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He optado por este título porque en la conspicua Dionisia García confluyen dos eternidades: una vital (tiene 93 años) y otra literaria, pues aun cuando se vaya su persona de este mundo, su obra no se irá, se quedará gravitando sobre nuestras cabezas como una ... paloma paráclita.
A su feraz composición literaria, predominantemente poética, se une ahora un nuevo libro de aforismos, 'Vuelo hacia dentro', que se añade a los tres ya publicados de este género: 'Ideario de Otoño' (1987-1994), 'Voces detenidas' (2004) y 'El caracol dorado' (2011). Como un rayo inspirador que no cesa, va tejiendo el sudario de Penélope y destejiéndolo por la noche para poder seguir tejiendo-escribiendo al día siguiente. Aplica a la perfección la sentencia del médico mejicano Noel Ramírez: «Hay que morir viviendo y no vivir muriendo».
Obsérvese que en el título aparece la palabra volar y no la de viajar; creo que ha sido intencionado, porque viajar es un verbo genérico que significa trasladarse de un sitio a otro, sin especificar el medio en que lo realiza, y el de volar es más determinativo y se utiliza si únicamente lo hace elevándose en el aire. Dionisia, desde su altura intelectual, observa personas y cosas, las entiende, razona y toma decisiones de todo cuanto ve, reflejándolas en un papel. También, con visión espacial superior, vuela hacia dentro y describe sus sentimientos en frases breves, concentradas (fruto del esfuerzo del pensamiento por decir lo esencial; «al explicar un tema, nos alejamos de su esencia»), que aconseja sirvan como regla de comportamiento correcto.
Se trata de apotegmas filosóficos (hay que leerlos despacio y varias veces, para evitar regurgitaciones), en los que no falta su consustancial condimento poético, utilizando numerosas figuras, como por ejemplo anadiplosis o personalización, en el caso de dirigirse a las flores y atribuirle una cualidad animada: «Se abrió la ventana y las lilas entraron en el cuarto». Las descripciones se poetizan más si son extraídas de experiencias circadianas oníricas, donde los fantasmas conviven con los seres reales en igualdad de condiciones: «Dejé que una estrella se posara en la palma de la mano. Al despertar no hubo manera de desprenderme de ella. Se acurrucó conmigo». Todo el libro está impregnado de «sensibilidad exquisita de la poeta, que surge por doquier y busca armonías mayores», como dice Consuelo Ruiz Montero en el epítome de este libro.
Los temas tratados son muy diversos, como múltiples son los entes y objetos que divisa desde su ojo panóptico. Entre ellos podemos resaltar:
La vejez. Ella sabe mucho de ello. Es curioso, porque utiliza la palabra viejo (persona que tiene una edad avanzada y está en el último período de la vida, pero que se suele utilizar hoy día de forma peyorativa: inutilidad, pesadez, etc.), en vez de la de anciano (se le suele adscribir rasgos amables como: experiencia, sabiduría, responsabilidad, reflexión, paciencia y generosidad). Creo que se debe a que no tiene inconveniente en aceptar que vamos envejeciendo y ella también: «Envejecemos en los otros, porque carecemos de perspectivas en nuestro deterioro aparente», ellos son nuestros espejos; pero también «Envejecemos en los caminos. A pesar de ello, nuestro afán es llegar»; pero sin prisas, incluso conviene pararse de vez en cuando, como hace ella, para ver el camino recorrido y el por recorrer. Como dice Pablo D'ors: «Quien se para, ya ha recorrido el camino entero».
Dios. No voy ahora a descubrir (lo he resaltado en otras críticas que le he hecho a sus libros) que Dionisia es una persona creyente y, como consecuencia, su escritura es transcendente y deífica; esa es la razón por la que sus palabras nos llegan mediante un aura suave, apacible y conforme, que nos acaricia misteriosamente el alma. Pero su escritura, como su religión, es esencial, exenta de faralaes, como puede deducirse: «Señor, que la mitra desaparezca de la indumentaria talar, y que poco a poco nos vayamos quedando con lo que Tú eres». En momentos de cansancio y de fatiga, pide que Dios venga al mundo de nuevo, aunque sea en el final de los tiempos: «La 'parusía' es un bien que hay que tener a mano cuando el desaliento acecha».
Amistad. Dionisia es amiga de la amistad porque, como dice Ramón de Campoamor, «la amistad es un amor que no se comunica con los sentidos». ¡Cuántos amigos recibe en su casa! para impartir su magisterio literario. Yo me encuentro entre ellos y estoy eternamente agradecido. Ella dice: «Si nos deja un amigo que hemos admirado, y de él hemos aprendido, lloramos por él y por nosotros». Pero yo no creo que ningún amigo de Dionisia deje de serlo, que es un privilegio, porque solo sabe hacer el bien; solo sería el caso, como digo en mi libro de 'Palabras Animadas', de que «si un amigo deja de serlo es porque nunca lo fue».
Son muchísimos los temas que aborda el libro, que no puedo analizar aquí por disponer de una extensión limitada; pero sí recomiendo que se lea pausadamente, pues así el lector disfrutará de la belleza y de la enjundia que tienen estos aforismos.
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