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En los pasados días de fiesta han proliferado las felicitaciones a través de WhatsApp. Gente a la que conocías, y gente a la que no conocías, te enviaron sus deseos de felicidad para Navidad y el nuevo año. El móvil ha sustituido al 'christma' de papel, que tanto había dado de sí en las estafetas de correos. La facilidad e inminencia del mensaje, así como la perfección de las imágenes, lleva al uso de las redes sociales que operan en cuestión de segundos. Mandas y recibes al instante.
Las comunicaciones que así se hicieron solían ser blancas, es decir, sin más intención que hacerte partícipe del deseo de que el futuro te sonriera este año. Claro que entre col y col se deslizó alguna señal de tinte político, adecuada, quizás, a aquellos días de especial inquietud sobre el futuro Gobierno en España. Pero no fue lo normal. Lo normal fueron uvas de las que salían muñequitos que cantan, variaciones gráficas sobre el tópico de 'feliz año nuevo', papanoeles repitiendo sus movimientos en el ya clásico GIF, elfos cargados de regalos, etc., con frases seleccionadas y firmadas por familias o particulares.
Yo recibí al menos medio centenar de tales felicitaciones. Entre todas ellas una me sorprendió. Me sorprendió por el mensaje, y me sorprendió porque el remitente no estaba en mi lista de contactos, aunque acerté a ver antes de abrirlo, como es normal, un nombre de mujer. Digamos que ponía... Maruja. Pues bien, Maruja me envió una imagen que representaba un grupo con la familia Monster (o Adams), en la que Germán era Pedro Sánchez; el abuelo, Gabriel Rufián; la madre, Irene Montero; el crio, Íñigo Errejón; a los que se unía Carmen Calvo sin atuendo distinto al suyo, es decir, haciendo de Carmen Calvo. Por encima de ellos, la siguiente leyenda: 'El gobierno progresista comunista independentista que habéis votado os desea un Feliz Año'. Abajo del grupo aparecía 2020 y, en góticas letras rojas, esta otra frase: 'No hay razón alguna para tener miedo'. Lo leí y releí varias veces, miré la foto que acompañaba el mensaje como identificador del remitente (tres niños preciosos que no reconocí; imaginé que hijos o nietos de la misteriosa Maruja), me rasqué dos veces la coronilla, y nada. Pensé que se trataba de una equivocación.
Desde luego nadie que me conozca me manda algo así, que poca o ninguna gracia me hace. Sin embargo, los textos eran contradictorios, a mi modesto entender. El superior venía de alguien de derechas, pues a estos les viene al pelo lo de 'gobierno Frankenstein', expresión que salió de un cráneo privilegiado. Pero decir en el texto inferior que no hay razón alguna para tener miedo parecía referirse a que no había que temer el entonces previsible nuevo gobierno de la izquierda. No sé. En cualquier caso, estaba claro que no era un mensaje para mí. Una equivocación.
Dudé en responder, pero no encontraba el texto que debía utilizar sin herir al destinatario, que no es mi estilo. Hasta que alguien me mandó otra de esas felicitaciones, esta de matiz cervantino, que me pareció muy adecuada. 'Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía, sino justicia', decía. Y se lo mandé a... Maruja. No pasó una hora sin que me contestara: «Me he confundido de persona, mi consuegro se llama César también. Cuando he recibido lo del Quijote he caído. No hubiera mandado el chiste de la familia Adams. Pero feliz año... o lo que sea... Porque yo estoy pelín acojonada». Inmediatamente escribí: «Nada de eso. Hay que confiar. Han ganado y están en su derecho de intentarlo. Más Frankenstein que Murcia, Andalucía o Madrid no hay. Y si no, al tiempo. Las diatribas de Casado son vergonzosas. De malos perdedores. Es mi opinión. Y feliz 2020». Y me quedé tan pancho. A todo esto, no sabía quién era mi interlocutora, pero ya que me había dado su parecer, yo también tenía derecho a dárselo. Y sin saber quién era la tal Maruja. Por eso se lo pregunté después. Y me contestó. La conocía, claro que la conocía, por lo que le mandé un mensaje conciliador que me salió de dentro. Y que respondió con otro de igual condición. Amigos.
Mi hasta entonces misteriosa compañera de WhatsApp siguió mostrándome sus dudas sobre si el intento de diálogo con independentistas y «gentuza» (sic) era posible. Hasta me añadió que Boadella tenía su misma opinión. Contesté: «¿Nos quedamos callados como Rajoy? ¿O entramos con los tanques?». Respecto a Boadella le recordé que él mismo se cataloga de bufón. Y añadí: «Hay que hablar e intentar que entren en razón. No vale decir que son los malos. Eso sí: los Torras y Puigdemones son nefastos». Y quedamos en intentar convencernos ante un café y un dulce, que a los dos nos encantan los dulces. Hablando.
Mire usted por dónde un error en el envío de un mensaje de móvil tuvo como consecuencia la definición de posiciones ante la llegada de un nuevo Gobierno, cosa que se nos hubiera quedado dentro de no mediar una equivocación. Eso sí, una estupenda equivocación.
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