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Exilio

Cuando oímos hablar a quienes nos gobiernan, y a los que intentan gobernarnos, dan ganas de salir de aquí pitando

Domingo, 11 de octubre 2020, 09:10

Contaba Concha Velasco en Córdoba, en una comida de clausura de un Congreso sobre la obra de Antonio Gala, que antes de la segunda elección de José María Aznar como presidente de gobierno, dijo que si este volvía a ganar ella se iba de España. La prensa lo publicó con todo lujo de detalles. Corría el año 2000, y la actriz estaba haciendo 'Hello, Dolly'. Aznar ganó y, a los pocos días, fue a ver a la actriz al Teatro Calderón. Terminada la función, fue al camerino y le dijo: «No te vayas, Concha». Ella, mujer de izquierdas, se echó a reír. Contestó: «No te preocupes, presidente, no me voy a ir».

Muchos intelectuales principalmente socialistas han dicho, o han pensado, irse del país cuando este cae en manos de partidos no deseados, con programas no deseados. Pero se van muy pocos. Se fue Goya, cuando era pintor de la corte. Temeroso de que el absolutismo se lo llevara por delante, le pidió a Fernando VII que lo dejara ir a un balneario en la Lorena, Francia. Como quiera que por entonces no se llevaban demasiado bien, el rey se quitó de encima al viejo aragonés, sordo y achacoso. Goya se exilió sin exiliarse. Hizo lo que no hizo Concha Velasco. Además, cuando se fue de España tenía nada menos que 78 inviernos, edad para pocos trotes, sobre todo, hace dos siglos. Su fortaleza hizo que aún durara cuatro años.

Hay muchos ejemplos de quienes se van de su país por miedo al régimen o, sencillamente, por no estar de acuerdo con los que mandan, sean monárquicos o republicanos. Si cito a Goya es por ser una gloria nacional. Como Leandro Fernández de Moratín, amigo del anterior, del que hizo dos retratos. Este sí se había metido algo en política, no mucho, y tenía un miedo atroz a que la Inquisición, sí, la Inquisición, lo torturara. Salió de España en 1817 sin pedir permiso a nadie. El restablecimiento de la Constitución, por un repunte de los liberales, le hizo volver a Barcelona para terminar la edición de las obras de su padre. Una pandemia de peste en la capital catalana lo hizo huir, esta vez por razones sanitarias. Ya no volvería a España. Murió en París dos meses después que su amigo Goya, aunque era 14 años más joven.

Evitaré mencionar otros exilios más comunes y conocidos, como los originados por la guerra civil, a la cabeza de los cuales están los de Machado y su madre, Rafael Alberti y María Teresa León, o el de Manuel Azaña. Junto a ellos, muchos escritores y pintores menos conocidos se largaron, incluso gentes de a pie que fueron a parar, en su mayoría, a Francia y Latinoamérica. Se habla de un millón de transterrados. Un disparate. Pero estos casos son propios de contiendas entre hermanos; no los podemos evaluar en la misma medida que los anteriores. Los derrotados o mueren o huyen. Desde la 'Ilíada'.

Traer a colación los exilios tiene hoy su lógica. Cuando oímos hablar a quienes nos gobiernan, y a los que intentan gobernarnos, la verdad es que dan ganas de salir de aquí pitando. Sobre todo en estos días, en los que la pandemia campa a sus anchas, y sus señorías no tienen empacho en imponer los intereses políticos a los sociales, en este caso, sanitarios. El debate entre galgos o podencos se salda con un montón de nuevos contagios a diario. Si a determinadas ciudades se les imponen restricciones, a todas luces necesarias, ahí están sus responsables poniendo en cuestión tales medidas, hasta falseando datos sobre las cifras, aunque las UCI sigan llenándose.

El otro día, cuando oía en el Congreso no ya discusiones, sino verdaderos rifirrafes propios casi del hampa, pensé coger las maletas y largarme de este país. Ya está bien. Soy mayor, pero no aguanto más. Mayor que yo era Goya, me digo, y se fue. ¡Ale!, a Corvera, a coger el primer avión que nos saque de este calvario. Un momento para decidir a dónde ir: Portugal me gusta, pero me pone nervioso el idioma; Francia es una maravilla, pero son raros. Italia. Italia se parece más a nosotros. Aunque por allá el virus está remontando. Estados Unidos, eso, Estados Unidos. Además, tengo allí parientes y Nueva York se está recuperando. ¿Estados Unidos? ¡Dios! Pero si está el loco ese que me va a hacer beber lejía al aterrizar. ¿Dónde ir, Señor, dónde...?

No te preocupes, lector, creo que no me voy a ir.

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