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A Europa con amor

A pesar de llevar años recibiendo los llamados fondos de cohesión, lo cierto es que la España actual no ha corregido las desigualdades regionales

Jueves, 9 de enero 2020, 01:36

Décadas de aislamiento no llevaron a los españoles a hablar de Europa como si fuera algo ajeno a nosotros. ¿Se acuerdan los más mayores de decir que habían estado en Europa de viaje? En esto nos parecíamos a los británicos que solían hablar del continente como si no lo tuvieran a escasos kilómetros de sus costas. Ya saben que estos últimos, en una especie de sorprendente vuelta al pasado se han echado al monte y en pocas semanas iniciarán el proceso de salida de la Unión Europea.

La realidad es que muchos españoles llevamos siendo oficialmente miembros de la Unión Europea la mayor parte de nuestras vidas. Tanto es así que algunos han olvidado el ya lejano año de 1986 en el que nos adherimos a la entonces Comunidad Económica Europea. Y quizás también se empieza a olvidar que durante mucho tiempo fuimos los más entusiastas europeístas. Y no nos faltaba razón. La mayoría veíamos Europa como un lugar al que converger en prosperidad y en mentalidad para dar por cerrados los periodos negros de nuestra historia del siglo XX. Ni los más euroescépticos de ahora, en caso de que los haya en realidad entre nosotros, podrá negar el efecto positivo en tantos y tantos ámbitos de nuestra pertenencia al club.

Como un pequeño ejemplo, les puedo mencionar lo que Europa ha supuesto para mí personalmente y nuestro laboratorio en la Universidad. Gracias a la financiación europea obtenida durante años hemos podido contratar investigadores y realizar proyectos científicos al mismo nivel que nuestros colegas en los países más punteros. Por ello, no les resultará extraña mi pasión por Europa, mi sentimiento de pertenencia y mi deseo de avanzar hacia una mayor integración.

Pero mi entusiasmo no puede ocultar que también ha habido cosas que no han evolucionado como muchos hubiéramos querido. Entre los diferentes problemas españoles que se pensaba que nuestra integración europea contribuiría a resolver, uno particularmente importante era el de las desigualdades y tensiones territoriales. Pero a pesar de llevar años recibiendo los llamados fondos de cohesión, lo cierto es que la España actual no ha corregido las desigualdades regionales. E incluso en algunos aspectos se han agrandado. Qué les voy a contar yo a ustedes, amigos lectores en la Región de Murcia. Lamentablemente, tras 35 años de ser europeos, nuestra región sigue a la cola en múltiples indicadores. Y aunque hemos mejorado enormemente, faltaría más, la situación relativa no ha avanzado prácticamente nada y seguimos a decenas de puntos porcentuales de diferencia con otras regiones.

Y en lo relativo a nuestras históricas tensiones localistas, ya ven cuál es la situación actual. Parecía lógico que, al diluirse el poder nacional en Europa, las regiones se acomodaran de mejor manera en el Estado. La realidad ha ido, sin embargo, en la dirección contraria. La integración europea ha dado aire a las élites políticas de las regiones para sentirse con fuerza para plantear incluso la secesión unilateral del Estado, como hemos visto en Cataluña.

Da la sensación de que se ha producido una especie de tormenta perfecta. La casi completa descentralización autonómica ha creado una maquinaria que, entiende, puede tener derechos y peso similar, o incluso mayor, a varios de los Estados de la Unión, ciertamente menores en tamaño. El problema para España es mayúsculo, pero no lo es menos para Europa entera. Alguien deberá decidir cuál es el modelo para el futuro. Si basado en una integración de Estados o de múltiples regiones. Si como alguna vez he oído a gentes supuestamente bien informadas, fuera cierto que a los países grandes de la Unión, Francia y Alemania, les interesa un escenario de pequeños paisitos y que por eso de alguna forma han avivado las tensiones periféricas españolas, hubiera sido una enorme deslealtad.

Que justamente decrezca ahora el espíritu europeísta de los españoles no es una casualidad. Algunos ciertamente de manera egoísta pueden pensar que los flujos financieros netos irán hacia el este en los próximos años. Y si ya nos toca pagar las rondas, la fiesta ya no será tan divertida. Y que países socios europeos sirvan aparentemente de cuarteles de invierno a quienes pretenden desmantelar el Estado español es gasolina perfecta para intoxicadores. El problema del fuego es que puede llegar a ser fácilmente incontrolable y quemar también al que lo aviva. Si más Europa es el antídoto contra el cáncer de los nacionalismos, debe de serlo con todas las consecuencias. A pesar de todas las dificultades e incertidumbres, brindo con ustedes en este inicio de año por una Europa de ciudadanos iguales, libres y prósperos.

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