para cualquier herida, y perfecta en su rabia y cuando muestra ese corazón suyo que es un campo helado en plena batalla, y también en las mil sensaciones que consigue contagiar con cada gesto de su rostro y ademanes.
La familia, como ring y como nido de águilas, la familia que amas y de la que, al mismo tiempo, deseas volar. La familia en toda su intensidad, amor, dolor, crudeza...; y el deseo de alejarse, la frustración. La familia y el hijo pródigo, la familia y el hijo amado, Abel. Y esas bombas de relojería emocionales a punto de estallar, y ese caudal de rumor oculto, y la culpa entrando y saliendo por las ventanas. Y todo transcurre en un pequeño jardín, que no es el jardín de los cerezos de Chéjov, pero sí un Edén, en ocasiones, y una tumba de espinas en otras. ¡La ovación del público del TCM fue de las que hacen historia!
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